Maciek Wisniewski, La Jornada
Si bien los objetivos de Israel respecto a Gaza fluctuaban en el tiempo y la franja ha sido sujeta a diferentes regímenes de control, en las décadas recientes la figura del “campo de concentración” −uno de los paradigmas de la modernidad según Giorgio Agamben que en una ocasión famosamente había denunciado “que Israel ha hecho de toda Palestina un ‘gran campo de concentración’” (Il Manifesto, 3/6/2010)–, pasó de una mera comparación calculada a aumentar la consciencia sobre la suerte de los palestinos bajo la interminable ocupación militar israelí, a ser una estricta descripción de la realidad que hoy está siendo llevada a sus extremos y “lógicos” desenlaces.
Al apoderarse de Gaza en la Guerra de los Seis Días (1967) −que desde 1948 estaba bajo el control egipcio y cuya población casi se triplicó de golpe con los refugiados expulsados durante la Nakba por las milicias sionistas−, Israel, desde los inicios, intentaba reducir su población, buscando “transferirla” a Egipto, Libia, Irak e incluso a Paraguay (sic) (t.ly/ JJIPN). Pero después de varios intentos frustrados, el sistema de seguridad concluyó que era preferible “contenerla” en un solo lugar −donde podía ser vigilada y disciplinada−, en vez de dispersarla por la región.
Aunque en la narrativa israelí 2007 −fecha en que Hamas tomó el control de Gaza después de la retirada de las tropas israelíes del interior, dos años antes que ahora, se limitaron a vigilar el perímetro y todo lo que entraba y salía de la franja, hasta el punto de contar las calorías mínimas para que su población pudiera subsistir (¿a qué nos suena esto, eh?)−, aparece como el momento en que se tuvieron que tomar “medidas desagradables, pero necesarias”: bloqueos, operaciones punitivas, etcétera, la fecha exacta de la “campificación” de Gaza ha sido bien señalada por Amira Hass, la decana del periodismo israelí (e hija de una sobreviviente del campo de concentración de Bergen-Belsen).