La estrategia de Trump se caracterizará por la voluntad de poner fin a las guerras en Europa y Oriente Próximo, con el objetivo de aislar/endeudar por otras vías a Rusia e Irán (y a China)
Enrico Tomaselli, Sinistra in Rete
A pesar de las grandes expectativas con las que ha conseguido rodear su segundo mandato presidencial, es muy poco probable que Trump pueda y vaya a introducir un cambio radical en la política internacional estadounidense.
Y ello por la sencilla y obvia razón de que las líneas estratégicas de una gran potencia no pueden estar sujetas a cambios continuos, salvo a nivel táctico y para los ajustes que la evolución de las situaciones haga necesarios, y que por tanto no es una presidencia la que imparte la dirección, sino que es ésta la que determina al presidente.
Sin perjuicio, por tanto, de que la presidencia de Trump (que, por otra parte, ha sido claramente reivindicada) tendrá como objetivo la reafirmación de la hegemonía estadounidense, y desde luego ninguna apertura al multipolarismo, queda por saber cómo desarrollará concretamente esta línea estratégica, sobre todo en lo que respecta a las grandes zonas de crisis, pero no sólo.
Si nos fijamos, por ejemplo, en la crisis ucraniana, sobre la que, por otra parte, se ha centrado la atención, podemos ver cómo la posición estadounidense -tal y como se está perfilando cada vez más- se caracteriza sobre todo por un enfoque reductor, es decir, considera el conflicto como una cuestión circunscrita, que debe mantenerse y resolverse en un ámbito limitado, sin abordar por tanto las cuestiones fundamentales que subyacen en él, como es no sólo la pertenencia o no de Ucrania a la OTAN, sino también su neutralidad/desmilitarización y, lo que es aún más importante, una nueva arquitectura de seguridad mutua en Europa y a escala mundial.