La “ley del pueblo” es la falacia en la que históricamente se ha basado el Estado de Israel, desde su fundación como colonia occidental en Palestina hasta garantizar el control imperial en todo Oriente Medio.
José Goulao, Strategic Culture
En los innumerables comentarios y opiniones que proliferan sobre la situación actual en los territorios palestinos conocidos como Israel, existe la convicción de que el único problema es el primer ministro Benjamín Netanyahu. En otras palabras, una vez que renuncie o sea despedido, la crisis se resolverá y todo volverá a la paz del Señor con la continuación de la metódica limpieza étnica de los palestinos.
Pura decepción, piadosa ilusión. Nada volverá a ser igual en el llamado “Estado judío”.
La deducción es objetiva y resulta de la inevitable realidad que algún día tendría que llegar: la terrible batalla existencial ideológica y religiosa que se libra dentro del sionismo –la doctrina racista y supremacista en la que se basa el Estado de Israel– entre lo laico y el fundamentalismo religioso; o “entre la ley del pueblo” y la “ley de Dios”, en las palabras significativas pero simplistas de un participante en una de las recientes manifestaciones gigantescas en Tel Aviv.