Si no fuera por la increíble firmeza del pueblo de Gaza, la incansable resistencia armada, combinada con los esfuerzos sostenidos de los frentes de apoyo en Líbano, Yemen e Irak, la victoria no habría sido posible.
Robert Inlakesh, Al Mayadeen
En su primer discurso durante el genocidio de Gaza, el exsecretario general de Hozbullah, Sayyed Hassan Nasrallah, afirmó que “Hamas no perderá”. Quince meses después, el movimiento palestino firmó un acuerdo de cese al fuego y de intercambio de prisioneros, obligando de hecho a los israelíes a la sumisión.
Suponiendo que se mantenga el alto al fuego en Gaza, los israelíes han sufrido una derrota de la que tal vez nunca se recuperen del todo. Este análisis no se hace sin reconocer el crimen histórico cometido contra el pueblo de la Franja de Gaza, sino desde una perspectiva realista sobre el impacto que ha tenido una rendición israelí.
Los grupos armados palestinos en Gaza, incluidas las Brigadas Qassam de Hamas, nunca fueron lo suficientemente poderosos como para derrotar decisivamente al ejército israelí y capturar nuevos territorios en la Palestina ocupada, ni tampoco se hacían ilusiones sobre sus capacidades. Y aunque nadie podía imaginar la magnitud del sufrimiento humano y la carnicería que infligiría el régimen sionista, estaba claro que la Resistencia Palestina se preparaba para una larga guerra de desgaste.
Se puede decir que el mero hecho de que, en medio de una hambruna generalizada, el asesinato en masa de entre 47 mil personas (según las estimaciones más elevadas) y la destrucción de más del 80 por ciento de la infraestructura de Gaza, los grupos armados palestinos sigan existiendo como formidables fuerzas de combate, es nada menos que un milagro. No sólo las facciones de la Resistencia pudieron reagruparse y mantener su capacidad de disparar cohetes de largo alcance contra lugares como “Tel Aviv” y la Jerusalén ocupada, sino que Hamas pudo concluir un cese al fuego favorable y un intercambio de prisioneros.