Igor Kirillov investigaba la red secreta e ilegal de laboratorios de armas biológicas dirigidos por el Pentágono en Ucrania. Sus informaciones proporcionaron pruebas sustanciales de que los laboratorios de armas biológicas estaban autorizados a nivel presidencial por Estados Unidos y en ellos participaban importantes empresas farmacéuticas estadounidenses.
Finian Cunningham, Strategic Culture
El alboroto de los medios de comunicación británicos por el asesinato de un alto general ruso en Moscú es revelador en varios sentidos.
En primer lugar, es una muestra repugnante de un periodismo deplorable. El tono festivo que adoptaron los medios de comunicación británicos al ver el cadáver ensangrentado del teniente general Igor Kirillov tirado en la nieve habla a las claras de una falta de respeto despreciable. Dice algo sobre la profundidad depravada de la cultura británica.
En comparación, la cobertura del asesinato por parte de los medios de comunicación estadounidenses fue relativamente mundana y objetiva.
No fue así en Gran Bretaña, donde los medios de comunicación británicos reaccionaron con una euforia casi total.
La respuesta del Pentágono fue significativa. El portavoz Patrick Ryder negó cualquier implicación de Estados Unidos en el asesinato. Dijo que los estadounidenses no habían sido advertidos de antemano sobre el asesinato y añadió que Estados Unidos no apoyaba tal acción.
Por supuesto, tales negaciones siempre deben ser tratadas con escepticismo.