Dick Cheney, el arquitecto de la guerra contra el terrorismo e inventor de la "armas de destrucción masiva" para justificar la invasión a Irak, fue una de las figuras más poderosas de la historia a costa de las mentiras y los abusos
Kelley Beaucar - Vlahos Jim Lobe, Sin Permiso
Dick Cheney murió el pasado 4 de noviembre a la edad de 84 años. El vicepresidente de George W. Bush fue probablemente el más poderoso de la historia, pero a costa de los Estados Unidos.
Formidable asesor de la Casa Blanca y del Departamento de Defensa (durante el mandato de los presidentes Richard Nixon y Gerald Ford), abandonó el cargo para dirigir una empresa petrolera igualmente formidable con sede en Texas (con cuantiosos contratos federales) y regresó más tarde a Washington como vicepresidente de George W. Bush. Cheney es probablemente la figura más simbólica del fracaso de las guerras posteriores al 11 de septiembre de 2001. En particular, de la guerra de Irak. Fue su acumulación de poder y su grupo especial de operadores conocidos como neoconservadores, dentro del antiguo edificio de la Oficina Ejecutiva y el Anillo E del Pentágono, quienes, con alevosía estratégica, dominaron la política y la información de inteligencia necesarias para llevar a Washington a la invasión de 2003 y propagar una guerra global contra el terrorismo que perduró mucho más allá de su mandato.
Según todos los indicios, fueron sus mentiras sobre las armas de destrucción masiva las que nos llevaron ahí, seguidas de los errores (como no anticipar la insurgencia iraquí), la pérdida de millones de vidas, el coste para nuestro tesoro público y la aparición de una nueva forma de guerra marcada por las ejecuciones extrajudiciales, la tortura, el secretismo y la guerra sin fin que transformó la sociedad y la política norteamericanas, acaso para siempre.














