Una mirada no convencional al modelo económico neoliberal, las fallas del mercado y la geopolítica de la globalización
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viernes, 13 de junio de 2025
Business ecológico. El ambientalismo neoliberal
Diego Fusaro, Posmodernia
Hay una aparente paradoja vinculada a la cuestión del apocalipsis ambiental que es necesario abordar: el logo dominante en el marco del tecnocapitalismo del nuevo Milenio no sólo no permanece en silencio ante el dilema del desastre inminente, sino que lo eleva a objeto de una proliferación discursiva hipertrófica. La emergencia ambiental y climática es, con razón, uno de los temas más enfáticamente subrayados y discutidos por el orden del discurso hoy imperante.
Esto parece, prima facie, un contrasentido, si se considera que plantear este dilema equivale a enunciar la contradicción misma del capital, que es su fundamento. ¿No sería más coherente con el orden tecnocapitalista la ocultación -o al menos la marginación- de esta cuestión problemática, de manera similar a lo que sucede con la cuestión socioeconómica del clasismo y la explotación laboral, rigurosamente excluida del discurso público y de la acción política?
Afirmar que a diferencia del problema de la explotación laboral (que permanece mayoritariamente invisible y que, en todo caso, puede ser fácilmente eludido por el discurso dominante), la cuestión ambiental es clara y evidente ante oculos omnium –ante los ojos de todos– y, por tanto, resultaría imposible soslayarla como si no existiera, significa hacer una afirmación verdadera pero, al mismo tiempo, insuficiente: una afirmación que, además, no explicaría las razones por las cuales el discurso dominante no sólo trata abiertamente la cuestión, reconociéndola en su plena realidad, sino que incluso tiende a amplificarla y transformarla en una urgencia y una auténtica emergencia planetaria.
La tesis que pretendemos sostener al respecto es que existe una notable diferencia entre la cuestión ambiental y la socioeconómica (que Marx llamaría, sin perífrasis y con sobradas razones, “lucha de clases”). Esta última no puede de ninguna manera ser “normalizada” y metabolizada por el orden tecnocapitalista que, de hecho, opera para que ni siquiera, tendencialmente, sea mencionada nunca (tampoco, ça va sans dire –no hace falta decirlo-, por las fuerzas del cuadrante izquierdo de la política, ya hace tiempo redefinidas como izquierda neoliberal o, mejor aún, “sinistrash” –izquierda basura-). Margaret Thacher, por otro lado, ya había condenado al ostracismo el concepto mismo de clase social, liquidándolo como inservible y pernicioso vestigio del comunismo (en sus propias palabras: “la clase es un concepto comunista. Separa a las personas en grupos como si fueran paquetes y luego enfrenta a unos contra otros”).
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sábado, 7 de junio de 2025
El legado de Ruy Mauro Marini
Emir Sader, Página 12
Ruy Mauro Marini fue el intelectual marxista más importante de la segunda mitad del siglo pasado. Un pensador de la teoría de la dependencia que supo articular las relaciones externas con la estructura de clases interna de cada país. Pude vivir con él en Brasil, luego en Chile, en México y finalmente de nuevo en Brasil. Cuando murió, recogí los textos que estaban en su casa. Entre ellos se destaca el que llamó Memoria. Un texto de unas 80 páginas, acompañado de una larga bibliografía. Se trata de un escrito sobre su trayectoria profesional, pero estrechamente interconectado con la construcción de su teoría.
Nacido en Minas Gerais, Ruy Mauro pronto se trasladó a Río, donde inició su proceso de desarrollo intelectual, influenciado por sus maestros. Fue entonces cuando lo conocí, en Río, cuando participábamos de la misma organización, surgida de la fusión de un grupo de San Pablo, un sector del Partido Socialista, al que él pertenecía, y un grupo del Partido Laborista Brasileño de Minas Gerais. La organización surgida de esta fusión pronto sufrió los efectos del golpe militar de 1964, a partir de lo cual Ruy Mauro dividió su trayectoria en tres períodos de exilio, hasta su regreso a Brasil.
El primer exilio se produjo en México, donde se concentraría gran parte del exilio latinoamericano, al enlazarse los golpes militares en Brasil, Chile y Argentina. En este primer exilio, las reflexiones de Ruy Mauro se centraron en la interpretación de la naturaleza del golpe en Brasil. Su libro Subdesarrollo y Revolución recoge esos análisis.
Su segundo exilio tuvo lugar en Chile, cuando comenzó el gobierno de Salvador Allende. Instalado inicialmente en Concepción, al sur del país, pudo entrar en contacto con los sectores más radicales de la izquierda chilena, especialmente con el Movimiento de Izquierda Revolucionaria (MIR). Este vínculo confirma una característica única de Ruy Mauro entre los intelectuales latinoamericanos: su articulación del trabajo teórico con el trabajo concreto de organizaciones de izquierda radical en el continente.
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sábado, 24 de mayo de 2025
Lo viejo funciona: el marxismo y la crisis
Si lo que queremos es apretar el freno de emergencia que evite que el tren desbocado del capitalismo nos lleve al desastre, no podemos conformarnos con cambiar patrones insensibles por patrones con sensibilidad, ni gobiernos malos por gobiernos menos malos. El asunto es abolir las relaciones capitalistas de producción.
Ariel Petruccelli, Jacobin
«Hoy en día, el argumento más fuerte contra el capitalismo es la combinación de crisis ecológica y polarización social que está engendrando»
—Perry Anderson, Los fines de la historia, 1992
Explicaciones de la crisis
La necesaria autolimitación humana, indispensable para afrontar los desafíos ecosociales que enfrentamos, depende de entender las causas del dinamismo ciego que está agotando los recursos, destruyendo los suelos, extinguiendo especies, contaminando el ambiente, cambiando el clima, alienando a las personas. ¿Su motor es sustancialmente una filosofía equivocada, una episteme perniciosa, una cosmovisión inadecuada o una narrativa errada, como creen pensadores decoloniales como Walter Mignolo o escritoras como Naomi Klein? ¿Se trata más bien de la técnica o de la industria en sí mismas, como pensaban Lewis Mumford o Martin Heidegger? ¿Es la consecuencia del patriarcado, obnubilado en el dominio de las mujeres y de la naturaleza, como creen algunas ecofeministas? ¿O es un subproducto de la blanquitud y del colonialismo, como sostienen muchas corrientes anti-racistas?
Mi respuesta, clásicamente marxista, es que la fuerza tras este desarrollo desquiciado es el capitalismo[1]. Se pueden ofrecer distintos argumentos en favor de esta tesis y en contra de las restantes (y también cuestionar la hipótesis de una fusión no jerarquizada de todas o varias de ellas). Veamos. Sociedades patriarcales, racistas y coloniales las ha habido de todos los tipos y a lo largo de siglos, si no de milenios. Pero ninguna de ellas desató el tipo y el ritmo de crecimiento económico autosostenido que caracteriza a las sociedades capitalistas.
Ni el racismo, ni el colonialismo, ni el patriarcado parecen explicar el alocado dinamismo, la tendencia a la innovación permanente, que caracteriza a las sociedades contemporáneas y que amenaza, a esta altura, con destruirlas. Podría ser plausible apelar a una ideología en particular, desprendiéndonos de la cual todo marcharía sobre ruedas. Pero además de que este tipo de explicación es clásicamente «idealista», para decirlo un tanto burdamente, la objeción fundamental a la misma es empírica más que teórica: el capitalismo se ha mostrado compatible con las ideologías y las religiones más diversas, y allí donde se implanta encuentra las maneras de que todas las tradiciones culturales, religiosas y doctrinarias se amolden a él.
domingo, 11 de mayo de 2025
Tran Đuc Thao fue el gran filósofo marxista de Vietnam
El filósofo vietnamita Tran Đuc Thao unió el marxismo y el existencialismo y desarrolló una innovadora teoría marxista del lenguaje. Pero su enfoque heterodoxo lo enfrentó a menudo con el Estado posrevolucionario que gobernaba su país natal.
Alexandre Feron, Jacobin
Pocas personas recuerdan hoy el nombre del filósofo vietnamita Trần Đức Thảo (1917-1993). Se encuentra en la encrucijada de tantas posturas opuestas que nadie llega a reivindicarlo enteramente como propio. Demasiado marxista para los fenomenólogos, también era demasiado fenomenólogo para los marxistas. Su marxismo nunca fue lo suficientemente ortodoxo para los estalinistas, pero sí demasiado ortodoxo para los opositores de izquierdas al estalinismo. Demasiado militante para los filósofos académicos, es en cambio demasiado filósofo para los militantes políticos.
Pero es precisamente esta complejidad lo que lo vuelve interesante. La historia de Trần Đức Thảo expresa muchas de las tensiones y contradicciones del siglo XX en torno al colonialismo y la independencia, el papel de los intelectuales tanto en los países capitalistas como en los comunistas, el marxismo y su relación con otras corrientes de pensamiento, las luchas de la Guerra Fría y la historia del comunismo asiático.
La vida de Thảo fue un intento de afrontar y superar estas contradicciones. Pero se encontró constantemente chocando contra ellas, y su vida adquirió un aspecto trágico, demostrando ser un fracaso político y filosófico. Una nueva revisión sobre la historia de ese fracaso puede ayudar a comprender mejor las tragedias más amplias del siglo pasado.
Un intelectual desclasado
La trayectoria vital inicial de Thảo parecía una justificación ideal de la supuestamente positiva labor de colonización francesa. Nacido el 26 de septiembre de 1917 e hijo de un funcionario de correos, fue un estudiante brillante en el Liceo Albert Sarraut de Hanoi y aprobó el bachillerato francés en 1935. En 1936, el gobierno de Indochina le concedió una beca para ir a Francia a prepararse para la prestigiosa École normale supérieure (ENS), antes de ingresar en la propia ENS en 1939.
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lunes, 5 de mayo de 2025
Lenin y la «tensión hacia el objetivo»
Lejos de la imagen mitificada de un dogmático, Lenin se revela, a través de sus múltiples giros tácticos, rupturas teóricas y encarnizadas polémicas estratégicas, como un iconoclasta implacable, dispuesto a cuestionarlo todo —incluso sus propias certezas— con tal de hacer avanzar la causa revolucionaria. ¿Qué queda hoy de ese espíritu en la izquierda?
Henrique Canary, Jacobin
En una serie de ensayos biográficos sobre Lenin, escritos entre 1918 y 1924, León Trotsky afirma que lo que caracterizaba la naturaleza espiritual del líder soviético era la «tensión hacia el objetivo». Esta tensión está, por supuesto, relacionada con la propia personalidad de Lenin y su historia individual: un revolucionario profesional que desde muy joven y hasta el día de su muerte dedicó todas sus fuerzas y pensamientos a la causa de la liberación del proletariado. Como observó el viejo Plejánov refiriéndose a Lenin: «¡De esta madera se hacen los Robespierres!». No es que Lenin no tuviera otros intereses en la vida. Le gustaba cazar, jugar al ajedrez, era un profundo conocedor de la literatura rusa y europea. Pero para él el verdadero placer provenía del trabajo intelectual y revolucionario. Incluso en el Kremlin, ocupaba una pequeña y modesta habitación en la grandioss ala residencial. Una cama para descansar y un pequeño escritorio le bastaban, siempre que tuviera a su disposición libros, muchos libros; y estadísticas, muchas estadísticas.
Pero la «tensión hacia el objetivo» de Lenin no era solo un rasgo psicológico, una idiosincrasia de su personalidad. Trotsky se empeña en precisar: esa tensión abarcaba todo su ser, y sobre todo su forma de hacer política, de construir el partido y de dirigir el Estado soviético. Lenin subordinaba no solo su tiempo, sino todo a la victoria. Aunque es venerado por muchas sectas como una especie de monumento inamovible, Lenin era, ante todo, un iconoclasta, incluso de sí mismo. Lenin no consideraba que su misión fuera la preservación de ninguna tradición, fuera cual fuera. Todo podía revisarse, revisitarse, si era necesario para alcanzar el objetivo. En eso consistía, sobre todo, esa «tensión hacia el objetivo» de la que nos habla Trotsky.
La «tensión hacia el objetivo» en Lenin
Lenin comienza su actividad revolucionaria e intelectual a finales del siglo XIX como un crítico demoledor de las concepciones populistas, predominantes entre la izquierda revolucionaria rusa. El populismo defendía un socialismo agrario como objetivo y el terrorismo individual como método. Lenin destruye estas ideas una a una en una serie de libros y artículos que escribe aún en su juventud. Sin embargo, cuando se trata de construir el partido, absorbe una parte de las ideas populistas: el partido revolucionario ruso no puede ser la organización abierta y amorfa de la socialdemocracia alemana. La represión zarista impone la construcción de un partido estricto, bien delimitado, jerarquizado, altamente centralizado, basado en el secreto y la confianza mutua, una verdadera cofradía de conspiradores, hasta que el asalto final esté a la orden del día. La heterodoxia del joven revolucionario ruso escandaliza a los viejos maestros alemanes y austriacos y provoca un interesante debate entre él y Rosa Luxemburgo sobre la organización de los socialdemócratas. Lenin es acusado de absorber ideas ajenas al marxismo, a lo que él responde: solo está aplicando el marxismo a las condiciones específicamente rusas.
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miércoles, 23 de abril de 2025
Michael Löwy sobre Francisco:
El pontífice inesperado
El estudioso marxista propone una lectura de las rupturas que marcó el papado de Francisco, en particular su apuesta por los pobres y su sensibilidad ecológica. ¿Fue Bergoglio apenas un paréntesis en la larga historia de la Iglesia católica o el inicio de una deriva distinta?
Michael Löwy, Jacobin
Con la muerte de Jorge Bergoglio, el Papa Francisco, desaparece una figura poco común que, en una Italia gobernada por los neofascistas y una Europa cada vez más reaccionaria, se distinguía por un sorprendente compromiso ético, social y ecológico.
Desde que Pío XII excomulgó a los comunistas, la izquierda solo podía esperar anatemas del Vaticano. ¿Acaso Juan Pablo II y Ratzinger no persiguieron a los teólogos de la liberación, acusados de utilizar conceptos marxistas? ¿No intentaron imponer a Leonardo Boff un «silencio obsequioso»? Es cierto que, desde el siglo XIX, siempre ha habido corrientes de izquierda en el catolicismo, pero solo han encontrado hostilidad por parte de las autoridades romanas. Por otra parte, las corrientes clericales críticas con el capitalismo solían ser bastante reaccionarias. Criticando el socialismo feudal o clerical en El Manifiesto Comunista, Marx y Engels constataban «su absoluta incapacidad para comprender el curso de la historia»; pero reconocían en esta mezcla de «ecos del pasado y estruendos del futuro» una «crítica mordaz y espiritual» que a veces podía «golpear a la burguesía en el corazón».
Max Weber ofrece un análisis más general sobre la relación entre la Iglesia y el capital: en sus trabajos sobre sociología de las religiones, constató la «profunda aversión» (tiefe Abneigung) de la ética católica hacia el espíritu del capitalismo, a pesar de las adaptaciones y los compromisos. Es una hipótesis que hay que tener en cuenta para comprender lo que sucedió en Roma con la elección del Papa argentino.
Jorge Bergoglio, el Papa Francisco
¿Qué podíamos esperar del cardenal Jorge Bergoglio, elegido Pontifex Maximum en marzo de 2013? Es cierto que era un latinoamericano, lo que ya significaba todo un cambio. Pero había sido elegido por el mismo cónclave que había entronizado al conservador Ratzinger y procedía de Argentina, un país donde la Iglesia no es famosa por su progresismo, ya que varios de sus dignatarios colaboraron activamente con la sangrienta dictadura militar de 1976. No fue el caso de Bergoglio: según algunos testimonios, incluso ayudó a esconderse o a abandonar el país a personas perseguidas por la Junta Militar. Pero tampoco se opuso al régimen: un «pecado de omisión», podría decirse. Mientras que algunos cristianos de izquierda, como el Premio Nobel de la Paz argentino Adolfo Pérez Esquivel, siempre lo apoyaron, otros lo consideraban como un opositor de derecha al gobierno de los «peronistas de izquierda» Néstor y Cristina Kirchner.
jueves, 27 de marzo de 2025
Una teoría marxista para Elon Musk
Elon Musk está destrozando al gobierno de los Estados Unidos. Si leyera algo de teoría marxista del Estado, al menos entendería cómo funciona
David Calnitsky, Jacobin
Elon Musk y Donald Trump están intentando transformar la arquitectura del gobierno federal. Bajo su influencia, el Estado estadounidense no es simplemente un vehículo para una amplia gobernanza capitalista sino una herramienta para el enriquecimiento personal de las élites empresariales individuales.
Muchos de los recortes que hasta ahora le aplicó el Departamento de Eficiencia Gubernamental (DOGE, por sus siglas en inglés) al gasto público siguen siendo más performativos que transformadores, pero la intención es clara: destruir el aparato regulador, saquear los recursos públicos y erosionar una de las funciones básicas del Estado: proporcionar las condiciones para que el capitalismo se reproduzca. Un cambio verdaderamente transformador, como un recorte importante de Medicaid en el Congreso, marcaría un giro decisivo en esta trayectoria. Esto no es simplemente un ataque al estado administrativo; también es un intento de sustituir un sistema orientado al funcionamiento del capitalismo en su conjunto por otro que privilegia a capitalistas específicos.
Se pueden extraer lecciones de la teoría marxista, que, con su largo e inquebrantable historial de tener razón en este tipo de cuestiones, rara vez dejó pasar la oportunidad de enfatizar la diferencia entre el sistema capitalista en su conjunto y los agentes que actúan dentro de él.
El capitalismo, a pesar de su habitual salvajismo, requiere de un marco básico para funcionar: cierto grado de competencia, costosas inversiones públicas en educación y capital físico, la contención de externalidades, un sistema financiero semirregulado y el control de las prácticas comerciales más depredadoras. El Estado desempeñó tradicionalmente un papel crucial en el mantenimiento de estas condiciones, no por benevolencia sino por necesidad.
Las teorías marxistas del Estado reconocieron desde hace mucho tiempo que, para que el capitalismo se mantenga, el Estado debe actuar en nombre del capitalismo como sistema, y no simplemente a petición de los capitalistas individuales. Cuando el Estado abandona su función de supervisar la viabilidad a largo plazo del capitalismo y, en su lugar, atiende de forma limitada a empresas (o individuos) específicos, los resultados pueden ser ruinosos.
La teoría marxista del Estado, en su registro más opaco, denominó a esto como «autonomía relativa». Los marxistas tienen una cierta debilidad por lo que el teórico político griego Nicos Poulantzas llamó conceptos grandiosos y aterradores, pero la idea tiene su fuerza. Si un Estado no logra forjarse ni siquiera una modesta independencia de sus propios capitalistas de miras estrechas, descuida las condiciones mismas que el capitalismo necesita para perdurar.
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lunes, 17 de marzo de 2025
El error del neoliberalismo
Este ensayo de Alain de Benoist, «L'erreur du liberalism», se publicó originalmente en el número 28-29 de Éléments, en marzo de 1979. Alain de Benoist sostiene que tanto el liberalismo como el marxismo, aunque aparentemente opuestos, comparten el mismo defecto fundamental de reducir la sociedad humana a relaciones económicas y considerar a los seres humanos principalmente como actores económicos. El ensayo critica cómo el liberalismo, en nombre de la igualdad universal y la libertad individual, en realidad sustituye las jerarquías sociales tradicionales por desigualdades económicas, al tiempo que erosiona las identidades culturales, los lazos comunitarios y el poder del Estado.
Alain de Benoist, Nouvelle Droite
La concepción del hombre como «animal/ser económico» (el Homo oeconomicus de Adam Smith y su escuela) es el símbolo mismo que connota tanto el capitalismo burgués como el socialismo marxista. Liberalismo y marxismo nacieron como polos opuestos de un mismo sistema de valores económicos. Uno defiende al «explotador», el otro defiende al «explotado», pero en ambos casos, no escapamos a la alienación económica.
Liberales (o neoliberales) y marxistas coinciden en un punto esencial: para ellos, la función determinante de una sociedad es la economía. Esta constituye la verdadera infraestructura de cualquier grupo humano. Son sus leyes las que permiten evaluar «científicamente» la actividad humana y predecir los comportamientos. Los marxistas dan el papel predominante al modo de producción en la actividad económica, mientras que los liberales consideran más importante el mercado. Es el modo de producción o el modo de consumo (economía «de partida» o economía «de llegada») lo que determina la estructura social. En esta concepción el bienestar material es el único objetivo que la sociedad civil consiente en asignarse. Y el medio adaptado a este objetivo es el libre ejercicio de la actividad económica.
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viernes, 28 de febrero de 2025
Trump y el neobonapartismo
El bonapartismo caracteriza una situación de polarización social entre las clases que, al neutralizarse, permiten el surgimiento de una tercera fuerza, liderada por una figura carismática
Maciek Wisniewski, La Haine
A partir del análisis de Marx del régimen de Louis Bonaparte −sobrino de Napoleón I, presidente de Francia (1848-1852) y luego emperador Napoleón III (1852-1870)−, que inspiró en El 18 brumario de Louis Bonaparte (1851) la famosa idea de que la historia siempre ocurre dos veces: la primera vez como tragedia, la segunda como farsa, el bonapartismo pasó a caracterizar en la teoría marxista −y más allá de ella−, una situación de polarización social entre las clases antagónicas que, al neutralizarse, permitían el surgimiento de una tercera fuerza, liderada por una figura carismática, en cierto modo externa y capaz de concentrar el poder apelando directamente al pueblo, por encima de los modos tradicionales de representación.
Entendido como una forma híbrida −que combinaba el elitismo y el plebeyismo, el autoritarismo y la democracia plebiscitaria, sociedad jerárquica y unión nacional por encima de las clases−, el bonapartismo fue retomado luego por diversos teóricos (Thalheimer, Bauer, Trotsky, Gramsci) para analizar los fenómenos políticos que no se dejaban encasillar fácilmente.
Para Marx, el ascenso de Louis Bonaparte marcó la última forma del dominio burgués y también la decadencia de esa clase, la única forma de gobierno posible en un momento en que la burguesía ya había perdido, y la clase obrera aún no había adquirido la facultad de gobernar la nación.
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lunes, 24 de febrero de 2025
El marxismo que necesitamos
Ser marxista no es conocer cada texto de Marx o de Lenin; es saber utilizar ese instrumental teórico y práctico para transformar el mundo a favor de los humildes. Es ser revolucionario
Enrique Ubieta Gómez, La Haine
Los encuentros internacionales suelen depararnos sorpresas. En uno de ellos encontré, hace algún tiempo, a un antiguo compañero de estudios de la Universidad de Kíev. Sí, yo estudié filosofía y viví en la Ucrania soviética durante cinco años. Mi compañero era un alumno aplicado, inteligente, y aprendió con facilidad el español de los cubanos. No militaba en el PCUS, pero la desintegración de la Unión Soviética y el rumbo capitalista que tomaron sus antiguas repúblicas, lo llevó a militar en uno de los partidos comunistas que surgieron con posterioridad. Ha sido desde entonces un activo defensor de la Revolución cubana.
Nos hemos encontrado luego más de una vez, en La Habana y en Caracas, los dos centros de la revolución latinoamericana. Pero cuando hablamos, las categorías filosóficas bien plantadas por Lenin parecen flotar sin raíces nutricias en la conversación: no todas las afirmaciones o las posiciones escuchadas al vuelo pueden definirse como idealistas o materialistas sin más (a veces, ni siquiera es lo que importa), ni todos los que defienden posiciones conservadores son acomodados burgueses o protoburgueses aferrados a intereses materiales.
La guerra cultural secuestra a los incautos, a los desprevenidos; a veces incluso ahoga a los que mejor saben nadar. El mundo de hoy es tan complejo como el de ayer, quizás como el de siempre, pero cambia con más rapidez. Y la filosofía marxista corre detrás de los acontecimientos, sin que apenas logre alcanzarlos. No lo hará desde el viejo gabinete; tampoco, por muy moderno que parezca (la palabra moderno, ya me parece demodé), desde el infinito mundo de Internet y sus redes.
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miércoles, 22 de enero de 2025
Por qué y cómo la clase social sigue siendo importante
Está de moda declarar que el marxismo no tiene mucho que decir sobre las sociedades complejas y modernas. Pero la clase y los intereses materiales que genera siguen siendo los rasgos centrales del capitalismo. Nick French presenta una reseña de The Class Matrix. Social Theory after the Cultural Turn, de Vivek Chibber (Harvard University Press, 2022)
Nick French, Jacobin
Aunque Occupy Wall Street, las campañas presidenciales de Bernie Sanders y otros acontecimientos devolvieron el tema de la clase y la desigualdad económica a la conciencia pública de los Estados Unidos en los últimos años, este resurgimiento fue acompañado de denuncias sobre el marxismo como un marco anticuado para el análisis social y político. Los expertos y los políticos nos advierten de los peligros de centrarnos demasiado en la clase o de tratarla como algo «más importante» que otras identidades sociales o formas de jerarquía.
Estos estribillos populares se hacen eco de afirmaciones que dominaron la teoría social académica durante décadas. Mientras que Karl Marx y sus seguidores consideraban que las fuerzas económicas eran fundamentales para entender la estabilidad y los conflictos sociales, los partidarios del «giro cultural» en la teoría social conceden un lugar de honor a los factores no económicos. Si la clase es una cuestión de ubicación de una persona en una estructura económica —si, por ejemplo, posee medios de producción o debe vender su fuerza de trabajo para ganarse la vida—, entonces tiene poco poder predictivo para explicar por qué la gente hace lo que hace, argumentan los culturalistas. En su lugar, deberíamos fijarnos en factores culturales contingentes: normas sociales, valores y prácticas religiosas.
Es fácil ver el atractivo de estos argumentos. A pesar de la renovada preocupación por la desigualdad económica representada por Sanders y fenómenos afines en otros lugares (el corbynismo en Gran Bretaña, Podemos en España, La France Insoumise), las críticas basadas en la clase social no lograron captar el apoyo de las clases trabajadoras a gran escala. Los viejos partidos de izquierda están en declive y cada vez más trabajadores gravitan hacia la derecha. La política mundial sigue experimentando un reajuste de clases: en comparación con principios y mediados del siglo XX, la clase se está convirtiendo en una categoría cada vez menos destacada de identidad y conflicto políticos. Las divisiones partidistas se están endureciendo, pero ningún bando afirma de forma creíble que representa los intereses —o que puede ganarse la lealtad— de los trabajadores.
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domingo, 5 de enero de 2025
Gramsci, “hegemonía” y la extrema derecha
Maciek Wisniewski, La Jornada
Los explícitos intentos por parte de la extrema derecha en el mundo de apropiarse de algunos conceptos que desarrolló el marxista italiano Antonio Gramsci −como por ejemplo la “hegemonía”−, han de constituir uno de los más interesantes y paradójicos desarrollos ideológicos de los últimos años. Si bien ciertas partes de la izquierda posmarxista (Mouffe, Laclau) ya han hecho mucho para simplificarla y “fetichizarla” (t.ly/vClZH) −siendo estas deformaciones fruto de dudas y debates más amplios en tormo a cómo interpretar y situar el legado político e intelectual de Gramsci (t.ly/Qcyzj)−, los afanes de los posfascistas italianos o los conservadores estadounidenses de acaparar este término y convertirlo en una base de sus políticas constituyen un caso aparte y resultan a la vez sintomáticas para los vacíos de la propia izquierda.
Aunque sobre todo a partir de la revolución cultural de 1968 Gramsci fue un objeto favorito de las críticas ideológicas de los diferentes sectores de la derecha en diferentes países que denunciaban la “penetración cultural marxista encubierta” en sus sociedades (t.ly/bv-sK), la peculiaridad del giro actual −que sigue los pasos del filósofo francés ultraconservador Alain de Benoist, el pionero del “gramscismo de derecha” (t.ly/Hm6SP)−, consiste en que se trata de una “apropiación positiva”. Esta operación despoja a Gramsci de su marxismo y al traducir sus ideas al lenguaje de las “nuevas derechas” se centra en la redefinición del terreno del conflicto político y en la construcción de una “hegemonía cultural” en un afán de alcanzar o afianzar el poder.
domingo, 29 de diciembre de 2024
Capitalismo y destrucción de las fronteras
Diego Fusaro, Posmodernia
El capital, en su lógica de desarrollo, al final tiende a entrar en conflicto con aquellos límites dentro de los cuales se había desarrollado durante la Era Moderna. 1989 inaugura una época que se autocelebra en tiempo real como marcada por el fin de los muros y las fronteras; y esto se debe a que, parafraseando a Marx, para el capital toda frontera se convierte, tarde o temprano, en un muro que debe ser derribado.
La lógica del capital es aquella según la cual la frontera misma, en cuanto figura espacial de la ontología del límite, es un enemigo al que hay que derrotar; por eso el capital no puede distinguir entre muro y frontera, y debe combatir a ambos como figuras indistinguibles de la resistencia a la invasión del propio capital. Todo límite material (como la frontera) e inmaterial (como la ética de la justa medida) resulta sobrepasado, de modo que se anule toda línea divisoria entre lo que es interno y lo que es externo con respecto al orden capitalista mundializado y al «continente invisible» de la finanza planetaria. Se produce contextualmente una deconstrucción de las fronteras conceptuales y de los límites simbólicos (que se determina, entre otras, en la posmoderna evaporación de la línea divisoria entre viejos y jóvenes) y una aniquilación incluso de las fronteras naturales (como la que existe entre hombres y mujeres y, cada vez más, entre humanos y animales -“antiespecismo”-). El mismo pensamiento binario parece estar en crisis, fundado como está en la distinción irreductible entre diferentes.
Según los parámetros marxianos recogidos en los Grundrisse, «el capital debe luchar para derribar toda barrera espacial para las relaciones, por ejemplo para el intercambio, y conquistar el mundo entero para su comercio». Es decir, debe unificarlo bajo el signo de la forma mercancía y del nexo utilitarista entre mónadas kantianamente «insociablemente sociables» y leibnizianamente «sin ventanas». En el plano simbólico, la práxis de la invasión capitalista se legitima a través de la subcultura de la narrativa hollywoodiense no border y la convergente demonización integral de la idea misma de frontera, de límite y de medida. Esta idea, en todas sus declinaciones posibles, se presenta como inevitablemente autoritaria y excluyente, con la remoción integral de su valor protector de defensa de los derechos frente a la ofensiva de la violencia mundialista.
miércoles, 18 de diciembre de 2024
La teoría de las necesidades de Ágnes Heller es una herramienta política vital
Basándose en la obra de Karl Marx, la filósofa húngara Ágnes Heller desarrolló un marco para distinguir entre las necesidades verdaderamente esenciales y las artificiales. Hoy, ante la crisis ecológica global, sus ideas son más relevantes que nunca.
Razmig Keucheyan, Jacobin
¿Cuántos de los bienes que posees considerarías indispensables? ¿Y cuántos son innecesarios? No es una cuestión meramente personal, sino política. Los bienes están hechos de cosas tomadas de la naturaleza. Con la crisis medioambiental, las materias primas son cada vez más escasas, y la contaminación derivada del proceso de producción tiene consecuencias desastrosas para los ecosistemas.
De ahí que sea crucial la tarea de distinguir entre bienes que satisfacen necesidades esenciales y bienes que satisfacen necesidades artificiales. Necesitamos una teoría que nos permita hacerlo. Afortunadamente, tenemos una, formulada por la filósofa húngara Ágnes Heller.
La escuela de Budapest
Heller nació en Budapest en 1929. Era de origen judío y parte de su familia murió en Auschwitz. Después de la guerra, mientras estudiaba y enseñaba filosofía en la Universidad de Budapest, pasó a formar parte de un grupo de pensadores conocido como la «Escuela de Budapest», uno de los más creativos del pensamiento marxista de posguerra. La figura tutelar del grupo era Georg Lukács, autor de Historia y conciencia de clase.
Las relaciones de Lukács y la Escuela de Budapest con el régimen comunista húngaro alternaron fases de represión y tolerancia. Durante el periodo que va de la revuelta de Budapest de 1956 a la Primavera de Praga de 1968 en Checoslovaquia, Heller se posicionó a favor del «socialismo con rostro humano». Se identificó en esa época con la Nueva Izquierda internacional que surgía a ambos lados del Telón de Acero, criticando tanto el imperialismo estadounidense como la degeneración burocrática de la Unión Soviética.
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martes, 26 de noviembre de 2024
La hegemonía cultural y la batalla por las ideas
José Alsina Calvés, Posmodernia
De alguna manera, la batalla por las ideas se ha dado siempre en la historia de los estados y los imperios. La lucha contra las herejías en el seno de la Iglesia Católica, las discusiones teológicas entre el islam y el cristianismo o la polémica Reforma/Contrarreforma frente al cisma luterano son buenos ejemplos. Esta batalla por las ideas era la nematología que acompañaba, en ocasiones, al enfrentamiento militar.
Sin embargo, el primero que reflexionó y teorizó sobre estas cuestiones fue el filósofo marxista italiano Antonio Gramsci (Ales, Cerdeña, 22 de enero de 1891 – Roma, 27 de abril de 1937). Gramsci fue uno de los fundadores del Partido Comunista Italiano en 1921, junto a Palmiro Togliatti. En 1926 fue detenido y encarcelado por el régimen fascista, y durante su estancia en prisión escribe los Cuadernos de la cárcel, en los que reflexiona sobre el fracaso del comunismo en Italia y la victoria fascista.
Las ideas de Gramsci sobre el papel de la hegemonía cultural pueden considerarse una revisión importante del marxismo. Según las tesis marxistas clásicas existe una infraestructura (modos de producción), que determina una estructura (organización política), y esta, a su vez, determina una superestructura (religión, filosofía, ideologías).
lunes, 18 de noviembre de 2024
Ensayo sobre la subjetividad política del capital
El carácter fetichista del capital es un tema ampliamente abordado por Marx y los marxistas. Pero, ¿qué sucede con los sujetos que realizan las funciones políticas, estatales, hegemónicas del Estado bajo el imperio del capital? ¿Produce el carácter alienante, fetichizante y despersonalizador del capital una forma particular de subjetividad política?
Manuel Samaja, Jacobin
«El capitalista mismo solo es una potencia en cuanto personificación del capital»Aquí presentaremos brevemente algunas ideas relativas a lo que podría denominarse una teoría sobre la subjetividad del capital y, especialmente, sobre la subjetividad política del capital. Conviene dejar sentado desde el comienzo que lo que sigue abreva fundamentalmente en la concepción del último Lukács —expuesta en su gran tratado Sobre la ontología del ser social— así como en múltiples ideas de István Mészáros y de Évald Iliénkov. El texto que presentamos aquí, pues, constituye una apretada síntesis de un estudio y reflexión actualmente en pleno desarrollo.
Karl Marx, Teorías sobre la plusvalía
¿Subjetividad del capital?
Hablar sobre la «subjetividad del capital» probablemente produzca ciertas precauciones y hasta escepticismo, cuando no un directo rechazo. Después de todo, el capital no es un demiurgo ni un sujeto autónomo sino una relación social, un modo de la producción social, una forma de organizar la producción, la distribución, el cambio y el consumo.
Sin embargo, como decía Marx, el capital —el valor en proceso de valorización— no es una relación social sin más sino, más bien, una relación social que se presenta en la forma de una cosa. O, mejor, el capital es una relación social que se presenta en la forma de una serie de cosas, una relación social que debe metamorfosearse y «enmascararse» de múltiples «cosas»: dinero, mercancías (fuerza de trabajo, medios de producción), proceso de producción, mercancías preñadas de plusvalor, nuevamente dinero, etcétera. Cabe señalar que estas «cosas» en las que se encarna el proceso de valorización no son meras «cosas» sino —según expresión de Marx— objetos «físicamente metafísicos», relaciones sociales cosificadas.
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jueves, 14 de noviembre de 2024
Una respuesta a Saito:
¿Era Marx eco-socialista?
A propósito del nuevo libro de Kohei Saito '¡Menos! El decrecimiento es una filosofía' :: ¿Qué pensar de esta reconstrucción del itinerario del pensamiento marxista con salsa ecologista?
Daniel Tanuro, Viento Sur
Kohei Saito vuelve a la carga. En La naturaleza contra el capital. El ecosocialismo de Karl Marx (Bellaterra), el marxólogo japonés explicaba cómo el Marx de madurez, concienciado del atolladero ecológico capitalista gracias a los trabajos de Liebig y de Frass, rompió con el productivismo. Su nueva obra, Marx in the Anthropocene. Towards the Idea of Degrowth Communism (Cambridge University Press, 2023), continúa esta reflexión. El libro es excelente y particularmente útil en cuatro cuestiones: la naturaleza de clase, fundamentalmente destructiva, de las fuerzas productivas capitalistas; la superioridad social y ecológica de las (llamadas) sociedades primitivas, sin clases; el debate sobre naturaleza y cultura con Bruno Latour y Jason Moore; en fin, el gran error de los aceleracionistas que se apoyan en Marx para negar la imperiosa necesidad de un decrecimiento. Estos cuatro aspectos tienen una gran importancia política hoy, no sólo para las y los marxistas preocupados por estar a la altura del desafío ecosocial planteado por la crisis sistémica del capitalismo, sino también para las y los activistas ecológicos. Este libro tiene las mismas cualidades que el precedente: erudito, bien construído y sutil y clarificador en la presentación de la evolución intelectual de Marx después de 1868. Por desgracia, tiene el mismo defecto: da por sentado lo que sólo es una hipótesis. Una vez más, Saito exagera al querer encontrar en Marx la perfecta anticipación teórica de los combates de hoy (1).
Al comienzo fue la "fractura metabólica"
La primera parte de Marx en el Antropoceno profundiza en la exploración del concepto marxista de fractura metabólica (2). Saito sigue aquí la estela de John B. Foster y de Paul Burkett, que habían mostrado la inmensa importancia de esta noción (3). Saito enriquece el análisis al resaltar tres manifestaciones del fenómeno -perturbación de los procesos naturales, falla espacial, hiato entre las temporalidades de la naturaleza y del capital- a las que corresponden tres estrategias capitalistas de elusión -las pseudosoluciones tecnológicas, la deslocalización de las catástrofes a los países dominados y el aplazamiento de sus consecuencias a las futuras generaciones (p. 29 y ss.).
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lunes, 7 de octubre de 2024
La Globalización como “glebalización” de las masas
El retorno de “la plebe” en el Mundialismo.
Diego Fusaro, Posmodernia
Estamos asistiendo desde hace años a la replebeyización de las masas, durante un tiempo protegidas por derechos conquistados en el marco de los Estados nacionales soberanos y ahora redefinidas como una inmenso ejército de Siervos de la gleba a merced del capital sin fronteras, sobre el que reposa la esencia de esa «glebalización» como fundamento del Nuevo Feudalismo líquido-financiero.
La globalización del mercado se produce al unísono con la glebalización de los trabajadores y de las clases medias pauperizadas, con arreglo a aquella proletarización integral de la sociedad ya prevista por Marx y, después de él, por el «Programa de Erfurt» (1891): el globalismo de los dominantes es el glebalismo de los dominados. Los trabajadores son reducidos a nueva plebe del planetario sistema de las necesidades deseticizado: las suyas son consideradas a todos los efectos como «vidas de deshecho» y tratadas como tales, en una época en la que el welfarismo del compromiso entre Estado y mercado ha cedido paso a la criminalización liberal de la miseria social.
Diego Fusaro, Posmodernia
Estamos asistiendo desde hace años a la replebeyización de las masas, durante un tiempo protegidas por derechos conquistados en el marco de los Estados nacionales soberanos y ahora redefinidas como una inmenso ejército de Siervos de la gleba a merced del capital sin fronteras, sobre el que reposa la esencia de esa «glebalización» como fundamento del Nuevo Feudalismo líquido-financiero.
La globalización del mercado se produce al unísono con la glebalización de los trabajadores y de las clases medias pauperizadas, con arreglo a aquella proletarización integral de la sociedad ya prevista por Marx y, después de él, por el «Programa de Erfurt» (1891): el globalismo de los dominantes es el glebalismo de los dominados. Los trabajadores son reducidos a nueva plebe del planetario sistema de las necesidades deseticizado: las suyas son consideradas a todos los efectos como «vidas de deshecho» y tratadas como tales, en una época en la que el welfarismo del compromiso entre Estado y mercado ha cedido paso a la criminalización liberal de la miseria social.
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7:34 a.m.
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jueves, 3 de octubre de 2024
De Karl Marx al ecomarxismo
Marx nos ayuda a comprender por qué el "capitalismo verde" no es más que una ilusión: el sistema no puede existir sin acumulación y crecimiento, un crecimiento "sin límites ni medida"
Michael Löwy, New Politics
La reflexión sobre la contribución de Marx a una perspectiva ecológica ha avanzado considerablemente en las últimas décadas. La imagen un tanto caricaturesca de un Marx "prometeico", productivista e indiferente a las cuestiones medioambientales, transmitida por ciertos ecologistas con prisa por "sustituir el paradigma rojo por el verde", ha perdido gran parte de su credibilidad.
El pionero en el redescubrimiento de la dimensión ecológica en Marx y Engels fue sin duda John Bellamy Foster, con su libro Marx's Ecology: Materialism and Nature (Monthly Review Press, 2000), que destaca el análisis de Marx de la "ruptura metabólica" (Riss des Stoffwechsels) entre las sociedades humanas y el entorno natural, provocada por el capitalismo.
martes, 1 de octubre de 2024
Fredric Jameson, la Praxis del trabajo cultural
Muere a los 90 años el crítico literario y teórico estadounidense vinculado al pensamiento dialéctico. «Postmodernismo» es el volumen que en 1991 le hizo famoso en el debate internacional. Protagonista relevante y original del marxismo contemporáneo, entre sus mentores y maestros se encuentran los nombres de Erich Auerbach y Herbert Marcuse.
Marco Gatto, Il Manifesto
Fredric Jameson falleció hace una semana a los noventa años. Nació en Cleveland, Ohio, en 1934 y se educó en Yale, donde completó sus estudios de doctorado en 1959. Erich Auerbach y Herbert Marcuse, entre otros, estuvieron entre sus mentores y maestros. Personalidad esencial del marxismo contemporáneo, indisolublemente ligada al pensamiento dialéctico, Jameson atravesó el siglo XX y las dos primeras décadas de nuestro siglo concibiendo las representaciones culturales como síntomas complejos de una profunda dinámica histórica. Su obra, basada en una constante comparación con las tradiciones de pensamiento antiguas y modernas, y en un incesante combate con las propuestas teóricas contemporáneas, en nombre de una generosidad intelectual sin límites ("se puede decir de él que nada cultural le es ajeno ", declaró Colin MacCabe evocando a Terence), constituye el punto final y avanzado de ese "marxismo occidental" que Perry Anderson contribuyó a historizar y que Jameson ha refundado y puesto en pie en gran medida.
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