El despliegue militar de la Marina de Guerra de Estados Unidos en el Caribe y la declarada intención de atacar a Venezuela es una de las probables, y desgraciadas, consecuencias de este lento pero inexorable ocaso del viejo orden unipolar …
Atilio Boron
A punto de cumplirse ocho meses de la juramentación de Donald Trump como presidente de los Estados Unidos el balance de su gestión es deficitario. Sus bravuconadas de campaña y en la noche misma en la que asumió la primera magistratura se desvanecieron con el paso del tiempo.
Sus disparates, desde la pretensión de anexar a Canadá como estado número 51 de la Unión Americana hasta la compra coercitiva de Groenlandia se convirtieron en divertidos memes para consumo del gran público pero, además, indispusieron a Washington con dos países de excepcional importancia en el tablero geopolítico estadounidense.
Canadá y Estados Unidos comparten la frontera más larga del mundo: 8.991 kilómetros y, además, es la más segura cuando se la compara con la más corta pero mucho más turbulenta frontera de 3.150 kilómetros que separa a este país de México. Podríamos agregar, siguiendo un notable texto del dominicano Juan Bosch, al Caribe como la tercera frontera imperial, cuna de múltiples desafíos y conflictos desde hace más de un siglo.
Gracias a la incontinencia verbal de Trump, las actitudes amigables que los canadienses tenían en relación con su vecino cambiaron radicalmente. Una reciente encuesta del prestigioso Pew Research Center halló que ahora el 59% de los encuestados consideraban a Estados Unidos como la mayor amenaza a su país contra el 17% que señalaba a China y el 11% a Rusia, lo que configura un giro de ciento ochenta grados en el clima de opinión imperante por décadas en Canadá.