“La vieja China en el extremo del mundo ha sobrevivido con su constitución semimongólica como una ruina de remota antigüedad. (…) Este pueblo, como algunos otros de la tierra, se ha detenido a mitad de camino en su proceso educativo, quedándose, en cierta manera, en la niñez porque la maquinaria de una moral mecanizada impidió para siempre una libre evolución del espíritu y en el Imperio despótico no apareció ningún otro Confucio”.
-Johann Gottfried Herder (1744-1803)
“Los chinos son considerados como un pueblo menor de edad, y sus costumbres revelan falta de independencia. Con toda la grandeza de su emperador, el pueblo chino se desprecia a sí mismo, y más aún que lo desprecian los otros. Hay en los chinos esa conciencia de la abyección, de la que ya hemos hablado antes. La gran inmoralidad de los chinos guarda íntima relación con esta abyección. Son sumamente inclinados al robo y astutos, como los indios; son, además, de ágil complexión y muy hábiles en toda suerte de manejos de las manos. Son conocidos por engañar donde pueden; el amigo engaña al amigo y ninguno lo toma a mal, si el engaño fracasa o llega a su conocimiento. Proceden en esto de un modo ladino y taimado, de manera que los europeos han de mirarse muchísimo en el trato con ellos”
-Georg Wilhelm Friedrich Hegel (1770-1831)
Nahia Sanzo, Slavyangrad
“El orientalismo”, decía Edward Said, “no es una fantasía que creó Europa acerca de Occidente, sino un cuerpo de teoría y práctica en el que, durante muchas generaciones, se ha realizado una inversión considerable. Debido a esta continua inversión, el orientalismo ha llegado a ser un sistema para conocer Oriente, un filtro aceptado que Oriente atraviesa para penetrar en la conciencia occidental”. El intelectual palestino-estadounidense añadía que ese concepto no distaba mucho de “la idea de Europa, una noción colectiva que nos define a nosotros europeos, contra todos aquellos no europeos y se puede decir que el componente principal de la cultura europea es precisamente aquel que contribuye a que esta cultura sea hegemónica tanto dentro como fuera de Europa: la idea de una identidad europea superior a todos los pueblos y culturas no europeas”.
En esta percepción del otro es difícil no recordar aquella declaración de Josep Borrell cuando aún era el líder de la diplomacia europea. “Europa es un jardín. Hemos construido un jardín. Todo funciona. Es la mejor combinación de libertad política, prosperidad económica y cohesión social que la humanidad ha sido capaz de construir. Las tres cosas juntas”, afirmó Borrell para contrastar ese jardín de la Unión Europea con el resto del mundo antes de añadir que “el resto del mundo no es exactamente un jardín. Gran parte del resto del mundo es una jungla y la jungla podría invadir el jardín”. El entonces Alto Representante para la Política Exterior y de Seguridad de la Unión Europea tomó prestada la analogía de uno de los neocon más conocidos, Robert Kagan, cofundador del Proyecto para el Nuevo Siglo Americano, en cuyo libro de 2018 sentencia que “la jungla vuelve a crecer”. La lógica de Kagan coincide con la de Borrell en el énfasis del mantenimiento del statu quo ante un evidente cambio, aunque difiere en parte de los hechos concretos. Frente a las palabras de Borrell, que en gran parte se referían a la cuestión del intento europeo de reducir la inmigración de países que considera inferiores, Kagan pretende volver a los tiempos del fin de la historia para tratar de mantener lo que define como el orden liberal internacional, en realidad la versión creada por y para Estados Unidos después de la Segunda Guerra Mundial y que ha tratado de imponer por medio de guerras, golpes de estado o del simple ordeno y mando más allá de sus fronteras.