David Torres, Público
Entre Marcel Proust, Simone de Beauvoir, la república, Diderot, Jeanne Moreau, las baguettes, Debussy, Bardot, Voltaire, los croissants, Truffaut, el borgoña, Yourcenar, los Gitanes, los quesos y Flaubert, Francia siempre ha sido un país ejemplar, un verdadero modelo de país, pero últimamente no hay manera de tomárselo en serio. Unos ladrones asaltan el Louvre al estilo de Pepe Gotera y Otilio y unos días después nos enteramos de que la contraseña de seguridad en la videovigilancia del museo era "Louvre". Llega a pasar algo parecido en el Museo del Prado y en Le Monde están choteándose cuatro meses, pero como ha sido cosa de los franceses, habrá que ver si al final no lo ponen de moda.
Al menos desde tiempos de Molière, Francia no es una tierra donde arraigue muy bien la comedia y sin embargo llevan unos días en que no paran de trasplantar a la realidad los esperpentos de Valle-Inclán, el cine de Berlanga y los mejores disparates de Monicelli, Risi, De Sica, Germi y Comencini. En Rufufú, de Monicelli, los ladrones iban a robar una caja fuerte y terminaban asaltando un frigorífico, mientras que en el Louvre parecía que iban a transportar un frigorífico y se llevaron 88 millones de euros en joyas. De igual modo, en medio de este magno festival de la chapuza que están celebrando en París, el ex presidente Sarkozy entra a la cárcel de La Santé para cumplir cinco años de prisión y este lunes, tres semanas después, regresa a casa en libertad condicional. Es posible que, en cuestión de atracos, los comediantes franceses estén imitando a los italianos, pero en lo que concierne a la justicia, sus magistrados parecen españoles de pura cepa.















