Como observa el historiador Andrei Fursov, aunque el “choque de civilizaciones” de Huntington es un típico “virus conceptual” cuya principal tarea es desviar la atención de las contradicciones reales, la crisis del capitalismo tiene un poderoso aspecto civilizatorio, y además triple: la crisis de la civilización europea; la crisis de las civilizaciones no europeas, causada por el impacto del capitalismo en ellas; y la crisis de la civilización terrenal en su conjunto, debido a la naturaleza global del capitalismo. En la crisis de la civilización europea, además de la decadencia de la alta cultura y del cambio del propio material humano europeo en el siglo XX, hay que señalar sobre todo la crisis del cristianismo. Este último está casi muerto. El protestantismo, habiendo sustituido a Dios por el Libro, casi se ha convertido en neojudaísmo. El cristianismo no es inmune ni al judaísmo ni al liberalismo. La combinación de las crisis del capitalismo, de la civilización europea (y del cristianismo en ella) encuentra su expresión por excelencia en la crisis (o culminación) del “proyecto bíblico”. Por un lado, el hombre blanco alimentado, anciano, socialmente atomizado, burgués, cuasicristiano, politizado y multiculturalizado de Europa Occidental y Norteamérica, y por otro, el hombre hambriento, joven, agresivo, antiburgués, no blanco, oscuro (a menudo no sólo literalmente, sino también en sentido figurado) con fuertes valores colectivos, son el verdadero futuro “brillante” de Occidente. Esto no es sólo “el ocaso de Europa”, sino el ocaso de Europa en el agujero de la Historia sin posibilidad de salir del mismo. Si tenemos en cuenta el hecho de que los “occidentales” han olvidado cómo trabajar —han perdido su ética del trabajo— y cómo luchar —han perdido su capacidad de combate—, la perspectiva parece aún más sombría.

Andrei Fursov,
Mente Alternativa
Debido a la naturaleza social del capitalismo y a su escala global, la crisis de este sistema se convierte en una especie de detonante, un fenómeno en cascada que desencadena un mecanismo de crisis que va mucho más allá no sólo del capitalismo, sino del marco sociosistémico. Ya se ha escrito bastante sobre la crisis de la sociedad moderna, las ideologías progresistas del marxismo y el liberalismo y las formas asociadas de organización de la ciencia y la educación -toda la geocultura de la Ilustración-, así como sobre la crisis de la civilización europea.
En este último caso, hay que subrayar que el capitalismo, sobre todo después del sistema-mundo europeo de los “largos años cincuenta” del siglo XIX, es decir, en 1848-1867 (exactamente entre las revoluciones europeas de 1848 y la Restauración Meiji en Japón, entre el
“Manifiesto del Partido Comunista” y el primer volumen de
“El Capital”), convertido en un sistema mundial con el “Occidente atlántico” como núcleo, comenzó a destruir no sólo las civilizaciones no europeas, sino también la europea, logrando resultados significativos en sólo unas décadas.