Irán no tiene derecho a defenderse ni a responder a la agresión de Israel, como tampoco la resistencia palestina merece apoyo frente a la violencia genocida de Netanyahu. Occidente se ha dejado manipular por un psicópata que debería estar en la cárcel desde mucho antes del 7 de octubre, y que inventó la guerra y sus múltiples escaladas sólo para evitar la prisión. Y eso lo tolera Occidente. De ahí la profunda derrota, el rotundo fracaso y la bancarrota occidental que se hunde en el abismo de la violencia
Nahia Sanzo, Slavyangrad
Desde que comenzó en 2014 tras el golpe de Estado del Maidán, pero especialmente desde la invasión rusa de 2022, que provocó la respuesta conjunta de Occidente en defensa de Kiev, el conflicto ucraniano ha estado formado por tres aspectos fundamentales: un conflicto civil interno que se manifestó en la guerra de Donbass, el conflicto Ucrania-Rusia por Crimea y el énfasis ucraniano en su adhesión a la OTAN y una disputa más amplia entre Rusia y los países occidentales por la influencia en Ucrania.
Ese aspecto geopolítico ha implicado estos últimos tres años un intento de debilitar a Moscú militarmente para lograr los objetivos en Ucrania, pero también como parte de la lucha de EEUU y sus aliados europeos por mantener la hegemonía ante el ascenso de potencias como China o India, ambas miembros de los BRICS junto a Rusia, y perpetuar la sumisión del llamado Sur Global.
Convencer a esos países de que Rusia también es su enemigo ha sido uno de los objetivos de la diplomacia ucraniana, de las cancillerías europeas y del Departamento de Estado de EEUU durante la era Biden. Conseguir que esos países se sumaran a las sanciones contra Rusia, que al no haber sido aprobadas por el Consejo de Seguridad eran simplemente unilaterales y, desde el punto de vista de esos países, ilegales e ilegítimas, era la única forma de que se cumplieran las exageradas expectativas de Bruselas y Washington.
La ofensiva de llamadas, presiones y amenazas no fructificó y fueron solo los mejores amigos de la OTAN los que adoptaron las sanciones occidentales contra Rusia, mientras que otros países, entre los que destaca China, pero también India, un país mucho más cercano a las potencias occidentales, evitaron su imposición y han actuado en muchos casos como terceros países en la labor de esquivar las restricciones. El caso paradigmático no es el de la continuación de la venta de productos que Occidente considera de uso dual -civiles con posible uso militar, argumento por el cual periódicamente se culpa a China de colaborar con Rusia en una guerra en la que no ha suministrado armas-, sino la actuación de India (y Turquía, miembro de la OTAN) como país intermediario en la venta de crudo ruso.