La estrategia de Israel de décadas pasadas continuará con su esperanza de lograr alguna quimérica «desradicalización» transformadora de los palestinos que haga que «Israel sea seguro».
Alastair Crooke, SCF
(Este documento es la base de una ponencia que se pronunciará en el 25º Evento Académico Internacional Yasin (abril) sobre Desarrollo Económico y Social, Universidad HSE, Moscú, abril de 2024)
En el verano que siguió a la guerra (fallida) de Israel contra Hezbolá en 2006, Dick Cheney se sentó en su despacho lamentándose en voz alta de la fuerza continuada de Hezbolá y, lo que es peor, de que le parecía que Irán había sido el principal beneficiario de la guerra de EEUU contra Irak en 2003.
El invitado de Cheney –el entonces jefe de los servicios de inteligencia saudíes, el príncipe Bandar– coincidió enérgicamente (según la crónica de John Hannah, que participó en la reunión) y, para sorpresa general, el príncipe Bandar proclamó que aún se podía reducir a Irán: Siria era el eslabón «débil» entre Irán y Hezbollah, que podría derrumbarse mediante una insurgencia islamista, propuso Bandar. El escepticismo inicial de Cheney se convirtió en euforia cuando Bandar dijo que la participación de EEUU sería innecesaria: Él, el príncipe Bandar, orquestaría y gestionaría el proyecto. “Déjamelo a mí», dijo.
Bandar declaró por separado a John Hannah:
El Rey sabe que, aparte del colapso de la propia República Islámica, nada debilitaría más a Irán que perder Siria.Así comenzó una nueva fase de desgaste sobre Irán. El equilibrio de poder regional iba a inclinarse decisivamente hacia el Islam sunní, y hacia las monarquías de la región.