¿Qué tiene el capitalismo que hace del keynesianismo un horizonte que incluso a los aspirantes a revolucionarios les cuesta traspasar?
Mike Beggs, Jacobin
Marx vivió lo suficiente como para declararse «no marxista». Keynes no tuvo tanta suerte. Sus seguidores harían luego la distinción entre «economía keynesiana» y «la economía de Keynes». Pero para entonces la palabra ya había trascendido al hombre. Un nombre no se convierte en un «ismo» sólo por su genialidad. La obra tiene que atrapar y montar una ola histórica, y gran parte de ella nunca se recupera mientras que lo que sí lo hace empieza a generar nuevas asociaciones. El «keynesianismo» se convirtió así en sinónimo de gasto deficitario, regulación y Estado del bienestar, tres cosas que la Teoría General apenas menciona, si es que lo hace.
Geoff Mann es muy consciente de las diferencias entre Keynes como hombre, su obra y el «keynesianismo». Pero su libro sobre el keynesianismo, In the Long Run We Are All Dead, trata deliberadamente más del «ismo» que del hombre. Para Mann, Keynes ni siquiera es el originador del keynesianismo, que vendría a ser Hegel —«si no el primer keynesiano, sí su encarnación anterior más cercana»—, por lo que tenemos varios capítulos sobre Hegel antes de que el foco se desplace al propio Keynes. El keynesianismo, según lo entiende Mann, es un elemento perenne de la modernidad y Keynes fue simplemente uno de sus más hábiles articuladores, razón por la cual llegamos a conocerlo por su nombre. El propio Keynes aparece en el libro como un filósofo político que resultó ser economista, aunque no es casualidad que las grandes filosofías políticas de la sociedad capitalista estén llenas de economía.