Alejandro Nadal, La Jornada
En 1958 el economista William Phillips pensó haber descubierto una estrecha relación entre la inflación y el desempleo. Examinando los datos de la economía inglesa para el periodo 1861-1957, encontró que en los periodos de alta inflación, el desempleo era bajo y que en los años en los que los precios se reducían, el desempleo aumentaba. En una gráfica con los datos ingleses la relación trazaba una curva con pendiente negativa: había nacido la famosa ‘curva de Phillips’. Esta relación inversa tuvo enormes repercusiones en la forma de concebir la política y la teoría macroeconómica.
Para los economistas que por esos años se reclamaban la herencia de John Maynard Keynes la curva de Phillips se presentó como un resultado interesante. La política macroeconómica podía reducir el desempleo, pero a costa de aumentar la inflación. O a la inversa: se podía contrarrestar la inflación pero sólo si se aumentaba el desempleo. Para estos autores keynesianos la conclusión era inmediata: una política macroeconómica activa era importante, si bien los gobiernos tendrían que escoger de manera cuidadosa sus objetivos.
La explicación de la relación inversa entre desempleo e inflación parece sencilla. Al reducirse el desempleo los trabajadores gozan de mayor poder en las negociaciones salariales y tienen más opciones para buscar empleos alternativos. Los empresarios trasladarían a los consumidores el incremento del costo laboral, con lo cual aumentaría la inflación.