viernes, 4 de julio de 2025

El "perro loco"

…Israel es un poco como el perro loco de Estados Unidos. No siempre es obediente y a menudo intenta escapar al control, metiendo a Washington en líos. Pero no se le puede abandonar a su suerte, y lo sabe.

Enrico Tomaselli, Giubbe Rosse News

¿Son los Estados Unidos quienes dirigen a Israel, que es su dócil instrumento para controlar Oriente Medio, o es al contrario Israel quien controla de facto a los Estados Unidos, gracias también a la acción capilar de la AIPAC 1, que entre financiaciones y ostracismos ad hoc tiene en sus manos todo el Congreso?

Desde hace mucho tiempo existe un acalorado debate sobre la relación entre Estados Unidos e Israel, sobre la naturaleza de esta relación, que ciertamente no puede resumirse simplemente en términos geopolíticos.

La opinión predominante, al menos en los círculos de la llamada “disidencia”, parece ser que son los EEUU quienes llevan las riendas del mando y, como siempre en estos casos, una vez asumida una tesis, se termina interpretando cada hecho como coherente con la misma.

Mi opinión personal al respecto es que la naturaleza de esta relación es, en realidad, mucho más compleja de lo que puede resumirse en una elección binaria, A o B. Y que, en última instancia, ambos tienen poderosos instrumentos para condicionar las decisiones del otro, así como, en consecuencia, ambos se necesitan mutuamente.

El reciente conflicto con Irán, la llamada “guerra de los 12 días”, es una excelente oportunidad para verificar estas diferentes tesis.

Lo que podemos dar por seguro es que Washington sabía que Tel Aviv estaba preparando el ataque. Y, obviamente, esto puede interpretarse de diferentes maneras. Puede significar que la negociación iniciada por Witkoff con la mediación de Qatar no era, desde el principio, más que una cortina de humo para encubrir el ataque.

O, por el contrario, dado que la firmeza iraní estaba bloqueando las negociaciones, Trump pensó que la acción israelí podría inducir a Teherán a adoptar una postura más moderada.

En cualquier caso, la verdadera pregunta es: teniendo en cuenta que tanto Washington como Tel Aviv no podían ignorar los límites estructurales de la operación Rising Lion, ¿cuál era el verdadero objetivo?

Obviamente, la cuestión del programa nuclear militar iraní es un cuento para el público occidental, que además se lo traga tal cual desde hace treinta años 2, por lo que lo que se quería conseguir no era la destrucción del programa nuclear de Teherán.

El objetivo final, en el que coinciden tanto Estados Unidos como Israel, es, obviamente, la reconquista occidental de Irán. No es casualidad que, durante un par de días, reapareciera el príncipe Reza Pahlavi, heredero del sha (un feroz dictador al servicio de las siete hermanas).

Pero llevar a cabo este ambicioso plan no es posible, al menos sin poner botas sobre el terreno, algo que ninguno de los dos socios está en condiciones de hacer.

Si fuera cierta la hipótesis de que Estados Unidos manipula a Israel, habría que deducir que Washington ha empujado conscientemente a su aliado de Oriente Medio a una empresa que, en cualquier caso, nace con poco aliento y sin grandes esperanzas; cabe preguntarse por qué lo habría hecho.

Si, por el contrario, fuera cierta la hipótesis opuesta, habría que suponer que la intención era arrastrar a Estados Unidos a una guerra destructiva para Teherán; pero entonces cabe preguntarse por qué no ha sucedido.

Sin perjuicio de que hay que desmontar el mito de que Occidente —y en particular Estados Unidos e Israel— siempre sale victorioso y siempre es capaz de dar los pasos correctos (la historia nos dice exactamente lo contrario), y teniendo en cuenta que uno u otro —o ambos— han podido cometer errores de valoración, debemos considerar cómo se ha desarrollado toda la cuestión.

En una primera fase, la voluntad negociadora de Estados Unidos parecía real (tanto que los iraníes se la tomaron en serio) y, de hecho, es coherente con el resultado final de los acontecimientos: la intención de la Casa Blanca era y es evitar el estallido de un conflicto regional generalizado, cuyos resultados son impredecibles y amenazan los acuerdos recién alcanzados con los países árabes del Golfo (Arabia Saudí, Emiratos Árabes Unidos, etc. 3).

La posición inicial de EEUU (“no al desarrollo de armas nucleares, no al enriquecimiento de uranio más allá de los límites necesarios para el uso civil”) era, de hecho, perfectamente aceptable para Irán, ya que este nunca ha tenido la intención de construir un arma nuclear, y el propio enriquecimiento no era más que una forma de presión para llegar a una negociación y, por lo tanto, al fin de las sanciones.

Obviamente, la posibilidad de llegar a un acuerdo, tan previsible y fácil, a ojos tanto de Israel como de las facciones más extremistas de la administración Trump, parecía una cortina de humo.

Así comenzó una especie de baile, con las demandas estadounidenses variando con el tiempo y con nuevas adiciones («alto total al enriquecimiento, alto al programa de misiles, alto al apoyo al Eje de la Resistencia…»), y con un desajuste entre lo que decía Witkoff en Qatar y lo que decía Trump en Truth.

La debilidad de la presidencia de Trump, directamente relacionada con su personalidad ecléctica, hizo posible en un primer momento esta incertidumbre y, posteriormente, provocó un endurecimiento por parte iraní. El resultado fue el bloqueo de las negociaciones. Y este estancamiento abrió una brecha a la iniciativa israelí.

Probablemente Trump se convenció de que era necesario “forzar la mano” a Teherán, y Netanyahu le vendió un plan de ataque espectacular que, sin involucrar demasiado a Washington, habría puesto de rodillas a Irán.
Trump quería el acuerdo y no quería una guerra. Netanyahu no quería el acuerdo y si quería una guerra.
Si miramos cómo han ido las cosas, vemos que ninguno de los dos ha conseguido lo que quería.

No hay acuerdo y ha habido una guerra, aunque breve. Ergo, ninguno de los dos ejerce un control completo sobre el otro.

Pero ¿cuál era el verdadero plan israelí? En primer lugar, y teniendo en cuenta las estrechas relaciones que existen entre los dos países, es imposible que Tel Aviv no fuera consciente de que Washington no se dejaría arrastrar a la guerra. O, al menos, que esta hipótesis era extremadamente remota y casi con toda seguridad ligada a un peligro real e inminente de derrota estratégica para el Estado judío. Un riesgo que nadie en Israel habría tenido en cuenta.

Por lo tanto, parece probable que el plan fuera otro. Como, por otra parte, parece sugerir el propio desarrollo de la operación militar.

En los dos primeros días, los decisivos, los ataques israelíes tuvieron el objetivo evidente de desarticular el sistema político-militar iraní, más que de reducir su capacidad ofensiva.

El mero hecho de que Tel Aviv haya decidido jugar la carta de su amplia red de infiltrados y agentes encubiertos (fruto de años, si no décadas, de trabajo secreto por parte del Mossad), movilizados tanto para llevar a cabo ataques con drones o para señalar objetivos, como para alimentar el caos y la confusión, demuestra la convicción de tener una oportunidad de sacudir el régimen.

Por lo tanto, el cálculo de los líderes sionistas parece haber sido el de abrir una brecha, no tanto para arrastrar a Estados Unidos a una guerra cinética con la República Islámica, sino para ofrecer una oportunidad a los líderes estadounidenses.

Producir un shock en la sociedad y en los líderes iraníes, tal que abriera una ventana de oportunidad en la que, sumando la capacidad ofensiva de Israel y Estados Unidos, pareciera posible llevar rápidamente al colapso del régimen.

Parece evidente que el cálculo no solo fue erróneo desde el punto de vista militar (la capacidad de reacción de Irán), sino sobre todo desde el punto de vista político y estratégico.

No solo no se produjo ningún colapso en Teherán, sino que a partir del tercer día comenzó a perfilarse el riesgo concreto de que fuera la defensa israelí la que colapsara.

Como se ha dicho,
la disuasión iraní no es solo la suma de misiles balísticos y drones. Es una cultura política, un horizonte de disciplina, una capacidad de estar en guerra sin perderse a sí mismo. Es una forma de ser una realidad orgánica en un mundo hostil 4.
Lo que debía ser (en el plan israelí) una oportunidad para acabar con la República Islámica, o al menos (en la visión estadounidense) una medida eficaz para obligarla a negociar en los términos de Washington se convirtió rápidamente en una trampa.

El rápido deterioro de la capacidad operativa de la defensa aérea israelí 5, debido esencialmente a la escasez de misiles interceptores (un problema que afecta a todo Occidente 6), ha planteado a Tel Aviv y Washington un problema real e inminente.

De hecho, la reducida capacidad de interceptación abría la puerta no tanto a crecientes oleadas de misiles iraníes —que Teherán sabía muy bien que darían a Estados Unidos una razón para contraatacar con fuerza— como a una serie de lanzamientos menos masivos, pero cada vez más eficaces, que habrían ido destruyendo poco a poco las infraestructuras estratégicas israelíes.

El problema se planteaba desde el doble punto de vista de impedir una derrota militar israelí demasiado significativa (y difícil de ocultar) y de evitar el desencadenamiento de una escalada con desarrollos imprevisibles, y sin duda indeseable para los países árabes moderados.

Desde este punto de vista, la solución encontrada entre el Pentágono y la Casa Blanca —es decir, el ataque simultáneo a los tres emplazamientos nucleares de Ferdow, Isfahán y Natanz— fue en muchos aspectos muy eficaz y también ofreció la oportunidad de demostrar la considerable capacidad de proyección de la fuerza aérea estadounidense. Desde este punto de vista, un ejemplo perfecto de la clausewitziano “continuación de la política por otros medios».

Sin embargo, esta operación, que sin duda ha permitido salvar la cara en poco tiempo, no está exenta de repercusiones negativas, tanto políticas como militares, desde el punto de vista israelí-estadounidense.

En primer lugar, y no es baladí, en el ataque se utilizaron 14 GBU-57 MOP «bunker buster» de los 20 con los que contaban los Estados Unidos. Y, sobre todo, a pesar de que están surgiendo con fuerza noticias sobre la escasa eficacia de los propios ataques 7, tanto Washington como Tel Aviv se ven obligados a defender a capa y espada su absoluta eficacia destructiva.

Lo que, obviamente, desarma a ambos frente a un relanzamiento a corto plazo de la trillada narrativa sobre la inminencia del peligro nuclear iraní, y refuerza la posición de Teherán en su rechazo a la reanudación de las negociaciones.

Trump ha tenido que desmentir las indiscreciones de la DIA (Defence Intelligence Agency) y de la propia Tulsi Gabbard para sostener la tesis del ataque decisivo.

A su vez, Netanyahu —que está ocultando a los israelíes los daños reales causados por los misiles iraníes— medita aprovechar la ola de esta falsa victoria (que, obviamente, se atribuye a sí mismo) para convocar elecciones anticipadas y arrasar: el 80% de la población judía cree (todavía) en el éxito militar de Israel y apoya la decisión de atacar Irán. Ambos se ven, por tanto, en la necesidad de capitalizar políticamente un resultado positivo inexistente del conflicto y, por lo tanto, deben apoyar hasta el final la consistencia efectiva del ataque.

A su vez, Teherán tiene fácil capitalizar a su favor. El consenso interno se ha reforzado, las estructuras políticas y militares han resistido muy bien, la relación con sus aliados Rusia y China sale más sólida que nunca 8, y su papel regional se consolida.

Una vez más, por lo tanto, lo que se desprende de la observación fáctica de las relaciones entre Estados Unidos e Israel es que difícilmente se puede afirmar, con pruebas, que uno sea un mero instrumento del otro.

Se trata sin duda de una relación dialéctica, cuyas dinámicas varían en función del contexto interno e internacional, y en la que la capacidad recíproca de condicionamiento no es constante en el tiempo ni en intensidad.

Dicho esto, es más que evidente que, incluso al margen del considerable poder de influencia de los lobbies sionistas (judíos y evangélicos) sobre las decisiones estadounidenses, la condición objetiva de Israel es la de una dependencia existencial del apoyo estadounidense, desde el punto de vista militar, económico y político-diplomático.

En última instancia, por lo tanto, es Washington quien tiene a Tel Aviv bajo su control. Aunque, precisamente en función de las situaciones contingentes, los intereses estratégicos de Estados Unidos deben ser compatibles (o viceversa) con los israelíes.

Al mismo tiempo, dado que estos intereses no siempre son conciliables, Israel no puede confiar exclusivamente en la influencia del AIPAC, y debe mantener la posibilidad de dar, de forma autónoma, un tirón a la correa, desequilibrando a quien sostiene el otro extremo y obligándole a seguir la iniciativa del liderazgo sionista.

En resumen, Israel es un poco como el perro loco de Estados Unidos. No siempre es obediente y a menudo intenta escapar al control, metiendo a Washington en líos. Pero no se le puede abandonar a su suerte, y lo sabe.

__________
Notas:
  1. Como dijo la diputada M.A.G.A. Marjorie Taylor Greene, durante una entrevista en el canal de Tucker Carlson, los miembros del Congreso están básicamente obligados a jurar lealtad a Israel. Según ella, se espera que los legisladores declaren constantemente que «Israel es nuestro mayor aliado» y muestren públicamente su apoyo, tanto en las redes sociales como en persona. Según ella, se ha convertido en algo tan rutinario y programado que es imposible no darse cuenta. Véase el vídeo en X
  2. La CNN ha recopilado una serie de clips con las repetidas afirmaciones de Netanyahu, desde 1996, de que Irán está cerca de conseguir un arma nuclear. Netanyahu lleva casi 30 años repitiéndolo.
  3. Hay que tener en cuenta que la importancia estratégica de Oriente Medio para Estados Unidos ya no está tan ligada a la producción de petróleo (al menos desde que son autosuficientes), sino al petrodólar, es decir, al vínculo entre la moneda estadounidense y el comercio del petróleo, que constituye hoy uno de los pilares más sólidos sobre los que aún se sustenta el dominio del dólar. Y en esto resulta fundamental mantener una relación privilegiada con Arabia Saudí.
  4. Véase «Irán insubordinado, resistencia y crisis del imperio: el miedo cambia de bando», Pasquale Liguori, L’Antidiplomatico
  5. Aproximadamente la mitad de las intercepciones de misiles y drones iraníes se deben a los sistemas de defensa de las FDI (aunque alimentados por Estados Unidos). Alrededor del 22 % de los misiles balísticos iraníes fueron interceptados por la Fuerza Aérea Jordana, el 25% por los sistemas THAAD y los buques estadounidenses enel Mediterráneo oriental y el Golfo Pérsico, y solo el 53% restante fue interceptado por los sistemas defensivos israelíes.
  6. Según Carolina Lion (analista estadounidense), parece que Washington ha agotado alrededor del 15% de su arsenal THAAD en poco menos de dos semanas para defender a Israel de los misiles balísticos iraníes. Esto significa que, probablemente, las municiones para la defensa aérea se agotarían en unas seis semanas en caso de guerra contra Rusia o China. Véase también «Israel Is Running Low on Defensive Interceptors, Official Says» (Israel se está quedando sin interceptores defensivos, según un funcionario), Shelby Holliday, Wall Street Journal
  7. Según el presidente del Comité de Jefes de Estado Mayor de los Estados Unidos, el general Dan Cain, que habló sobre ello durante una reunión con senadores estadounidenses, la Fuerza Aérea de los Estados Unidos ni siquiera intentó atacar la estructura de Isfahán con GBU-57, ya que se encuentra a una profundidad tal que estas bombas no habrían sido eficaces. Los EEUU utilizaron misiles de crucero Tomahawk en la parte superficial del complejo y en las entradas a la parte subterránea, que no parecen haber sufrido grandes daños, ya que los iraníes las habían protegido previamente rellenándolas con tierra. Por lo tanto, se supone que la instalación se encuentra a una profundidad significativamente mayor de 100 metros, y es de suponer que el centro de Fordow no es muy diferente. Véase «EEUU no utilizó bombas antibúnker en una de las instalaciones nucleares de Irán, según informa un alto mando militar a los legisladores, citando la profundidad del objetivo», Natasha Bertrand y Zachary Cohen, CNN
    Según el director general del OIEA, Rafael Grossi, el material más sensible del programa nuclear iraní se encuentra a una profundidad de aproximadamente media milla (unos 800 metros) bajo tierra. Véase «El jefe nuclear de la ONU, Rafael Grossi: «Soy una persona tranquila. Me centro en lo que puedo hacer»», Financial Times

    Según informa Reuters, en los últimos años se habría construido otra instalación subterránea bajo una montaña (Pickaxe), cerca del centro de Natanz. Se cree que también es más profunda que Fordow y que los iraníes han puesto a salvo allí parte del material fisionable. Véase «U.S. strikes on Iran’s nuclear sites set up “cat-and-mouse” hunt for missing uranium» (Los ataques estadounidenses contra las instalaciones nucleares iraníes dan lugar a una caza del gato y el ratón en busca del uranio desaparecido), Francois Murphy y John Irish, Reuters

  8. Como escribe Timofey Bordachev, director del programa del Club Valdai, la seguridad y la estabilidad de Irán no son importantes para Moscú solo en virtud del acuerdo de cooperación o por su papel en los corredores euroasiáticos, sino que «Irán es un actor clave en el equilibrio euroasiático y una caída en el caos podría convertirlo en una plataforma de lanzamiento para las injerencias extranjeras dirigidas contra Rusia y China a través de Asia Central». Véase «Война на Ближнем Востоке угрожает Центральной Азии», Timofey Bordachev, Vzglyad
    En cuanto a China, como señala Lorenzo Maria Pacini en Strategic Culture, «el conflicto también afecta a los intereses de Pekín. (…) China e Irán tienen un acuerdo de 400 000 millones de dólares, basado en el petróleo y la tecnología, y se ha convertido en el primer socio comercial de Irán, con un 30% del mercado iraní, por más de 15.000 millones de dólares. Lo más importante es su participación en el corredor BRI, que configura a Irán como un amigo insustituible para una larga serie de garantías. (…) El interés en juego es grande y, en consecuencia, el compromiso de China como garante de la paz no puede ser sino grande». Véase «La Cina si fa avanti per la pace in Medioriente» (China da un paso adelante por la paz en Oriente Medio), Lorenzo Maria Pacini, Strategic Culture.


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