La afluencia de colonos e inversores israelíes a Chipre ha despertado la alarma entre los chipriotas y los observadores regionales, que ven en el presente de Lárnaca un eco del pasado de Haifa. Tras el auge inmobiliario se esconde un proyecto israelí más profundo para remodelar el orden del Mediterráneo oriental, en el que Chipre es tanto puerta de entrada como avanzadilla
Hafez al-Ayoubi, The Cradle
El año pasado se multiplicaron los informes sobre israelíes que compraban terrenos y propiedades en toda la República de Chipre, miembro de la UE. Aunque las cifras siguen siendo modestas, el ritmo de las adquisiciones se ha acelerado. Algunos interpretan esta ola como un síntoma del desvanecimiento de la imagen que Israel tiene de sí mismo como «el lugar más seguro para los judíos».
Otros lo ven como un subproducto de la cambiante arquitectura geopolítica del Mediterráneo oriental, en la que Chipre ocupa un nodo crítico de la visión marítima en expansión del primer ministro israelí, Benjamin Netanyahu.
La nueva frontera
Chipre, la tercera isla más grande del Mediterráneo, está dividida desde la invasión turca del norte en 1974, que estableció la República Turca del Norte de Chipre (RTNC o en inglés, TRNC), no reconocida. Alrededor de 400.000 turcochipriotas habitan esa zona bajo el patrocinio de Ankara, mientras que la República de Chipre del Sur, reconocida internacionalmente y con 1,3 millones de habitantes, ve ahora cómo su costa se va llenando cada vez más de propiedades inmobiliarias de propiedad israelí. Las estadísticas por sí solas ocultan el patrón general. Según la Autoridad Auditora de Chipre, los compradores no europeos de los últimos cinco años proceden principalmente del Líbano (16%), China (16%), Rusia (14%) e Israel (10%).



















