El anuncio de un alto el fuego en Gaza es un alivio tras 15 meses de genocidio. Pero no hace nada para remediar las numerosas violaciones del derecho internacional cometidas por Israel, que provocaron una miseria incalculable entre los palestinos.
Seraj Assi, Jacobin
Con un acuerdo de alto el fuego en Gaza ahora aprobado formalmente por ambas partes, resulta tentador dejarse llevar por una sensación de euforia después de tanta brutalidad despiadada desde el 7 de octubre de 2023. Sin embargo, debemos mantener la sobriedad. Según Reuters, «El acuerdo contempla una fase inicial de alto el fuego de seis semanas e incluye la retirada gradual de las fuerzas israelíes de Gaza y la liberación de los rehenes en poder de Hamás a cambio de los prisioneros palestinos detenidos de Israel».
Pero con el brutal bloqueo de Gaza aún en pie, esto no pondrá fin al genocidio. El bloqueo en sí mismo constituye un acto de genocidio, tal como afirma el exfiscal jefe de la CPI, Luis Moreno Ocampo. De acuerdo con el derecho internacional, imponer un bloqueo es un acto de guerra. Eso significa que no puede haber alto el fuego sin que se levante el asfixiante asedio y se ponga fin al bloqueo que Israel mantiene sobre Gaza, que lleva años y es tanto inhumano como ilegal. Las Naciones Unidas aún consideran a Israel una potencia ocupante en Gaza porque Israel sigue controlando Gaza por tierra, mar y aire.
De hecho, el propio acuerdo permite a las autoridades israelíes consolidar su ocupación militar del territorio palestino, satisfaciendo su insistencia de mantener una presencia militar permanente en la región. Esto incluye una franja de tierra vital a lo largo de la frontera con Egipto, junto con el Corredor Netzarim —una zona de ocupación construida para dividir el territorio en una región norte y otra sur— y el control militar de Israel sobre una «zona de amortiguación» ampliada, construida sobre las ruinas de hogares palestinos demolidos y familias desplazadas a lo largo de las fronteras este y norte. Tal control se adentra profundamente en el pequeño territorio de Gaza, convirtiéndolo en un gueto cada vez más reducido y poblado de refugiados.
Según informó la CNN citando a funcionarios palestinos, «Bajo las últimas propuestas, las fuerzas israelíes mantendrían una presencia a lo largo del Corredor Philadelphi —una estrecha franja de tierra a lo largo de la frontera entre Egipto y Gaza— durante la primera fase del acuerdo». El corredor, ahora ocupado por las fuerzas israelíes, era el único puente de Gaza con el mundo exterior.
Además, «Israel también mantendría una zona de amortiguación dentro de Gaza a lo largo de la frontera con Israel, sin especificar qué tan amplia sería esa zona». En otras palabras, Israel está exigiendo un control duradero sobre los dos corredores estratégicos en Gaza, una demanda que ha socavado las conversaciones de alto el fuego anteriores. Y aunque «los residentes del norte de Gaza podrían regresar libremente al norte de la franja (…) habría “arreglos de seguridad” no especificados». Esto podría resultar mortal para los palestinos desplazados que deseen regresar a sus hogares en el norte. A fines de noviembre de 2023, dos meses después del genocidio en Gaza, Israel y Hamás alcanzaron un acuerdo de alto el fuego temporal; en su primer día, las FDI abrieron fuego contra cientos de palestinos que intentaban regresar a sus hogares en el norte de Gaza.
Aunque un alto el fuego podría detener lo peor del derramamiento de sangre, no pondrá fin a las miserias de Gaza. Dejará al descubierto la destrucción total que Israel ha provocado en la franja sitiada. Según un informe de la ONU, podría tomar 350 años para que Gaza se reconstruya si permanece bajo bloqueo. Solo limpiar los escombros podría demandar quince años, por no hablar de las miles de toneladas de municiones sin explotar que permanecen esparcidas por todo el territorio. El asalto continuo de Israel contra la Agencia de Naciones Unidas para los Refugiados de Palestina en Oriente Próximo (UNRWA, por sus siglas en inglés) dificultaría incluso los esfuerzos de ayuda inmediata.
Gaza, tal y como la conocemos, ya no existe. Cuando los líderes y generales israelíes se jactan de haber bombardeado Gaza «hasta devolverla a la Edad de Piedra», no están hablando en términos metafóricos. Israel ha destruido Gaza para las generaciones venideras y la ha vuelto total y completamente inhabitable.
Aun así, el acuerdo no menciona reparaciones para los palestinos que han perdido sus hogares, escuelas, hospitales, refugios, mezquitas, pozos de agua y molinos de grano y cuya infraestructura urbana ha sido completamente destruida (en el lapso de un año, Israel ha lanzado sobre Gaza más de ochenta y cinco mil toneladas de enormes bombas fabricadas en Estados Unidos, el equivalente a múltiples bombas nucleares). Es más bien un acuerdo por los rehenes. A cambio de casi cien rehenes israelíes, solo tres mil prisioneros palestinos serán liberados, por etapas, de los más de diez mil prisioneros retenidos en campos de tortura israelíes en condiciones deplorables, la mayoría de los cuales han sido secuestrados por la fuerza en Gaza desde octubre de 2023.
Se trata de un acuerdo deplorable, negociado de mala fe. Llamarlo «alto el fuego» es engañoso. Es una pausa en el genocidio para permitir la liberación de los rehenes israelíes retenidos en Gaza. No es en absoluto permanente, sino simplemente un paréntesis coyuntural en los combates sin garantías de que Israel cumpla siquiera con el acuerdo, especialmente dado que los negociadores israelíes han insistido en mantener tropas en Gaza mientras las fuerzas israelíes han violado un acuerdo de alto el fuego en Líbano más de cien veces (el largo historial de Israel de violación de acuerdos de alto el fuego en Gaza está bien documentado).
El propio Netanyahu ha dejado claras sus intenciones en varias ocasiones. Como informó el New York Times, Netanyahu quiere un acuerdo «parcial» que garantice la liberación de los rehenes al tiempo que permita a Israel reanudar la guerra después. Mientras los negociadores de Hamás han exigido constantemente un alto el fuego permanente, los líderes israelíes han insistido en que cualquier acuerdo debe permitir que el Ejército israelí continúe su ofensiva y su ocupación en Gaza. El ministro de Finanzas de Israel, Bezalel Smotrich, prometió el lunes continuar con la limpieza étnica de Gaza: «Ahora es el momento de continuar con todas nuestras fuerzas, ocupar y limpiar toda la Franja, arrebatar por fin a Hamás el control de la ayuda humanitaria y abrir las puertas del infierno sobre Gaza hasta que Hamás se rinda por completo y se devuelvan todos los rehenes».
Liberar a los rehenes, por supuesto, nunca ha sido una prioridad para Israel. El ministro de Seguridad Nacional, Itamar Ben-Gvir, se ha jactado incansablemente de haber frustrado el acuerdo sobre los rehenes «una y otra vez». El propio Netanyahu saboteó sistemáticamente las conversaciones de alto el fuego para salvar su carrera política. E incluso mientras negociaba, Israel seguía masacrando palestinos en Gaza con una brutalidad e impunidad intensificadas, matando al menos a sesenta y dos palestinos en veinticuatro horas, incluida una familia entera de tres generaciones.
El presidente estadounidense, Joe Biden, reconoció que el acuerdo no es más que una «pausa en los combates» destinada a la liberación de los rehenes israelíes. En un discurso pronunciado el lunes, repitió lugares comunes sobre la seguridad de Israel mientras aludía simbólicamente a la «ayuda humanitaria» para los palestinos. «El acuerdo que hemos estructurado liberaría a los rehenes, detendría los combates, proporcionaría seguridad a Israel y nos permitiría aumentar significativamente la asistencia humanitaria a los palestinos que han sufrido terriblemente en esta guerra que comenzó Hamás. Han vivido un infierno», dijo Biden.
Pero el infierno de Gaza ha sido obra del propio Biden. Es trágico que el acuerdo de alto el fuego —que irónicamente ha avanzado gracias a la presión de Donald Trump sobre Netanyahu, o quizás como regalo de Netanyahu al presidente entrante— sea prácticamente el mismo acuerdo que Hamás aceptó e Israel rechazó hace seis meses, antes de que decenas de miles de palestinos más fueran masacrados.
Un alto el fuego no debería absolver a los dirigentes israelíes de crímenes de guerra y crímenes contra la humanidad. Tampoco debería absolver a Joe Biden, cuya administración financió y equipó a fondo la maquinaria genocida de Israel durante más de un año, mientras se negaba a frenar las atrocidades del gobierno israelí o forzarlo a detener el derramamiento de sangre.
La cruda realidad de la ocupación israelí debería explicar por qué en Gaza se han incumplido innumerables alto el fuego durante las últimas décadas, culminando en un interminable ciclo de derramamiento de sangre. Cuando se encarcela a dos millones de personas en 360 kilómetros cuadrados, sometiéndolas a un asedio despiadado sin final a la vista, sin forma de entrar o salir, con drones y cohetes zumbando sobre sus cabezas día y noche, bajo constante vigilancia y acoso, con escaso control sobre su vida cotidiana y una sensación general de estar viviendo en el infierno, un acuerdo de paz que no aborde ninguna de estas preocupaciones no se sostendrá.
El genocidio en Gaza es una encarnación particularmente fea del colonialismo violento de asentamientos de Israel en Palestina, el trágico fruto de décadas de ocupación y opresión de un pueblo apátrida privado de los derechos y las libertades más básicas. A menos que se desmantelen las causas profundas —se levante el asedio, se ponga fin al sistema de apartheid y a la ocupación—, la violencia continuará persiguiendo a palestinos e israelíes durante años.
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