La estrategia de limpieza étnica masiva de Netanyahu desmiente el pretexto preciado de Occidente para apoyar la criminalidad israelí: la legendaria solución de dos Estados.
Jonathan Cook, The Unz Review
Si pensaban que las capitales occidentales estaban finalmente perdiendo la paciencia con la ingeniería de Israel para provocar una hambruna en Gaza tras casi dos años de genocidio, es posible que se decepcionen.
Como siempre, los acontecimientos han seguido su curso, aunque el genocidio, el hambre extrema y la desnutrición de los dos millones de habitantes de Gaza no hayan remitido.
Los líderes occidentales expresan ahora su «indignación», como lo llaman los medios de comunicación, por el plan del primer ministro del régimen israelí, Benjamin Netanyahu, de «tomar el control total» de Gaza y «ocuparla». En algún momento, en el futuro, Israel parece estar dispuesto a entregar el enclave a fuerzas externas ajenas al pueblo palestino.
El gabinete israelí acordó el viernes pasado el primer paso: la toma de la ciudad de Gaza, donde cientos de miles de palestinos se apiñan entre las ruinas, muriendo de hambre. La ciudad será rodeada, sistemáticamente despoblada y destruida, y los supervivientes serán presumiblemente conducidos hacia el sur, a una «ciudad humanitaria» --el nuevo término de Israel para referirse a un campo de concentración-- donde serán encerrados, a la espera de la muerte o la expulsión.