El modelo del Plan Dalet -- apoderarse del territorio primero, redibujar el mapa poblacional por la fuerza, negociar después -- permanece incrustado en la arquitectura del régimen sionista
Rima Najjar, La Haine
Hoy, el mundo está siendo testigo de la lógica original de la consolidación territorial sionista en el Levante mientras muta, pero persiste -- como una serpiente que se desenrosca a través del tiempo, sosteniendo el Plan Dalet en su lengua bífida e inyectándole nuevo veneno. Desde el Plan Allon hasta la Doctrina Dahiya, desde el Líbano hasta Siria y Gaza, el expansionismo israelí continúa adaptándose a los terrenos legales, geopolíticos y tecnológicos.
El modelo del Plan Dalet -- apoderarse del territorio primero, redibujar el mapa poblacional por la fuerza, negociar después -- permanece incrustado en la arquitectura de las negociaciones de paz del régimen sionista. Gaza, al igual que Cisjordania, el Golán y el sur del Líbano antes de ella, se ha convertido en un espacio donde el control militar precede al acuerdo político, y donde la crisis humanitaria no es una limitación, sino una herramienta de presión.
Gaza es el punto de ebullición de esta lógica: un sitio donde el desplazamiento, la catástrofe y la dominación son armas para moldear resultados políticos -- donde el genocidio no se ejerce a pesar de la diplomacia, sino al servicio de ella.
Desde principios de 2025, el régimen de Netanyahu ha tomado el control de grandes espacios de la Franja, confinando a más de dos millones de palestinos en "zonas humanitarias" cada vez más pequeñas, mientras mantiene el control militar total sobre el resto. Ha respaldado a agentes armados para desestabilizar la gobernanza, restringido la ayuda para ejercer presión, y ha propuesto planes de "emigración voluntaria" en su visión posbélica.
Estos movimientos reflejan el espíritu del Plan Dalet. Aunque los colonos no habiten Gaza, los cambios demográficos se logran mediante el desplazamiento, y la crisis humanitaria resultante no se presenta como un fracaso, sino como una oportunidad para la reestructuración política. En efecto, el sufrimiento se convierte en moneda de cambio.