Geopolítica del genocidio en Gaza, el nuevo libro del historiador argentino Martín Martinelli, publicado recientemente por la editorial Batalla de Ideas, es un recorrido profundo sobre la lucha del pueblo palestino, los intentos de colonización territorial de Israel, y las tensiones y pujas entre las grandes potencias que tienen como eje el genocidio que comete Tel Aviv en la Franja de Gaza.
Martin Martinelli, Jacobin
Este ensayo debate con las versiones mediáticas hegemónicas cuyo lente deforma la cruda realidad de esta «guerra» actual y cíclica. El concepto de genocidio no se formula desde las ciencias sociales sino desde el ámbito jurídico. Por eso, lo que está ocurriendo es un genocidio transmitido en directo. También expandió su fuerza destructiva a una guerra al sur del Líbano, o a intercambios de fuego con Irán, pero eso no encubre la política genocida hacia los palestinos de la Franja de Gaza, posible de ser extendida por otros métodos a Cisjordania.
En cierto orientalismo continúa una especie de división entre progreso y barbarie, la cual buscó legitimar los genocidios coloniales en nombre de la misión civilizadora. Pero ahora, desde que el Estado de Israel se incrustó allí como parte de Occidente, se autopercibe como una fortaleza sitiada.
La cuestión binaria de «democracia occidental» y «terrorismo islámico» esconde la «cara oculta de la democracia». Es decir, busca encubrir diversas formas de violencia hacia el exterior, o en este caso en particular, el genocidio. Esta vez resultó demasiado evidente. Esa oposición intentó usarse para justificar los bombardeos desde Irak, Afganistán o Libia, mientras que Tel Aviv lo realizó de manera cada vez más acrecentada, pero de manera intermitente. El sionismo pasó a mimetizarse con las ultraderechas occidentales para renovar los libretos coloniales decimonónicos.
Una de las formas más importantes en que Israel facilita los objetivos imperialistas de Estados Unidos es ayudando a asegurar el control de los corredores comerciales y los recursos energéticos críticos del Medio Oriente. Estados Unidos no logró los objetivos pensados o planificados de interrumpir la Ruta de la Seda, es decir, de debilitar el plan hegemónico de expansión chino. Algo que se manifiesta en la intención de recuperar el control del canal de Panamá y en otros puntos marítimos o estrechos como los que ahora forman parte de los Brics+. Ahora, busca un acercamiento, o entablar conversaciones con Rusia para de alguna manera tener intervención en la alianza mercantil, geopolítica y militar que se viene gestando con los chinos.
Existen en estas últimas tres décadas al menos dos políticas marcadamente diferenciadas: una, seguir extendiendo el apoyo diplomático y las relaciones hacia Arabia Saudita para sumarlos a Egipto, Jordania, Emiratos, Sudán, Marruecos, Baréin, con quienes Tel Aviv mantiene relaciones. Y la otra, aplicar la fuerza militar y la opresión hacia los países que estuvieron catalogados como el eje del mal: Siria, Líbano (Hizbulah), Irak, Libia, Afganistán, Yemen, Palestina e Irán. Continúa la reconfiguración de Medio Oriente frente a los grandes cambios sistémicos, como la caída de Bashar al Assad y las consecuencias que eso conlleva para los palestinos y para la región. El unipolarismo está en declive y presenciamos un evidente descenso del potencial del denominado «Occidente colectivo» o imperialismo colectivo, el sistema imperial estadounidense. Aunque ahora busca resarcirse en términos geopolíticos y militares. Pero eso no evita el declive relativo en la producción industrial y en la injerencia económica en otras latitudes.
Las derivas de los cambios en los realineamientos resultan de la nueva materialidad. Es decir, fricciones y reordenamientos de la región respecto del mundo. Transcurren desde los vaivenes frente a los desarrollos nucleares de Irán, y al aumento inequívoco de la influencia china y rusa en los aspectos económicos y geopolíticos, graficados en la expansión del Brics+ y de las nuevas organizaciones y trazados de rutas comerciales organizados por fuera del control europeo y estadounidense. Situación ante la cual el país norteamericano incrementa el uso de la fuerza, al menos mediante terceros países.
Varios autores coinciden en que la causa palestina se ha convertido en la causa del Sur Global. Algo que puede entenderse a través de las formas ideológicas que detenta dicha causa, de rebelarse ante un poder opresor. Y aquí surge uno de los debates que se plantean, en medio de esta destrucción generalizada de la Franja de Gaza, acerca de si estamos frente a una resistencia anticolonial y antiimperial. Puede decirse que las formas de resistencia palestina no violentas, violentas, en el lugar, o en organizaciones de boicot a Israel, buscan detener la continua expansión de la colonización tardía y de asentamientos por parte de esa potencia.
La guerra está dirigida por Estados Unidos, no por Israel. Desde el 8 de octubre han enviado a Israel 45 mil millones de dólares. Suministraron portaaviones, aviones F35 con bombas de 1 y 2 toneladas para decapitar a los movimientos palestino y libanés. Es una cultura de la violencia, con capacidad y decisión de causar el mayor daño posible. Si Estados Unidos sigue actuando de esta manera junto con Israel, se habrán destruido las barreras creadas desde la Segunda Guerra Mundial contra este tipo de atrocidades y genocidios a la vista del mundo. Los ataques contra civiles, el número de niños que llegan a los hospitales con disparos en la cabeza de francotiradores, la destrucción de plantas de purificación de agua y de tratamiento de aguas residuales: ese tipo de acciones están diseñadas para matar y provocar hambre a gran escala.
Un genocidio ejecutado por Israel, pero que sostiene el sistema imperial en su conjunto, es decir el Occidente colectivo. Por eso es una respuesta antiimperial. Algo que se convalida en lo mediático e ideológico. Israel emplea un mecanismo semejante al que utilizó Occidente desde el siglo XVI en adelante, más análogo al de los siglos XIX y XX, de procesos de colonización como las ocurridas en Nuestra América, en Asia y en África, que siguieron hasta el siglo pasado, entrelazado con el desarrollo del imperialismo. Si bien esta situación actual se asemeja a las circunstancias cíclicas anteriores en Gaza y Palestina en general, esta vez se multiplicó con un nivel mayor de masacres, destrucción de hospitales, escuelas, matanzas de niños y de periodistas, como blancos principales a aniquilar, aunque no los únicos. En esta ocasión existe un interés claro de frenar por esta región el avance de China, sus inversiones en Arabia Saudita, la progresión del Brics+ y el retroceso que eso genera en el sistema de dominación estadounidense. Mientras también se pretende intensificar el proyecto del Gran Israel con un expansionismo territorial basado en las guerras.
La actitud tanto de los gobiernos occidentales como de su prensa hegemónica continúan con una postura de tratar de ocultar los crímenes que está cometiendo el ejército israelí o justificarlo, con argumentos retóricos que buscan culpar a Hamás de todo lo sucedido. Es decir que omiten observar el contexto, la situación histórica y reciente de los gazatíes que además son en su mayoría, un 80 %, descendientes de refugiados de los conflictos anteriores en la región.
El punto álgido al que se ha llegado en esta ocasión es que más allá del apoyo popular que recibe la causa palestina, desde el Golfo hasta el Atlántico, los ciudadanos de estos países cuentan con sus problemas internos, además de estar involucrados en la reconstrucción de esos países como sucede con Irak, Siria, Yemen, Sudán o el mismo Líbano.
Esto se ve en el apoyo que la causa palestina suscita a través del mundo. No de los gobernantes, pero sí de los pueblos (no solo los de Asia Occidental) que conocen cada vez más las injusticias, la opresión, los asesinatos y maltratos, o la demolición de sus casas que aqueja la vida cotidiana de los palestinos, que los degrada en el uso de la tierra y el agua para proveerse de alimentos. El derecho de los palestinos al retorno, y las formas de resistencia al exilio forzado y a la opresión son parte integral de la historia palestina. Solo si comprendemos la importancia de sus reclamos podremos entender el sentido que tiene para ellos ese derecho. Los palestinos se erigen y erigieron a nivel mundial como un caso emblemático y simbólico de lucha.
Estados Unidos lidera una arquitectura mundial con una serie de eslabones de categoría desigual. Los países del G7 actual (sumado Canadá) son las grandes potencias imperiales del capitalismo desde hace más de un siglo. En contraposición, países sometidos o colonizados en diferente grado, o al menos invadidos en ese periodo —o donde Estados Unidos promovió golpes de Estado—, están liderados por China y Rusia, y en menor medida por el Brics+. Si bien presentan entendimientos o diversos niveles de acercamiento, lo cierto es que ambos grupos (heterogéneos a su interior) postulan un escenario global diferente.
La presión geopolítica se contrapone al desarrollo geoeconómico chino, el acople ruso, y el pivote iraní en Asia Occidental. Mientras los debates transcurren acerca de la Guerra Global Híbrida Situada (GGHS), en curso, los países en Asia Occidental se realinean y acercan a este nuevo eje. Así se observa cómo la arquitectura del mundo organizado por Estados Unidos desde 1945 se continúa erosionando y resquebrajando. Igualmente, este busca aferrarse a su sistema imperial y control hegemónico en varios aspectos, como el tecnológico e ideológico, por lo cual no se trata de un ocaso imperial abrupto.
El dispositivo de fuerza y consentimiento estadounidense, la forma de doblegar o presionar aliados, y el entramado militar junto con su narrativa hegemónica están puestos en cuestionamiento porque ya no tiene el sostén financiero y económico de mediados del siglo XX. La lógica de disputa de poder por áreas de influencia implica (luego del desgaste y la hiperextensión) el declive relativo del poder hegemónico en su arquitectura imperial global. Las guerras de Kiev y Tel Aviv por delegación dan cuenta de ello (más allá de la incidencia de otros factores), y corrobora que operan con otros mecanismos diferentes a sus rivales sistémicos (fuesen estos categorizados como imperialistas o no). Por lo tanto, el imperialismo dirime su fuerza en Eurasia frente a la oposición de los poderes emergentes allí.
Esto se desprende del análisis geopolítico. No obstante, el equilibrio de estas acciones también estará signado por las formas de resistencia (como la palestina, libanesa o yemení) o rebeliones populares —socialistas o no, de diferente cuño— que puedan suceder en las regiones analizadas. El mosaico asiático y euroasiático adquiere cada vez mayor relevancia en el tablero mundial, a partir de estos polos de poder emergente, en cada una de estas potencias por separado, del fortalecimiento de sus relaciones bilaterales y por el afianzamiento de las organizaciones multilaterales. Estas últimas parecen ofrecer un paraguas de protección frente a las dinámicas imperialistas impulsadas bajo la égida norteamericana. Sin embargo, el Brics+, la OCS también generan controversias respecto de su relación con las regiones periféricas (por la gestión de los recursos naturales estratégicos y el reparto de la riqueza y el poder mundial). Su irrupción impacta de lleno para reconfigurar el orden geopolítico mundial, con mayor énfasis en esas áreas de descarga de tensiones; así cuestiona el poder detentado por la tríada.
Las coordenadas del genocidio perpetrado por los israelíes en Gaza, financiados por Occidente, que enfrenta a la resistencia palestina, se inscribe en esa lógica. Y eso se grafica en los diferentes ejes de tensión geopolítica circunscriptos a países no alineados a la arquitectura imperial coordinada por Estados Unidos. Marcará la diferencia cómo estos pueblos resistan desde abajo, desde el Sahel con la asociación entre Malí, Níger y Burkina Faso, la resistencia en el eje latinoamericano, hasta los palestinos para no ser expulsados de sus tierras (emulando a los vietnamitas o los argelinos).
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