J. Jacks, Cotizalia
Entre 1920 y 1929, la economía de EEUU creció sin límite, gracias en parte a que la Fed aumentó la oferta monetaria en ese período en un 62%. El crecimiento fue tan intenso que las empresas acumularon dinero como para financiarse con sus beneficios sin tener que depender del crédito de las entidades financieras.
Entre 1920 y 1929, la mayoría de los inversores en Bolsa lo hacían con "margin loans". Sólo pagaban el 10% de la acción con su dinero. El otro 90% era prestado por las entidades financieras. Esto permitía invertir sin disponer de recursos. La desventaja era que las entidades podían exigir a los inversores la devolución de ese 90% en 24 horas.
Que las empresas se financiaran sin recurrir al crédito de las entidades no era aceptable. La Fed, en 1929, cerró el grifo de la oferta monetaria y las entidades empezaron a pedir a los inversores que devolvieran los préstamos. El resultado fue el "Jueves Negro" y la Depresión. Entre 1929 y 1933, el PIB cayó un 30%, la inversión un 90%, la producción industrial un 50%, la renta un 36% y el desempleo pasó del 3% al 25%.
En 1929, la economía mundial dependía de los dólares y los préstamos de EEUU. Los países en Europa estaban tan endeudados y con unos déficits comerciales tan elevados que cuando EEUU redujo sus importaciones y pidió el pago de sus préstamos, provocó la mayor crisis económica de la historia.
Para salir de la crisis, los países hicieron lo que la ortodoxia de los Principios de Marshall recetaban: eliminar “obstáculos” para ajustar la oferta al descenso de la demanda. Los Gobiernos debían reducir su gasto, reformar el mercado de trabajo, volver al equilibrio presupuestario y aumentar los impuestos y la economía volvería a crecer.
Según esta versión ortodoxa, el desempleo se corregiría “por sí solo”. El desempleo y el consumo descenderían, pero el ahorro aumentaría. El aumento del ahorro llevaría a un descenso de tipos que estimularía más inversión y más empleo. El Gobierno no debía intervenir. Según el presidente Hoover, “la ayuda federal sería un anti-servicio para los desempleados”. El “mercado” lo arregla todo y volverá a su equilibrio. El resultado de aplicar estas políticas fue pasar de una crisis a una Depresión.
La propuesta de Keynes fue diferente. La ortodoxia se equivocaba. Reducir salarios y recortar el gasto público agravaba la crisis. La solución era ajustar la demanda a la oferta con el estímulo fiscal público. Pedir el recorte de salarios sentado en una Cátedra en Oxford no era lo mismo que viajar a EEUU y ver los efectos de 1929 en primera persona.
Para Keynes, en una crisis, la pérdida de empleo llevaba a un descenso del consumo. Como resultado, las empresas no invertían y las entidades financieras dejaban de prestar. Si las empresas no invertían, más trabajadores perderían sus trabajos, el consumo descendería aun más…. Keynes creía que, como decían los “clásicos”, la economía alcanzaría al final su equilibrio, pero en el camino se habría cargado millones de empleos.
En 1933, influido por Keynes, Roosevelt empezó el primer New Deal (“tuve una gran conversación con Keynes y sus ideas me gustaron inmensamente” diría Roosevelt a Felix Frankfurter). Este Plan junto con la reducción de la jornada laboral y la Orden Ejecutiva 6102 permitieron que para 1934, la economía creciera un 10%, un 8.9% en 1935, un 13% en 1936 y un 5% en 1937. Para noviembre de 1936, el PIB había recuperado el nivel de 1929. En 1937, el desempleo se había rebajado al 9.8%.
Pero en 1936 la Fed, temiendo que las reservas de las entidades financieras causaran “una expansión injuriosa del crédito”, procedió a doblar los requerimientos de reservas con el efecto negativo en la confianza y la recuperación. El resultado fue una segunda mini-Depresión de la que EEUU sólo salió con la Guerra Mundial.
Keynes probó que el mercado no siempre soluciona los problemas ni siempre reparte adecuadamente los recursos y que cuando el sector privado se “retira” de la economía y deja de consumir, el Estado debe intervenir y endeudarse para mantener el empleo.
Ahora bien, Keynes no dijo que el sector público debía intervenir continuamente en la economía. Keynes no fue partidario de la intervención pública per se. El Gobierno era responsable de las crisis por su connivencia con el sector financiero y no debía intervenir, salvo en las crisis para evitar tasas de desempleo superiores al 10%, ya que el descontento llevaría a huelgas, al fin del capitalismo, de la democracia y a la aparición del Socialismo.
Keynes, en 1929, no era de “izquierdas”. Según David McCord Wright, sus ideas eran tan conservadoras que un líder tory podía usar su Teoría General y para Peter Drucker, Keynes sólo buscaba acabar con los sindicatos. De hecho, Keynes detestaba al Partido Laborista, llamaba “sectarios” a sus miembros y calificaba al Socialismo como "hacer frente a los problemas actuales con equivocaciones dichas por alguien hace un siglo". Para Keynes, El Capital era “un libro erróneo y sin aplicación en el mundo moderno”.
¿Habría apoyado Keynes hoy el gasto público para salir de la crisis? Quizás si o quizás no. Keynes apoyó el gasto en 1933 por el temor al Socialismo. El contexto actual no es el mismo. La quiebra actual de nuestra economía no tiene nada que ver con Keynes. Tiene que ver con un modelo territorial creado en 1978, con un deterioro educativo, con una política diseñada por un Banco Central a semejanza del crack del 29…y con una adhesión a una Unión Monetaria que en 1999 se sabía que llevaba a España a la ruina.
En 1919, Keynes negoció el Tratado de Versalles por el lado ingles. Keynes discrepaba con las condiciones que el Tratado imponía a Alemania. Creía que no tenían fundamento económico y que llevarían el país a la ruina. Keynes dimitió de su cargo y explicó por qué Alemania acabaría arruinada, tal y como pasó. ¿Algún economista español tuvo la misma decencia de exponer la verdad de las consecuencias de la entrada de España en el Euro?
Keynes, como cualquier persona, fue un hombre de contradicciones (“especulador” que invirtió en Bolsa £30.000 del King’s College, experto en intrigas, lo que le llevaría a ser llamado “pozzo”) y se equivocó en muchas de sus ideas, pero nunca fue un “Keynesiano”, como algunos lo entienden hoy día. Nunca apoyó el dispendio ni el endeudamiento público. Tampoco la intervención contínua del Gobierno en la economía. Lo que propuso fue la intervención “quirúrgica” y limitada en el tiempo para evitar que el desempleo llevara al Socialismo.
Keynes analizó la economía desde un nuevo punto de vista, el de los desempleados. En vez de hacer lo que hasta entonces hacían los economistas (elaborar modelos sobre una realidad que no existía) Keynes estudió la realidad de las personas sin trabajo. Cuando los libros de Economía hablaban de “tasas” o “capital”, Keynes hablaba del Empleo.
Algunas ideas de Keynes, no lo que algunos dicen que dijo, están vigentes. Keynes nos recuerda que las políticas “ortodoxas” de reducir el gasto público o reformar el mercado laboral sin actuar sobre las verdaderas causas de las crisis no solucionan nada. Keynes nos recuerda que los ciudadanos tienen el poder para decidir su futuro, no el “mercado”. Keynes nos recuerda que el papel fundamental en la economía es el de los empresarios y que el Gobierno sólo debe intervenir en casos puntuales.
Estamos cerca de las vacaciones. Vendría bien a algunos analistas económicos y políticos que leyeran primero a Keynes para comprender quién era (y qué no era) antes de calificar cualquier idiotez política como “Keynesiana”. Keynes no se lo merece.
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