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lunes, 30 de junio de 2025

Triunfo de Jeannette Jara abre nuevo mapa de la izquierda chilena


Álvaro Ramis

Impacta la victoria de la candidata comunista

El contundente triunfo de Jeanette Jara (PC), con más del 60% de los votos en las recientes primarias, marca un hito que sin duda definirá el nuevo ciclo político del país. Este resultado histórico no solo redefine el liderazgo dentro del Partido Comunista, sino que también establece un nuevo panorama para la izquierda chilena. Como bien anticipó el analista Ernesto Ottone, "Lo que aquí está en juego es quién va a tener el rol hegemónico en la izquierda", y la victoria abrumadora de Jara ha respondido a esa interrogante con claridad.

La evaluación de estas primarias del 29 de junio debe situarse en el contexto de la coalición progresista que apoya al gobierno actual. En este sentido, la celebración misma del proceso electoral representa un logro significativo, demostrando una capacidad de articulación que ni la derecha ni otros sectores políticos han alcanzado. Mantener esta unidad es crucial para el futuro, especialmente frente a las tensiones internas. Tanto la centroizquierda, a veces autocomplaciente con la transición, como ciertas voces de la izquierda radical, buscan periódicamente debilitar la cohesión del sector. La realización de estas primarias contribuye a superar esas tendencias centrífugas.

Si bien la baja participación es un indicio de problemas organizativos y de comunicación en el sector progresista, no debe ensombrecer el compromiso de las 1.419.723 personas que sí votaron. Cabe recordar que, en 2021, la primaria de Chile Vamos no superó los 1.350.000 votantes. Es fundamental que el dato de la abstención impulse una reflexión seria sobre cómo revitalizar la propuesta política del sector y ampliar su capacidad de convocatoria en futuros procesos. No obstante, es importante reconocer que la energía política actual no se caracteriza por la movilización ni por grandes expectativas de triunfo en noviembre. Un aspecto crítico de esta elección es que la agenda programática quedó relegada del debate, cediendo espacio a discusiones centradas en el perfil, las trayectorias personales y el carisma de las candidaturas. Ahora es el momento de construir un programa sólido y bien articulado que pueda convocar mucho más allá de la centroizquierda.

lunes, 19 de mayo de 2025

La izquierda que olvidó a Marx y la derecha que entendió a Gramsci

Gramsci está de moda. Pero mientras unos lo recitan como un relicario oxidado colgado del cuello de una retórica sin cuerpo, otros lo entienden como manual operativo, lo convierten en estrategia.
Un mural de Antonio Gramsci en Roma


René Ramírez, Jacobin

La izquierda contemporánea anda recitando a Gramsci como si sus ideas fueran souvenirs de una revolución institucionalizada. «Pesimismo de la inteligencia, optimismo de la voluntad» se repite como mantra en cafés universitarios, discursos de campaña, manuales de autoayuda progresista y más allá. Mientras tanto, la extrema derecha toma notas, ordena sus cuadros, construye sentido común y gana elecciones. Más grave, aún el triunfo electoral de este lado sobreviene solo cuando la derecha deja «tierra arrasada». A diferencia de la primera ola progresista, que supo irrumpir en tiempos de crisis con un proyecto político propio, hoy llegamos cuando no queda piedra sobre piedra, como parteras de lo que otros destruyeron. Y gobernar desde los escombros no es gobernar: es resistir con oxígeno prestado. Ganar por la negativa es condenar a cualquier proyecto político a la no sostenibilidad histórica.

Gramsci está de moda. Lo citan tanto los herederos de Laclau como los asesores de Vox, Javier Milei y Jair Bolsonaro. Pero mientras unos lo recitan como un relicario oxidado colgado del cuello de una retórica sin cuerpo, otros lo entienden como manual operativo. Lo convierten en estrategia: construcción hegemónica en tiempo real. Nosotros, atrapados en la obsesión por las narrativas, hemos ido olvidando la materia, hemos ido olvidando a Marx. Nos hemos vuelto huérfanos del modo de producción, ciegos ante la arquitectura material que da forma a las subjetividades.

Porque sí, camaradas de Twitter y militantes del algoritmo: la subjetividad no flota en el aire, no nace en TikTok ni muere en X. La subjetividad se estructura en la relación social con la producción, con la distribución, con el reparto del tiempo, del suelo y del hambre. ¿Qué materialidad proponíamos cuando la tecnología privatizada construía individuos antisociales y antidemocráticos, moldeados por algoritmos adictivos y discursos de odio personalizados? ¿Dónde estábamos cuando las plataformas enseñaron que todo es competencia y que la culpa siempre es del otro pobre, del otro repartidor, de la otra uberista, del otro migrante, la otra feminista, en fin, del otro que no se sacrifica en la misa neoliberal del mérito?

miércoles, 11 de septiembre de 2024

'Doppelgänger': un viaje al mundo del espejo

El identitarismo izquierdista generalizado en las últimas décadas es radicalmente incoherente con el universalismo cosmopolita e igualitario que históricamente ha constituido el fundamento normativo de la izquierda socialista.

Ben Burgis, Jacobin
El artículo que sigue es una reseña del libro de Naomi Klein Doppelganger (Macmillan, 2023)
Naomi no es un nombre terriblemente inusual. Está Naomi Watts, Naomi Campbell, Naomi Judd. Incluso hay una Naomi Biden, la nieta del presidente. Pero es lo suficientemente inusual como para que las dos escritoras políticas anglófonas más destacadas con ese nombre sean habitualmente confundidas. Y esa confusión es el punto de partida de Doppelganger: A Trip Into the Mirror World, de Naomi Klein.

Klein es una izquierdista de alto nivel que escribe libros enormes sobre temas como las marcas corporativas (No logo: el poder de las marcas), la política climática (Esto lo cambia todo y En llamas) y la economía neoliberal (La doctrina del shock). Es una persona seria que se guía por una visión humana e igualitaria del mundo. También es una investigadora fanáticamente meticulosa.

La Naomi con la que se confunde constantemente a Klein en Internet, Naomi Wolf, no comparte ninguna de estas virtudes. Wolf ha recorrido un largo y extraño camino desde sus comienzos como una anodina feminista liberal que trabajó como asesora en la campaña de Gore-Lieberman hasta su forma final como trastornada teórica de la conspiración y estrecha colaboradora de Steve Bannon. Y siempre ha sido una investigadora ridículamente negligente (no es de extrañar que Klein encuentre la confusión enloquecedora).

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