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lunes, 19 de mayo de 2025

La izquierda que olvidó a Marx y la derecha que entendió a Gramsci

Gramsci está de moda. Pero mientras unos lo recitan como un relicario oxidado colgado del cuello de una retórica sin cuerpo, otros lo entienden como manual operativo, lo convierten en estrategia.
Un mural de Antonio Gramsci en Roma


René Ramírez, Jacobin

La izquierda contemporánea anda recitando a Gramsci como si sus ideas fueran souvenirs de una revolución institucionalizada. «Pesimismo de la inteligencia, optimismo de la voluntad» se repite como mantra en cafés universitarios, discursos de campaña, manuales de autoayuda progresista y más allá. Mientras tanto, la extrema derecha toma notas, ordena sus cuadros, construye sentido común y gana elecciones. Más grave, aún el triunfo electoral de este lado sobreviene solo cuando la derecha deja «tierra arrasada». A diferencia de la primera ola progresista, que supo irrumpir en tiempos de crisis con un proyecto político propio, hoy llegamos cuando no queda piedra sobre piedra, como parteras de lo que otros destruyeron. Y gobernar desde los escombros no es gobernar: es resistir con oxígeno prestado. Ganar por la negativa es condenar a cualquier proyecto político a la no sostenibilidad histórica.

Gramsci está de moda. Lo citan tanto los herederos de Laclau como los asesores de Vox, Javier Milei y Jair Bolsonaro. Pero mientras unos lo recitan como un relicario oxidado colgado del cuello de una retórica sin cuerpo, otros lo entienden como manual operativo. Lo convierten en estrategia: construcción hegemónica en tiempo real. Nosotros, atrapados en la obsesión por las narrativas, hemos ido olvidando la materia, hemos ido olvidando a Marx. Nos hemos vuelto huérfanos del modo de producción, ciegos ante la arquitectura material que da forma a las subjetividades.

Porque sí, camaradas de Twitter y militantes del algoritmo: la subjetividad no flota en el aire, no nace en TikTok ni muere en X. La subjetividad se estructura en la relación social con la producción, con la distribución, con el reparto del tiempo, del suelo y del hambre. ¿Qué materialidad proponíamos cuando la tecnología privatizada construía individuos antisociales y antidemocráticos, moldeados por algoritmos adictivos y discursos de odio personalizados? ¿Dónde estábamos cuando las plataformas enseñaron que todo es competencia y que la culpa siempre es del otro pobre, del otro repartidor, de la otra uberista, del otro migrante, la otra feminista, en fin, del otro que no se sacrifica en la misa neoliberal del mérito?

miércoles, 11 de septiembre de 2024

'Doppelgänger': un viaje al mundo del espejo

El identitarismo izquierdista generalizado en las últimas décadas es radicalmente incoherente con el universalismo cosmopolita e igualitario que históricamente ha constituido el fundamento normativo de la izquierda socialista.

Ben Burgis, Jacobin
El artículo que sigue es una reseña del libro de Naomi Klein Doppelganger (Macmillan, 2023)
Naomi no es un nombre terriblemente inusual. Está Naomi Watts, Naomi Campbell, Naomi Judd. Incluso hay una Naomi Biden, la nieta del presidente. Pero es lo suficientemente inusual como para que las dos escritoras políticas anglófonas más destacadas con ese nombre sean habitualmente confundidas. Y esa confusión es el punto de partida de Doppelganger: A Trip Into the Mirror World, de Naomi Klein.

Klein es una izquierdista de alto nivel que escribe libros enormes sobre temas como las marcas corporativas (No logo: el poder de las marcas), la política climática (Esto lo cambia todo y En llamas) y la economía neoliberal (La doctrina del shock). Es una persona seria que se guía por una visión humana e igualitaria del mundo. También es una investigadora fanáticamente meticulosa.

La Naomi con la que se confunde constantemente a Klein en Internet, Naomi Wolf, no comparte ninguna de estas virtudes. Wolf ha recorrido un largo y extraño camino desde sus comienzos como una anodina feminista liberal que trabajó como asesora en la campaña de Gore-Lieberman hasta su forma final como trastornada teórica de la conspiración y estrecha colaboradora de Steve Bannon. Y siempre ha sido una investigadora ridículamente negligente (no es de extrañar que Klein encuentre la confusión enloquecedora).

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