Lo único que Estados Unidos quería era la hegemonía sobre Europa. Ahora la tiene como nunca antes. Los verdaderos perdedores son los europeos.
Glenn Diesen, Brave New Europe
Durante la Guerra Fría, el sistema internacional se organizó en condiciones de suma cero. Había dos centros de poder con dos ideologías incompatibles que dependían de las tensiones continuas entre dos alianzas militares rivales para preservar la disciplina de bloque y la dependencia en materia de seguridad entre los aliados. Sin otros centros de poder ni un punto intermedio ideológico, la pérdida de uno era una ganancia para el otro. Sin embargo, ante la posibilidad de una guerra nuclear, también había incentivos para reducir la rivalidad y superar la política de bloques de suma cero.
Las bases para una arquitectura de seguridad paneuropea que mitigara la competencia en materia de seguridad nacieron con los Acuerdos de Helsinki de 1975, que establecieron reglas de juego comunes para el Occidente capitalista y el Este comunista en Europa. El desarrollo posterior de la confianza inspiró el “nuevo pensamiento” de Gorbachov y su visión gaullista de un hogar europeo común para unificar el continente.
En su famoso discurso ante la ONU en diciembre de 1988, Gorbachov anunció que la Unión Soviética reduciría sus fuerzas militares en 500.000 soldados y que 50.000 soldados soviéticos serían retirados del territorio de los aliados del Pacto de Varsovia. En noviembre de 1989, Moscú permitió la caída del Muro de Berlín sin intervenir. En diciembre de 1989, Gorbachov y Bush se reunieron en Malta y declararon el fin de la Guerra Fría.