La guerra no terminará hasta que Washington y sus aliados estén dispuestos a afrontar la cuestión fundamental: la persistencia de una doctrina hegemónica que no admite rivales.
Thomas Fazi, Strategic Culture
Una cosa está clara: Trump ya no puede afirmar que la guerra en Ucrania es “la guerra de Biden”. Ahora también es la guerra de Trump.
Meses después de que el presidente estadounidense se comprometiera a poner fin rápidamente a los combates entre Ucrania y Rusia, su Administración ha anunciado que Estados Unidos ya no participará en lo que a menudo se ha descrito como una diplomacia itinerante entre ambas partes.
La semana pasada, la portavoz del Departamento de Estado, Tammy Bruce, confirmó que Estados Unidos ya no actuaría como mediador en las negociaciones. Según ella, estas “ahora son entre las dos partes”, y añadió que “ahora es el momento de que presenten y desarrollen ideas concretas sobre cómo va a terminar este conflicto. Depende de ustedes”.
Mientras tanto, en una entrevista con la NBC, Trump se mostró aún más pesimista al afirmar que “quizás no sea posible” alcanzar un acuerdo de paz. De hecho, el conflicto parece estar recrudeciéndose una vez más, y con el visto bueno de la Casa Blanca.
El 4 de mayo, The New York Times informó de que un sistema de defensa aérea Patriot suministrado por Estados Unidos y actualmente estacionado en Israel está siendo redirigido a Ucrania.
Dado que todas las exportaciones de Patriot requieren la aprobación formal de Estados Unidos en virtud de las leyes estadounidenses sobre transferencia de armas, la medida indica la autorización directa de la Casa Blanca.