Basándose en la obra de Karl Marx, la filósofa húngara Ágnes Heller desarrolló un marco para distinguir entre las necesidades verdaderamente esenciales y las artificiales. Hoy, ante la crisis ecológica global, sus ideas son más relevantes que nunca.
Razmig Keucheyan, Jacobin
¿Cuántos de los bienes que posees considerarías indispensables? ¿Y cuántos son innecesarios? No es una cuestión meramente personal, sino política. Los bienes están hechos de cosas tomadas de la naturaleza. Con la crisis medioambiental, las materias primas son cada vez más escasas, y la contaminación derivada del proceso de producción tiene consecuencias desastrosas para los ecosistemas.
De ahí que sea crucial la tarea de distinguir entre bienes que satisfacen necesidades esenciales y bienes que satisfacen necesidades artificiales. Necesitamos una teoría que nos permita hacerlo. Afortunadamente, tenemos una, formulada por la filósofa húngara Ágnes Heller.
La escuela de Budapest
Heller nació en Budapest en 1929. Era de origen judío y parte de su familia murió en Auschwitz. Después de la guerra, mientras estudiaba y enseñaba filosofía en la Universidad de Budapest, pasó a formar parte de un grupo de pensadores conocido como la «Escuela de Budapest», uno de los más creativos del pensamiento marxista de posguerra. La figura tutelar del grupo era Georg Lukács, autor de Historia y conciencia de clase.
Las relaciones de Lukács y la Escuela de Budapest con el régimen comunista húngaro alternaron fases de represión y tolerancia. Durante el periodo que va de la revuelta de Budapest de 1956 a la Primavera de Praga de 1968 en Checoslovaquia, Heller se posicionó a favor del «socialismo con rostro humano». Se identificó en esa época con la Nueva Izquierda internacional que surgía a ambos lados del Telón de Acero, criticando tanto el imperialismo estadounidense como la degeneración burocrática de la Unión Soviética.
Durante la década de 1970, Heller se exilió en Australia y ocupó cargos docentes allí, así como en Alemania y Estados Unidos. Rompió con el marxismo y defendió una forma de liberalismo político en el que las cuestiones éticas ocupaban cada vez más un lugar central. Hacia el final de su vida, Heller volvió a vivir a Hungría, donde se opuso al régimen autoritario de Viktor Orbán antes de morir en 2019, a los noventa años.
Heller es autora de numerosos artículos y libros, entre ellos Teoría de las necesidades de Marx, escrito y publicado en la década de 1970. El libro es simultáneamente una interpretación de Karl Marx y un desarrollo de su propia teoría de las necesidades, que quedará como su principal contribución al pensamiento político del siglo XX. Al elaborar la distinción entre necesidades esenciales y artificiales, su planteamiento podría ayudarnos a encarrilar a la humanidad hacia un futuro sostenible y justo.
La dialéctica de las necesidades
Según Heller, las necesidades son el concepto más fundamental de Marx. Una mercancía satisface una necesidad, real o imaginaria. Por tanto, presupone la existencia de necesidades. La cuestión es qué tipo de necesidades, y si estas son esenciales o artificiales. Las necesidades se sitúan en la articulación de la naturaleza y la cultura. Mi necesidad de comer es una necesidad natural, incluso vital: si no como, moriré. Pero puede satisfacerse de innumerables maneras; basta con echar un vistazo a la historia de la alimentación para darse cuenta de ello. Como observó Marx, «el hambre es hambre; pero el hambre que se satisface con carne cocida comida con cuchillo y tenedor difiere del hambre que devora carne cruda con la ayuda de las manos, las uñas y los dientes».
Marx deja en suspenso una ambigüedad: ¿es la propia necesidad la que evoluciona a lo largo de la historia o solo las formas de satisfacerla? Depende del caso. Lo decisivo es que las necesidades están ligadas a la evolución de los modos de producción y, en particular, del capitalismo. En el capitalismo, «la producción produce consumo», según Marx. A través de las necesidades, la producción se plantea como instancia mediadora de las relaciones entre naturaleza y cultura.
La necesidad es un «concepto límite», dice Heller, que define la «frontera existencial» de la vida humana. Si no comes, mueres. Si los ecosistemas entran en crisis, las condiciones de la vida humana en la Tierra ya no están aseguradas. «La naturaleza» bien puede producirse y reproducirse socialmente, pero estas determinaciones de nuestra existencia se nos escapan en parte. La necesidad designa a menudo una carencia o escasez de algo. Una población carece de agua potable; por tanto, la necesita. De este modo, el sentimiento de necesidad es potencialmente un vector de acción colectiva, destinada a compensar esta carencia.
Para Heller, una necesidad nunca debe considerarse de forma aislada. Es la «estructura global de las necesidades» la que debe considerarse. La aparición de ciertas necesidades depende de la satisfacción de otras: gracias a que no tengo que luchar a diario por mi supervivencia, mi necesidad de escuchar música o de viajar, por ejemplo, puede ocupar más espacio en mi vida. La satisfacción de las necesidades materiales da lugar al desarrollo de necesidades más «cualitativas».
La «estructura global de las necesidades» también se refiere al hecho de que en las sociedades modernas dependemos unos de otros para la satisfacción de la mayoría de nuestras necesidades. Este es el efecto de la división del trabajo, un proceso que se ha acelerado aún más con la globalización del capital en las últimas décadas del siglo XX: (casi) nadie cultiva sus propios tomates o construye su propio ordenador.
Nuestras necesidades están socializadas. Esta socialización depende de la existencia de complejas infraestructuras materiales y logísticas. Comer requiere la posesión de un frigorífico donde se almacenan los alimentos comprados en el supermercado: esta simple observación banal implica a una miríada de actores humanos y no humanos cuya actividad debe coordinarse en el tiempo y el espacio.
Necesidades normativas
Además de ser un concepto descriptivo, que describe un estado de cosas, las necesidades son también un concepto normativo. Lo normal, en las sociedades modernas, es disponer de un frigorífico, pero también de la casa o el apartamento en el que se encuentra, de ropa para protegerse del frío y de la capacidad de moverse en el espacio mediante transporte privado o público, por no hablar de una educación, medios de comunicación, buena higiene y acceso a medicamentos en caso de enfermedad.
Así pues, la vida moderna se basa en un conjunto de «normas» que definen los contornos de lo que se considera una vida «decente». Una gran parte de la población del planeta vive por debajo de esos estándares, mientras que una minoría situada en la cúspide de la estructura social de los países del Norte (y cada vez más también de ciertos países del Sur) vive muy por encima. Como ya sabía Marx, «en nuestra época, lo superfluo es más fácil de producir que lo necesario».
Heller somete a crítica la «dictadura sobre las necesidades» que a sus ojos constituían la URSS y los países del Bloque del Este (en el momento en que ella escribía, por supuesto, estos sistemas de estilo soviético seguían muy vigentes en toda Europa del Este). En ellos, una casta de burócratas aislada de la sociedad civil decide qué necesidades deben satisfacerse, ejerciendo así una «dictadura» sobre ellas. Las «preferencias» de los individuos no cuentan casi nada en las decisiones productivas.
En este marco, las necesidades se definen y satisfacen «desde arriba». Esta dictadura resulta cada vez más disfuncional con el paso del tiempo, debido a los desajustes crónicos entre la oferta y la demanda. Su legitimidad política es casi nula, ya que los ciudadanos no participan en las decisiones que les conciernen.
Contra esta dictadura, Heller desarrolla la visión de un marxismo «individualista». El objetivo de Marx, en última instancia, es el pleno desarrollo de la persona, es decir, su emancipación tanto de la dictadura del mercado como de la «dictadura sobre las necesidades» al estilo soviético.
Ciertamente, Heller no es individualista en el sentido de suscribir el liberalismo. No sostiene que los individuos deban poder cultivar sus necesidades al margen de cualquier restricción colectiva. Afirma que el comunismo consistirá en un libre juego de necesidades, en el que las necesidades de cada persona solo estarán limitadas por las necesidades de los demás.
La alienación y su opuesto
Heller desarrolla una original teoría de la alienación que adopta la forma del concepto de «necesidades radicales». El capitalismo aliena las necesidades. Lo hace en primer lugar porque, dentro de sus límites, la definición y satisfacción de tales necesidades se logra a través del mercado. Si no se tiene «poder adquisitivo», si el mercado considera que la necesidad que se desea satisfacer no es rentable, sencillamente no se abordará.
El capitalismo también impone su dictadura sobre el tiempo individual y colectivo. Una persona que se pasa la vida generando plusvalía no tiene ni tiempo ni energía para cultivar sus necesidades. El resultado más probable es que sus necesidades sean «pobres», argumenta Heller. Llega a decir que el trabajador es un «ser sin necesidades», es decir, sin necesidades reales, sin sus necesidades. El capitalismo se dedica a «manipular» las necesidades, sobre todo a través de la publicidad.
Como resultado, asistimos a una «homogeneización» de las necesidades. Este proceso afecta no solo a las clases trabajadoras, sino también a las clases dominantes, que se ven atrapadas en las redes de la alienación, aunque tengan más margen de maniobra que los trabajadores. Sin embargo, la situación no está exenta de esperanza. Las luchas que aprovechan las contradicciones inherentes a la dinámica del capitalismo hacen surgir la posibilidad de otro mundo.
Los individuos toman conciencia de la alienación. Esta conciencia de alienación es lo que Heller, siguiendo a Marx, llama una «necesidad radical». Como dice Marx, «solo una revolución de necesidades radicales puede ser una revolución radical». Una necesidad radical es una necesidad que ha surgido en el capitalismo, pero que el capitalismo es incapaz de satisfacer. Su satisfacción requiere, por tanto, la trascendencia del capitalismo. El ocio, el tiempo libre, es una necesidad radical por excelencia.
Existe una tendencia histórica a la reducción del tiempo de trabajo en el capitalismo. Sin embargo, el capitalismo solo puede reducir el tiempo de trabajo hasta cierto punto. La valorización del capital depende del trabajo, de la plusvalía. Se trata de un límite fundamental que, sin embargo, suscita en la mente de los trabajadores la idea de que, yendo más allá del capitalismo, el tiempo de trabajo podría reducirse aún más hasta abolir por completo el trabajo asalariado. La conciencia de la alienación produce su contrario: la emancipación de los trabajadores. La necesidad radical es el operador que permite pasar de una a otra.
¿Un marxismo del decrecimiento?
Heller comprende claramente el vínculo entre la cuestión de las necesidades y las cuestiones medioambientales. Siguiendo a Marx, insiste en el hecho de que si el trabajo asalariado —la plusvalía— está en el origen del valor capitalista, toda verdadera riqueza procede de la combinación de trabajo y naturaleza. El comunismo implica, por tanto, construir una nueva relación entre ambos.
El «despilfarro» es un tema importante en su obra. Por despilfarro entiende lo que se produce sin necesidad, sin corresponder a una necesidad, a una necesidad real. En la segunda mitad del siglo XX, en los países capitalistas, el problema de los residuos ha pasado a formar parte cada vez más de la conciencia ecológica. La constatación de que está en la naturaleza de este sistema despilfarrar los recursos y destruir los ecosistemas ha ganado terreno.
También podemos observar el desarrollo de esta conciencia en los países del bloque soviético durante sus últimas décadas. Una de las consecuencias de la «dictadura de las necesidades» era que los burócratas no sabían si las calidades y cantidades de bienes que producían correspondían a la demanda real. Por lo tanto, a menudo producían demasiado o demasiado poco.
En el (verdadero) comunismo, las necesidades materiales ocuparán un lugar secundario en la estructura general de las necesidades. Estarán «relativamente estancadas», dice Heller. Si efectivamente hay fórmulas productivistas que podemos encontrar en los escritos de Marx, como en los de la mayoría de los pensadores del siglo XIX, también hay una clara conciencia de los «límites» naturales. Marx está en contra del «exceso».
Esto es lo que Heller llama el «modelo de saturación» en Marx. ¿Saturación de qué? De las necesidades materiales. Una vez satisfechas («saturadas»), las necesidades siguen evolucionando. Siempre surgen nuevas necesidades, porque la especie humana es creativa. Pero ya no son necesidades materiales: son de otro orden. ¿Qué orden? Hay una tendencia a la «intelectualización» de las necesidades. No es que todo el mundo se convierta en un «intelectual» en el sentido actual del término, pero a medida que las necesidades materiales pasan a ser secundarias, las necesidades «cualitativas» adquieren mayor importancia.
Su carácter cualitativo implica una mayor reflexividad por parte de las personas que las experimentan. Estas necesidades son sociales, en el sentido de que su aparición presupone a menudo una intensificación y diversificación de las interacciones sociales. Están «orientadas hacia otros hombres», afirma Heller. La creciente importancia de las necesidades cualitativas reduce la presión sobre los ecosistemas. A diferencia de las necesidades materiales, no son intensivas en recursos naturales. La sociedad gana control sobre los procesos productivos y deja de ser prisionera del productivismo.
Heller anticipa las teorías del «poscrecimiento»: no un decrecimiento inmediato, sino un periodo transitorio consistente en una primera fase de inversión en infraestructuras y energía «verde» que permita el decrecimiento en una segunda fase y, finalmente, una economía «estacionaria» que ya no crece en el sentido de expansión del PIB. Con la «automatización total», la ciencia, el «intelecto general», se convierte en un factor central de la producción, una tesis tomada de los Grundrisse de Marx. La satisfacción de las necesidades materiales está ahora cada vez más garantizada «automáticamente», lo que libera tiempo de trabajo para el desarrollo de las necesidades cualitativas. Heller no era consciente entonces de que esa «automatización total» implicaría unos costes energéticos exorbitantes, pero esa es otra cuestión.
¿Quién decide?
Aún no hemos planteado la pregunta más importante: ¿quién decide? ¿Quién decide qué necesidades deben satisfacerse o no? Si hay que combatir la «dictadura sobre las necesidades», el poder de los burócratas, ¿con qué debemos sustituirla, tanto para respetar las necesidades de cada persona como para cumplir los objetivos de justicia social y sostenibilidad establecidos colectivamente? La lógica de la competencia implica que el capitalismo produce primero y luego se pregunta qué necesidades satisfarán los bienes (sobre)producidos, de ahí la importancia dentro de esta estructura de la publicidad y la obsolescencia programada. Las necesidades alienadas y el despilfarro son el resultado de este proceso.
En una sociedad de «productores asociados» (comunismo), en cambio, se tratará primero de pensar en las necesidades y luego de poner el aparato productivo al servicio de su satisfacción. La definición y la satisfacción de las necesidades no se dejarán en manos del mercado: se controlarán democráticamente.
Pero, ¿qué forma concreta adoptará esta deliberación sobre las necesidades? En sociedades complejas como la nuestra, con una fuerte división del trabajo, donde los individuos y los grupos sociales tienen intereses y trayectorias diferentes, la respuesta a esta pregunta dista mucho de ser evidente. Una posible respuesta que explora Heller son las cooperativas. Marx define a veces el comunismo como la generalización de las cooperativas a toda la economía. Dentro de ella, los trabajadores controlan tanto la herramienta de trabajo como las decisiones productivas.
Pero este argumento tiene un límite importante. La forma cooperativa se refiere a lo que ocurre en la empresa, pero no entre empresas. Podemos imaginar fácilmente una economía en la que las unidades de producción fueran totalmente autogestionadas por los trabajadores, pero en la que el mercado siguiera rigiendo las relaciones entre productores, y entre productores y consumidores. Algunas variantes del «socialismo de mercado» se acercan de hecho a este modelo.
La autogestión de los trabajadores será, por supuesto, un elemento central del comunismo. Pero romper con el capitalismo exige imaginar no solo un modo alternativo de gestión, sino también de coordinación de la economía. Este modo alternativo de coordinación es lo que históricamente se conoce como planificación económica. Lo que queda por diseñar es la arquitectura institucional que le corresponde. Esta es una cuestión que los marxistas en general, y Heller en particular, apenas han abordado.
La arquitectura institucional de la deliberación democrática sobre las necesidades debería adoptar la forma de un federalismo ecológico, basado en una relación dialéctica de centralización y descentralización. Según un principio enunciado por Heller, la definición de las necesidades debe realizarse lo más cerca posible de los individuos para respetar al máximo sus subjetividades. Así, cualquier cuestión que pueda tratarse al nivel político más bajo debe abordarse allí.
El proceso de ampliación —centralización— resulta de una doble necesidad. En primer lugar, se produce cuando la definición y satisfacción de una necesidad afecta a una población y un territorio más amplios. Todos los ciudadanos afectados tienen entonces voz y voto. También interviene para determinar las normas en cuyo marco tiene lugar la deliberación sobre las necesidades.
Por supuesto, esta deliberación no puede dar lugar a la satisfacción de necesidades contaminantes, alienantes o que aumenten las desigualdades. En cada nivel federativo, la deliberación sobre las necesidades tendrá lugar, por tanto, bajo restricciones, tanto medioambientales como de justicia social. Esta arquitectura institucional sin dudas ayudará a responder nuestra pregunta inicial: ¿cuántos de los bienes que posees considerarías indispensables?
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Ver también:
- No, el liberalismo no ha superado al marxismo
Vivek Chibber. 16/09/2024 - David Harvey: el regreso del marxismo y del pensamiento crítico
Razmig Keucheyan. 9/12/2011 - De Karl Marx al ecomarxismo
Michael Lowy. 3/10/2024
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