Nahia Sanzo,
Slavyangrad
Escrito antes del inicio de la contraofensiva ucraniana en Kursk o quizá sin gran esperanza en que esas acciones vayan a suponer un cambio cualitativo de tendencia,
The Washington Post advertía ayer en su editorial de que “la invasión a gran escala de Ucrania por parte de Rusia, que se acerca al final de su tercer sangriento año, ha alcanzado un punto de inflexión”. Los problemas se acumulan para Kiev, que a la reciente pérdida de Kurajovo puede sumar en breve la de Toretsk-Dzerzhink, ya en la fase final de la batalla o, lo que es más importante, la del campo de litio de Shevchenko, un objetivo que debería haber sido prioritario pero que, al encontrarse en Donbass, ha sido considerado menos importante que mantener las posiciones o avanzar en la región de Kursk. Reticente a admitir la veracidad de noticias negativas, Ucrania se ha visto obligada incluso a admitir “problemas” en la brigada Anne de Kyiv, que con tanto orgullo había anunciado Francia haberla equipado e instruido en su totalidad. Según el periodista Yury Butusov, hasta 1700 soldados habrían abandonado la unidad antes de que la brigada llegara a su primera batalla. Las dificultades son evidentes y no es momento de esconderlas, sino de utilizarlas como argumento.
“Ucrania está perdiendo territorio, tropas y tiempo”, admite
The Washington Post, que añade que “las próximas semanas determinarán si Ucrania puede seguir existiendo como Estado soberano dentro de sus fronteras anteriores a la invasión o cerca de ellas, con plenas garantías de seguridad para sus ciudadanos, o si el presidente ruso Vladimir Putin se verá recompensado y envalentonado en su guerra de expansión territorial”. Esas palabras del consejo editorial del diario de Washington complementan a lo expresado la pasada semana por Antony Blinken, que en la entrevista en profundidad en la que valora los cuatro años de legislatura de Biden, afirmó que
la guerra de Putin nada tiene que ver con la seguridad ni la expansión de la OTAN sino con “las ambiciones imperiales de Putin y el deseo de recrear una gran Rusia, de subsumir Ucrania de nuevo en Rusia”. Remarcando la ironía de alertar de las intenciones del presidente ruso de hacer desaparecer Ucrania al mismo tiempo que Donald Trump habla de Canadá como estado de Estados Unidos, el periodista liberal ruso, abiertamente contrario a la guerra, Leonid Ragozin comentaba que “Putin lanzó una brutal agresión contra Ucrania después de muchos años de maniobras arriesgadas de Rusia con la OTAN, pero [Rusia] aceptó repetidamente acuerdos que equivalían a la
finlandización de Ucrania, tanto en Minsk como en Estambul. Nada puede excusar sus acciones, pero mentir obstinadamente sobre sus motivos e intenciones perjudica a Ucrania y a su pueblo más que a nadie”. El comentario de Ragozin toca tres puntos que ninguno de los editoriales, artículos o reportajes de los grandes medios se molestan en mencionar en sus publicaciones, en las que, como muestra el editorial de
The Washington Post, el objetivo no es más que justificar la continuación de una guerra que no les importa cronificar.