El amor requiere atención, afecto y reciprocidad: es un ciclo natural de dar y recibir. El capitalismo puede mercantilizar fácilmente los dos primeros, pero el tercero se resiste al mercado. Y precisamente por eso el sistema está tan decidido a destruirlo
Kristen R. Ghodsee, Jacobin
Cada vez que me mudo a Alemania compro una taza. Esto suele implicar un viaje a la tienda más cercana, donde compro una taza extragrande por 4€ para mi té. Las delicadas tazas europeas que encuentro en los alojamientos amueblados no tienen la capacidad que necesito. Mis criterios son sencillos: debe ser grande y resistente. No me importa cómo sea ni quién la haya fabricado. En términos marxistas, solo me preocupa su valor de uso.
Sin embargo, si quisiera parecer elegante o estar a la moda, podría comprar una taza Hermès por 125€. Beber mi infusión de jengibre en esta preciosa pieza de porcelana podría aumentar mi valor social a los ojos de los conocedores de vajillas, pero su valor de uso sigue siendo el mismo: contiene mi té. Siguiendo con la jerga del marxismo, los 121€ adicionales que, en teoría, podría pagar por la taza de Hermès representan la diferencia entre sus valores de cambio como mercancías.
Cuando Karl Marx analiza la diferencia entre el valor de uso y el valor de cambio, se refiere a los objetos materiales que satisfacen los deseos y necesidades humanas, que solo se transforman en mercancías cuando se comercializan en un mercado. En 1857, utilizó el ejemplo del trigo, que
posee el mismo valor de uso, ya sea cultivado por esclavos, siervos o trabajadores libres. No perdería su valor de uso si cayera del cielo como la nieve. Ahora bien, ¿cómo se transforma el valor de uso en una mercancía? [Cuando se convierte en] un vehículo de valor de cambio.
Por lo tanto, algo intrínseco al capitalismo como sistema económico es la conversión de cosas que tienen valor de uso (que, a menudo, son abundantes y gratuitas) en cosas que tienen valor de cambio, es decir, bienes escasos por los que la gente debe pagar.














