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martes, 20 de mayo de 2025

Jeffrey Sachs: «Es terrible que Europa no haya rendido homenaje a los 27 millones de soviéticos muertos».

El famoso economista estadounidense acusa a los dirigentes europeos de no tener memoria histórica. Y, citando a Kennedy, señala un camino hacia la paz.
«Victoria», pintado por el pintor soviético Petr Aleksandrovich Krivonogov en 1948 para celebrar la toma de Berlín el 2 de mayo de 1945


Jeffrey D. Sachs, Krisis.info

El día en que Moscú celebra la victoria de la Unión Soviética sobre la Alemania nazi, Krisis publica una conmovedora intervención de Jeffrey Sachs. Esta es la traducción de un extracto del discurso pronunciado en Nicosia el 3 de mayo, durante una conversación de dos horas con Fideus Panayitou. El economista estadounidense llama a Europa, que intentó impedir la participación de los presidentes de Serbia y Eslovaquia en el desfile del Día de la Victoria en Moscú, a cumplir con su deber de memoria. Y destaca que, durante la Segunda Guerra Mundial, la Unión Soviética pagó un inmenso tributo humano: 27 millones de caídos que contribuyeron decisivamente a la derrota del nazismo (los muertos estadounidenses fueron 416.800). Para demostrar que hay una salida a la guerra en Ucrania, Sachs recuerda el discurso de paz pronunciado por John F. Kennedy el 10 de junio de 1963, apenas 165 días antes de su asesinato. Un valiente llamamiento al respeto al otro, que condujo a un acuerdo histórico con la URSS.
La Unión Soviética perdió 27 millones de personas para derrotar a Hitler: 27 millones de personas. La idea de que Europa no sea capaz de ir a rendir homenaje a los muertos y a rendir homenaje a ese logro de la humanidad es terrible. Horrible. Porque esto es un logro para toda la humanidad. Y fue un sacrificio indescriptible, como todos saben. Éste es un punto clave.

Hay un segundo punto que me gustaría plantear en relación con esto, para mostrar que hay un camino diferente. En 1963, el único presidente que verdaderamente he apreciado en mi vida, John F. Kennedy, pronunció un discurso, el 10 de junio de 1963, que los invito a ver. Es el discurso de fin de curso en la American University.

Creo que es el mayor discurso de política exterior de la historia moderna. Y es una conversación sobre cómo hacer la paz. Muy inusual. Y lo conservó porque la Crisis de los Misiles de Cuba, ocurrida unos meses antes, casi había hecho estallar el mundo entero. Y él dijo: “Necesitamos hacer algo diferente”.

Y, por cierto, sabía que tenía tanta oposición dentro de su propio gobierno que no compartió el borrador del discurso hasta el día anterior. Porque no quería que el Departamento de Defensa, el Departamento de Estado u otras agencias de seguridad intentaran bloquear el discurso. Así lo escribió junto con su brillante redactor de discursos, Ted Sorensen, a quien tuve la gran fortuna de conocer, amar y con quien entablar amistad. Y lo dijo el 10 de junio de 1963.

lunes, 12 de mayo de 2025

En el Día de la Victoria, el fantasma del fascismo vuelve a amenazar Europa


Enzo Traverso, Sin Permiso

Las conmemoraciones son interesantes espejos de las narrativas hegemónicas del pasado, que no siempre se corresponden con la conciencia histórica popular. Esto es especialmente cierto en el caso de aniversarios mundiales como el 8 de mayo de 1945.

Durante décadas, Occidente celebró el Día de la Victoria en Europa (VE) para mostrar su poder y afirmar sus valores. En esta mentalidad, Occidente no solo era poderoso, sino también virtuoso. Esta liturgia de la democracia liberal funcionaba sin problemas y de forma consensuada, con todos los participantes reunidos en torno a recuerdos, símbolos y valores que forjaron su alianza.

En 1985, cuarenta años después del fin del conflicto, la República Federal de Alemania (RFA) se sumó a estas conmemoraciones. En un famoso discurso ante el Bundestag, el presidente de la RFA, Richard von Weizsäcker, afirmó solemnemente que Alemania no debía considerar esta fecha como un día de derrota sino como uno de liberación.

Tras el fin de la Guerra Fría, el Día de la Victoria en Europa significó el triunfo de Occidente: el capitalismo, la fuerza militar, las instituciones sólidas, la prosperidad económica y un estilo de vida agradable. Algunos estudiosos hablaron de una especie de fin de la historia hegeliano, mientras que otros evocaron un final feliz al estilo de Hollywood.

Hitos inestables

Hoy en día, este cómodo ritual parece anacrónico, evocador de una época pasada. Ochenta años después de la caída del Tercer Reich, el fascismo está regresando a Europa. Seis países de la UE —Italia, Finlandia, Eslovaquia, Hungría, Croacia y la República Checa— tienen partidos de extrema derecha en el Gobierno. Partidos similares se convirtieron en actores importantes en toda la Unión Europea, desde Alemania hasta Francia y desde Polonia hasta España.

Berlín, primavera de 1945: La última batalla antes del fin de la guerra en Europa

El escritor, periodista y miembro de la Fundación Rosa Luxemburg Ingar Solty, publicó recientemente en el periódico berlinés Berliner Zeitung este emotivo ensayo que recoge los hechos bélicos y el sufrimiento del pueblo berlinés durante y después de la denominada batalla de Berlín a través de diarios, relatos y versos de los que la vivieron. La de Berlín fue la última gran batalla de la Segunda Guerra Mundial en Europa que concluiría con la capitulación del régimen nazi el 8 de mayo de 1945, hace exactmente 80 años.

Ingar Solty, Sin Permiso

La guerra aérea. Prólogo de la caída

El 16 de abril de 1945 es un día fresco. La temperatura no supera los 10 grados y el cielo está mayormente cubierto.

Es el día en que comienza la batalla por Berlín. La guerra que Alemania inició y libró como una guerra de aniquilación en el Este desde el primer día vuelve a sus orígenes como un boomerang. Tres meses antes, los civiles de Prusia Oriental ya habían pagado el precio más alto que pagaron todos los alemanes por ello. La batalla por Berlín está perdida incluso antes de empezar. Es más, a pesar de los eslóganes de resistencia de los nazis y de películas para elevar la moral como Kolberg, de Veit Harlan, la guerra ya estaba perdida desde hacía meses, incluso años. Hacía tiempo que estaba perdida cuando el 12 de enero comenzó la ofensiva del Ejército Rojo en Prusia Oriental, que rodeó la provincia alemana más oriental en muy poco tiempo. Ya se había perdido en las batallas de Stalingrado en 1942/43, y luego se había sellado en el saliente de Kursk en el verano de 1943. El fracaso de la ofensiva ante Moscú en el invierno de 1941 ya había mostrado que la victoria en la «campaña rusa», que pagaron con su vida 27 millones de ciudadanos soviéticos, entre ellos 14 millones de civiles, era impensable. La verdadera derrota, sin embargo, se produjo 12 años antes: el fracaso a la hora de impedir el traspaso del poder a Hitler por parte de los conservadores, su alianza con los grandes terratenientes y la industria pesada y, por tanto, la victoria del fascismo, que aprovechó el incendio del Reichstag para instaurar una dictadura. En su Cartilla de guerra (Kriegsfibel), Bertolt Brecht escribió: «Su hermano, aquí en el lejano Cáucaso/ Yazco ahora, hijo de campesinos suabos, enterrado/ Caído por el disparo de un campesino ruso. / Fui derrotado hace más de un año en Suabia».

La batalla por Berlín sólo retrasa lo inevitable, prolongando los asesinatos de guerra, el Holocausto y los crímenes de la fase final de los nazis, con los que quieren prevenir, asesinando sistemáticamente a sus oponentes, una revolución antibélica como la que puso fin a la Primera Guerra Mundial. Cientos de miles pagan todo esto con su vida. Millones de trabajadores forzados, cientos de miles en campos de concentración, presidiarios con trabajos forzados y encarcelados de la Gestapo anhelan la liberación, que para muchos habitantes de las ciudades será también la liberación de la guerra de bombardeos.

Pero la liberación viene de fuera. Ya en 1919, tras la hasta entonces última guerra mundial, que por aquellos días aún no había que distinguir de una segunda, Kurt Tucholsky profetizaba, con la mirada puesta en el fortalecimiento renovado del militarismo alemán, en su poema Salvación desde fuera: «Lo que ya creíamos muerto, / ¡el diablo lo arrastre!, ha vuelto:/ los viejos comisarios de la milicia, / sin charreteras, pero con la misma mentalidad. / Y aunque perdimos la guerra, / los señores, plateados de estrellas, / cierran sus largas orejas -/ no han aprendido nada. / Y solo una paz puede salvarnos, / una paz que rompa este ejército, / que rompa las viejas cadenas de hierro –/ el enemigo nos libera de estas zarzas. / Los alemanes no lo harán por sí mismos».

La capital del Reich, Berlín, constituye la zona cero del final de la guerra en Europa. La planificada capital nazi de Germania es sustituida por la arquitectura hitleriana no planificada de una metrópolis europea desmoronada, cuya clásica edificación en bloques parecerá durante décadas la dentadura de un lamentable sin techo. Y en sin techo se convertirán cientos de miles de personas. Junto con Varsovia, Stalingrado, Rotterdam y Dresde, Berlín pertenece a una de las ciudades más destruidas de la Segunda Guerra Mundial. Incluso 80 años después, cada parque infantil que se abre paso entre la típica construcción de bloques en los populares barrios antiguos de Berlín, donde ahora los alquileres se disparan, cuenta una historia de muerte, sufrimiento y destrucción.

Los bombardeos de área en Berlín

La destrucción de Berlín comenzó con los bombardeos de área aliados. Los bombardeos más devastadores tuvieron lugar los días 3 y 26 de febrero de 1945, cuando 939 y 1.184 aviones lanzaron respectivamente más de 2.000 toneladas de bombas explosivas e incendiarias sobre los barrios del centro de la ciudad. Cinco años y medio antes, Hermann Göring había dicho en un discurso radiofónico que se llamaría Meier si aparecía un solo avión enemigo sobre el cielo de Berlín. Ahora, sólo el 3 de febrero, hasta 50.000 berlineses, refugiados de guerra y trabajadores forzados murieron durante los 50 minutos que duró el bombardeo. Sólo en las bóvedas subterráneas de la estación de metro de Weberwiese, donde la gente había buscado refugio, murieron varios centenares en muy poco tiempo porque la estación de metro se derrumbó bajo la carga de las bombas. Si hoy se da un paseo por el cementerio Georgen-Parochial, en la Friedenstraße, encontrará a muchas de las víctimas, entre ellas muchos niños que hoy tendrían alrededor de 85 años. Un total de 120.000 personas perdieron su hogar aquel día.

domingo, 11 de mayo de 2025

La derrota de la Alemania nazi: por qué la historia está viva en Rusia pero muerta en Occidente

Para Rusia y otros pueblos que buscan la verdad y una paz internacional genuina, la historia está muy viva y vale la pena luchar por ella.

Editorial Strategic Culture

Ochenta años después de la derrota de la Alemania nazi, esta semana el mundo presenció un evento espectacular, solemne y jubiloso para conmemorar ese logro histórico. El desfile de la victoria en la Plaza Roja de Moscú fue un espectáculo glorioso sin igual.

Y con razón, porque la derrota de la Alemania nazi el 9 de mayo de 1945 fue en gran medida el resultado de los heroicos sacrificios de los pueblos soviético y ruso.

La conmemoración anual sigue siendo tan conmovedora y orgullosa para los rusos como siempre.

Este año, el presidente ruso, Vladimir Putin, estuvo acompañado por numerosos dignatarios internacionales para observar el desfile. Cabe destacar que, con honrosas excepciones, los líderes occidentales estuvieron ausentes, impedidos por su tóxica propaganda rusófoba y sus contradicciones históricas.

El presidente de China, Xi Jinping, ocupó un lugar destacado en la tribuna de la Plaza Roja. Una vez más, con razón.

Las naciones rusa y china fueron las que más sufrieron durante la Segunda Guerra Mundial. Se estima que la peor conflagración militar de la historia de la humanidad dejó un saldo de muertos de alrededor de 80 millones. Más de la mitad de esas víctimas pertenecían a la Unión Soviética y a China.

El Día de la Victoria, el 9 de mayo, suele conmemorarse como el fin de la Segunda Guerra Mundial. Sin embargo, el Japón Imperial, aliado de la Alemania nazi en el Eje, no fue derrotado hasta agosto de 1945. La guerra del Japón Imperial en China se libró con la misma barbarie genocida que la de la Alemania nazi en la Unión Soviética.

sábado, 10 de mayo de 2025

Día de la Victoria: rescatar la verdad


Editorial La Jornada

Rusia conmemoró ayer el 80 aniversario del Día de la Victoria, en recuerdo de la rendición incondicional de la Alemania nazi ante el Ejército Rojo, acontecimiento que puso fin a la Segunda Guerra Mundial en Europa. El evento, quizá el más importante en el calendario cívico ruso, sirvió a Moscú para demostrar el fracaso del aislamiento que intentó imponerle Occidente a raíz de la invasión a Ucrania: además de contar con la presencia de 27 jefes de Estado, el presidente Vladimir Putin pudo presumir la cada vez mayor cercanía con su homólogo Xi Jinping, con quien ratificó que las relaciones entre Rusia y China se encuentran en el mejor momento de su historia.

El Día de la Victoria es una ocasión inmejorable para desmontar la mitología occidental en torno a la caída del nazismo como una gesta estadunidense, con ingleses, canadienses, australianos, franceses y otros como comparsas. Para decirlo claro: la Wehrmacht ya no era sino un pálido reflejo de su anterior poderío cuando se produjo el desembarco aliado en Normandía del 6 de junio de 1944, que ocho décadas de tergiversación hollywoodense han elevado a la categoría de máximo punto de inflexión en la contienda.

En el momento en que Washington decidió arriesgar las vidas de sus hombres (quienes, vale la pena recordar, se encontraban segregados racialmente de un modo que nada envidiaba al nazismo), las tropas de Hitler estaban conformadas, en gran parte, por niños y ancianos, pues su ejército original se había extinto en el frente oriental. Los números son tan escalofriantes como elocuentes: en la mayor carnicería perpetrada por los seres humanos contra sus semejantes, fallecie-ron más de 32 millones de soviéticos entre 9 millones 360 mil militares y más de 23 millones de civiles; la inmensa mayoría, bajo el Plan Hambre de Hitler, que buscaba la desaparición de los pueblos eslavos para re-poblar sus inmensos territorios con la raza aria.

Aunque se ha hecho todo por borrarlo, las segundas mayores víctimas de la guerra fueron los chinos abatidos por el indescriptiblemente cruel fascismo japonés: 14 millones de civiles y 2 millones 600 mil militares chinos murieron en el campo de batalla, en campos de exterminio o en los laboratorios donde los más eminentes científicos nipones usaban seres humanos como ratones. En contraste, Reino Unido perdió 60 mil civiles; Francia, 98 mil; Estados Unidos, menos de 6 mil. Por ello, la presencia de Xi al lado de Putin es una reivindicación histórica de dos naciones que lo sacrificaron todo para derrotar al fascismo.

viernes, 9 de mayo de 2025

Ochenta años de la Gran Victoria


Nikolay Sofinskly, La Jornada

El octogésimo aniversario de la Victoria en la Gran Guerra Patria no es sólo una fecha. Es un punto de apoyo desde el cual nace la conciencia nacional, se restaura la continuidad histórica y se forma el rumbo del futuro. Cuanto más lejano se vuelve 1945, más claramente sentimos: estamos nuevamente en la primera línea de una lucha, esta vez por la memoria, el sentido y la verdad.

La victoria sobre el nazismo en 1945 no fue casual –fue el resultado de un valor sin precedentes, sacrificios colosales y fuerza moral–. La Unión Soviética desempeñó un papel decisivo en la derrota del Tercer Reich, pagando un precio terrible: millones de vidas, ciudades destruidas, destinos quebrados. Fue una victoria del pueblo, que no sólo se defendió a sí mismo, sino que liberó a pueblos enteros de la aniquilación. En este día también honramos a todos los pueblos que lucharon contra el nazismo, recordamos la unidad de la coalición antihitleriana y el precio común pagado por la libertad.

Hoy, esa Victoria vuelve a ser un blanco. En varios países europeos –incluidos aquellos donde durante la Segunda Guerra Mundial se luchó contra el nazismo– hoy se derriban monumentos a los soldados libertadores y se erigen memoriales en honor a quienes colaboraron con los nazis. En algunos de esos estados se glorifica de manera demostrativa a criminales de guerra, se distorsiona la cronología y las causas del conflicto, sustituyendo la liberación por la ocupación, y el nazismo por una supuesta “resistencia”. Esto ya no es sólo una lucha por la interpretación, sino una renuncia a los principios morales, una peligrosa inversión del bien y el mal. Todo esto sucede con el silencio, e incluso a veces con el aliento, de las élites occidentales.

Fue Stalin quien venció al nazismo. Es Occidente quien apoya a los nazis

Auschwitz y Berlín fueron liberados por los soviéticos, no por EEUU, como muestran las películas de Hollywood, obras maestras de la ideología y la propaganda liberal-atlantista

Una vez más, Vladimir Putin, presidente de la federación rusa, le da la vuelta a la tortilla a la ridícula y asilvestrada narrativa de Occidente, o mejor dicho, la narrativa del liberal-atlantista.

De hecho, es noticia reciente que Putin haya optado orgullosamente por rebautizar el aeropuerto de Volgogrado con el nombre de Stalingrado y que además haya celebrado la figura de Stalin como héroe nacional. Se derrumba así, como era previsible, la patética narrativa de Occidente según la cual Putin es el nuevo Hitler: una narrativa que, como ya saben hasta las piedras, sólo sirve a Occidente para poder deslegitimar a priori al adversario y poder justificar nuevos Hiroshimas y nuevos Nagasakis si es necesario.

Esta es, en definitiva, la función de la reductio ad Hitlerum, como la describió el filósofo político Leo Strauss. En todo caso, es Occidente quien apoya al batallón neonazi Azov en Ucrania, y no Putin, quien realmente lo que hace es combatirlo. Y que, al hacerlo, continúa la gloriosa línea soviética de oposición al nazismo.

Recordémoslo en beneficio de los muchos capita insanabilia, cuyos cerebros siguen siendo centrifugados por el celoso trabajo de los manipuladores profesionales pertenecientes al orden liberal: Auschwitz y Berlín fueron liberados por los soviéticos, no por los estadounidenses, como muestran las demenciales películas de Hollywood, obras maestras de la ideología y la propaganda liberal-atlantista. Y, además, los soviéticos no ocuparon toda Europa con sus bases, como hicieron los estadounidenses, apareciendo de hecho como los nuevos ocupantes y no como meros liberadores.

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