Muchas pistas y vías de investigación apuntan precisamente a una conspiración orquestada por Israel y sus brazos en EEUU, incluyendo la CIA y la mafia
Rafael Machado, La Haine
Esta semana se conmemoró el asesinato del Presidente de EEUU John FitzGerald Kennedy en 1963, cuando recibió dos disparos, supuestamente de Lee Harvey Oswald, quien murió dos días después, asesinado por el propietario de un club nocturno, Jacob Rubenstein o Jack Ruby (quien a su vez murió de una extraña embolia pulmonar en prisión poco más de tres años después).
Desde entonces, los hechos se han visto envueltos en innumerables teorías conspirativas, las más populares alegando un asesinato a instancias de la URSS, una operación de la mafia o una acción de la CIA.
Ahora, con la liberación de documentos de Trump, uno de los archivos descarta que Oswald haya sido un agente secreto ruso de la KGB con órdenes desde Moscú para matar a Kennedy. Otro documento rechaza la implicación de Fidel Castro en el magnicidio, señalando que, aunque Castro podría haber intensificado su apoyo a fuerzas subversivas en América Latina, era improbable que arriesgara su gobierno iniciando un conflicto con EEUU.
La acusación de «comunistas a instancias de la URSS» está fuera de lugar porque, de hecho, Kennedy intentó entonces llevar a cabo una política exterior equilibrada hacia los soviéticos. Andréi Gromyko, ministro de Asuntos Exteriores de la URSS en aquel momento, le recuerda de forma bastante favorable en sus diarios. Es cierto que desplegó armas nucleares en Turquía e intentó invadir Cuba, hechos que desembocaron en la Crisis de los Misiles; pero al mismo tiempo se opuso al envío de tropas a Vietnam.