El ex economista jefe del Banco Mundial explica por qué Estados Unidos, en lugar de seguir una estrategia que beneficie a ambas partes, ha optado por una lógica de perder-perder
Branko Milanović, Brave New Europe
En un excelente artículo reciente titulado "Guerra y Política Internacional", John Mearsheimer presenta una versión sintética de la teoría realista de las relaciones internacionales, aplicada al mundo multipolar actual. Se centra en la inevitable existencia de la guerra debido a la estructura del sistema internacional: una anarquía en la que ningún país tiene un monopolio de poder similar al que tiene el Estado en la política interna y, por lo tanto, nadie que imponga las reglas.
Mearsheimer critica a los pensadores liberales por su ingenuidad al creer (en la década de 1990) que las guerras terminarían y que la política de las grandes potencias quedaría obsoleta. (Karl Polanyi ya ridiculizó una visión igualmente ingenua en La gran transformación). Mearsheimer explica en parte este error por el hecho de que muchos pensadores liberales maduraron intelectualmente durante el período unipolar, cuando tales sueños, poco conectados con la realidad histórica, podían cultivarse.
Mearsheimer, de paso, hace una observación crucial para los economistas. Escribe:
«Los economistas convencionales pueden concentrarse en facilitar la competencia económica dentro de un sistema mundial fundamentalmente cooperativo porque prestan muy poca atención a cómo los Estados conciben su supervivencia en una anarquía internacional, donde la guerra siempre es una posibilidad. Por lo tanto, conceptos como la competencia por la seguridad y el equilibrio de poder, fundamentales para el estudio de la política internacional, no tienen cabida en la economía convencional… Además, los economistas tienden a priorizar las ganancias absolutas de un Estado, no las relativas; lo que significa que, en gran medida, ignoran el equilibrio de poder».