El crash bursátil y la quiebra de importantes bancos han sido el preámbulo del cierre de empresas y del aumento del desempleo. Esto es debido al hecho de que las finanzas ya no son un aspecto parasitario de la actividad económica, sino un componente central de la misma. Se ha desvanecido pues la contraposición entre economía real y finanzas que marcó el análisis histórico del capitalismo.
Christian Marazzi, Il Manifesto
La economía financiera abarca hoy todo; es decir, se extiende a lo largo de todo el ciclo económico, lo acompaña, digamos, de comienzo a fin. Hoy estamos metidos en los asuntos financieros –para utilizar una imagen– cuando vamos de compras al supermercado, desde el momento en que pagamos con una tarjeta de crédito. La industria automovilística, por poner un ejemplo, funciona enteramente con mecanismos crediticios (ventas a plazos, leasing), por lo que los problemas de una General Motors tienen tanto que ver con la producción de automóviles como, si no sobre todo, con la debilidad de la Gmac, su filial especializada en crédito al consumo, indispensable para vender sus productos a los consumidores. Estamos pues en un momento histórico en el que las finanzas son consustanciales a toda la producción misma de bienes y servicios.
Además de los beneficios industriales no reinvertidos en bienes de capital y salarios, las fuentes que alimentan la financiación, hoy día, se han multiplicado: hay los beneficios derivados de la repatriación de dividendos y royalties provenientes de las inversiones directas en el extranjero; los flujos de intereses derivados de los préstamos al Tercer Mundo, a los que se añaden los flujos de intereses sobre los préstamos bancarios internacionales a los países emergentes; las plusvalías derivadas de las materias primas; las sumas acumulada por familias y particulares ricos invertidas en los mercados bursátiles y los fondos de pensiones y de inversión. La multiplicación y la extensión de las fuentes y los agentes del capital poseedor de intereses es sin duda uno de los rasgos distintivos, inéditos y problemáticos del nuevo capitalismo financiero, en particular si reflexionamos sobre la posibilidad de modificar este sistema, de desfinanciarizarlo, restableciendo así una relación más equilibrada entre economía real y economía financiera.
Acumulación monetaria
Como las precedentes, esta financiarización parte también de un bloque de acumulación entendida no como reinversión de los beneficios en los procesos directamente productivos (capital constante, es decir, bienes materiales; y capital variable, es decir, salarios). De hecho, se inicia con la crisis de crecimiento del capitalismo fordista a partir de los años setenta. Estaban presentes, en aquellos años, todas las premisas para una reedición de la clásica financiarización basada en la dicotomía entre economía real (industrial) y economía monetaria, con la consiguiente desviación de la tasa de beneficio en favor de los mercados financieros para asegurar un crecimiento de los beneficios sin acumulación. Desde comienzos de los años 80 “la fuente principal de las burbujas financieras es el crecimiento tendencial del beneficio no acumulado, crecimiento resultante de un doble movimiento: por una parte, la reducción generalizada de los salarios; y, por otra, el estancamiento –incluso la reducción– de la tasa de acumulación, a pesar del restablecimiento de la tasa de beneficio” (Michel Husson Les enjeux de la crise, La Brèche). Por tasa de acumulación se entiende la tasa de crecimiento del volumen de capital neto, mientras que por tasa de beneficio se entiende la relación entre beneficio y capital: la divergencia entre las dos tasas, a partir de 1980, representa un indicador cierto, aunque no el único, de la financiarización. Pero, como hemos dicho, a los beneficios industriales no reinvertidos se han añadido, poco a poco, otras fuentes de acumulación de capital financiero, un dato que habremos de tener presente para comprender las transformaciones del modelo de desarrollo: la crisis post fordista. En particular, la financiarización ha implicado un proceso de desintermediación bancaria, en lo relativo a la financiación del crecimiento económico (preponderancia del modelo anglosajón sobre el renano), pero también ha conocido un proceso de multiplicación de los intermediarios financieros, como resultado de la desregulación y liberación de la economía.
El consumo del rentista
La transición del modo de producción fordista al capitalismo accionarial de los gestores, que está en la base del capitalismo financiero de hoy, se explica de hecho a la luz de la caída de los beneficios industriales (en torno al 50%) entre los años sesenta y setenta, debido al agotamiento de las bases tecnológicas y económicas del fordismo, en particular la saturación de los mercados de bienes de consumo de masas, la rigidez de los procesos productivos, del capital constante y del salario obrero, políticamente rígido y descendente. En el momento álgido de su desarrollo, a partir de una determinada composición orgánica del capital (es decir, de la relación entre capital constante y capital variable), el capitalismo fordista ya no fue capaz de chupar plusvalía del trabajo obrero vivo. “Por consiguiente, desde los años 70, la principal fuerza propulsora de la economía mundial ha sido la incesante tentativa de las empresas capitalistas –a instancias de sus propietarios e inversores– de llevar, por diferentes caminos, la tasa de beneficio a los niveles más altos de veinte años antes” (Luciano Gallino: L'impresa irresponsabile, Einaudi). Ya sabemos lo que sucedió: reducción del coste del trabajo, ataques a los sindicatos, automatización y robotización de procesos productivos enteros, deslocalización a países de bajos salarios, precarización del trabajo y diversificación de los modelos de consumo. Y, efectivamente, financiarización, es decir aumento de los beneficios no como excedentes de los ingresos (es decir, no según la lógica manufacturera-fordista), sino como excedente del valor en Bolsa.
No cabe duda de que en la configuración post fordista del capitalismo financiero en la que la parte de los salarios se reduce y se precariza y las inversiones de capital se estancan, el problema de la realización de los beneficios (es decir, la venta de la plusvalía producida) remite al papel de consumo por medio de rentas no salariales. Bajo este perfil distributivo, la reproducción del capital (con la polarización de la riqueza extremadamente elevada que lo caracteriza) se efectúa en parte gracias al aumento del consumo de los rentistas y en parte gracias al consumo endeudado de los asalariados. La financiarización ha redistribuido, aunque de un modo fuertemente desigual y precario (pensemos en las rentas de pensiones derivadas de la pensión integradora según el primado de las contribuciones), rentas financieras también a los trabajadores asalariados en la doble forma de rentas muebles e inmuebles (en EE UU, respectivamente del 20% y del 80%). Hay pues una suerte de transformación de la renta salarial, además de la del beneficio.
El endeudamiento de las economías domésticas, al que corresponde una reducción más o menos pronunciada del ahorro, según nos situemos en EE UU o en Europa, es lo que ha permitido al capitalismo financiero reproducirse a escala ampliada y global. Se puede afirmar que, paralelamente a la reducción de la función redistributiva del Estado social, en este periodo se ha asistido a una especie de privatización del deficit spending, de keynesiana memoria, es decir, la creación de una demanda acumulada por medio de la deuda privada (con un relativo desplazamiento del riesgo hacia las economías domésticas privadas).
La explosión de la deuda privada se ha visto facilitada, sobre todo tras el hundimiento del Nasdaq de 2000-2002, por una política monetaria muy expansiva y por la desregulación bancaria, una política que ha favorecido la titularización de los títulos de respaldo de la deuda (Collaterized Debt Obligation y Collaterized Loans Obligations), a los que se unen los Credit Default Swaps (permutas de cobertura por incumplimiento crediticio), los títulos de seguro derivados que se intercambian (de hecho, por medio del trueque) entre los operadores para protegerse contra los riesgos de inversión. El conjunto de todos estos derivados del crédito asciende ya a una cifra en torno a los 62.000 millones de dólares.
A partir de la crisis de la new economy de 2000-2002, el mercado inmobiliario estadounidense conoce una aceleración espectacular, en particular si se recuerda que ya en 2001 los precios de los bienes inmuebles eran ya muy elevados, tanto que los analistas consideraban que en 2002 existía ya una burbuja del sector. Gracias a la titularización de las hipotecas subprime, en cambio, ha sido posible impulsar la inflación del sector inmobiliario hasta el estallido de la burbuja en 2007.
La pobreza cotiza en bolsa
La expansión de las hipotecas subprime demuestra que para crecer y obtener beneficios el capital financiero requiere la participación, además de la franja media, también a los pobres. Para funcionar, este capitalismo debe invertir en la vida desnuda de personas que no pueden proporcionar ninguna garantía, que no ofrecen nada salvo a sí mismos. Es un capitalismo que hace de la vida desnuda una fuente directa de beneficio. Lo hace basándose en un cálculo de probabilidades según el cual el reembolso fallido de un préstamo se considera gestionable –es decir, secundario–, si se considera a escala de toda una población. La lógica financiera que subyace al cálculo de probabilidades es particularmente cínica: los títulos emitidos a partir del pool de créditos hipotecarios reagrupados de los bancos de negocios se construyen según el principio de la subordinación, es decir, de una jerarquía de riesgo interna de los títulos emitidos. El primer lote, el inferior, tendrá un riesgo elevado. El intermedio presentará un riesgo reducido, y el más elevado (super senior y senior), constituido de los mejores títulos, se considerará particularmente seguro. De este modo, el lote superior queda protegido de los inferiores, en el sentido de que será la parte de los títulos de mayor riesgo la primera que saltará en caso de pérdidas para los inversores. El acceso al bien-vivienda se construye basándose en modelos matemáticos de riesgo en los que la vida de las personas no cuenta en absoluto, en los que los pobres se enfrentan a los menos pobres, y en los que el derecho social al alojamiento está artificialmente subordinado al derecho privado de realización del beneficio. Con el visto bueno de los economistas académicos que en todos estos años han puesto sus competencias científicas y su dignidad a disposición de la industria financiera (1)
El límite de la propiedad social
El umbral de este proceso inclusivo lo marca la contradicción entre el derecho de propiedad social de un bien (por ejemplo, la vivienda) y el derecho de propiedad privada, entre la expansión de las necesidades sociales y la lógica privada de las finanzas de mercado. En este límite se juega el futuro del conflicto social, y también la capacidad o incapacidad del capital de salir de su propia crisis. Se trata de un umbral temporal, si sólo se piensa, por ejemplo, en la arquitectura de los contratos hipotecarios típicos de las hipotecas subprime. La fórmula del 2+28, en la que en los primeros dos años los intereses hipotecarios son fijos y bajos, precisamente para cooptar cada vez más a los propietarios, y los otros 28 a tipos variables, y por consiguiente sujetos a la marcha general de la coyuntura y de la política monetaria, representa un ejemplo de contradicción entre el derecho de propiedad social y el derecho de propiedad privada. Tras dos años de relativo predominio del valor de uso (derecho de acceso al alojamiento), se pasa a 28 años de predominio del valor de cambio, con efectos de expulsión/exclusión extremadamente violentos. De este modo, la lógica financiera produce un (bien) común, que más tarde divide y privatiza con la expulsión de los habitantes del bien común mediante la creación artificial de escaseces de todo tipo: escasez de medios financieros, liquidez, derechos, deseos y poder. Un proceso que recuerda la época de los cercamientos del siglo XVII (enclosures), en la que los ciudadanos que vivían en y de la tierra concebida como bien común fueron expulsados mediante procesos de privatización y división de la tierra comunal, procesos que dieron origen al proletariado moderno y a su vida desnuda.
1. Sobre el modo cómo la crisis financiera actual revela también la crisis de la ciencia económica académica, véase: David Colander et al., The Financial Crisis and the Systemic Failure of Academic Economics, en Economists View
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Christian Marazzi es economista, profesor universitario y director de investigación socioeconómica en la Scuola Universitaria della Svizzera Italiana (Suiza). Ha trabajado para el Departamento de Asuntos Sociales del cantón de Ticino (Suiza) y ha enseñado en la Universidad del Estado de Nueva York, y en las universidades de Padova, Lausana y Ginebra. Es autor de numerosas publicaciones sobre la transformación del trabajo y la economía del post fordismo. Ha publicado, entre otros, Il posto dei calzini: la svolta linguistica dell'economia e i suoi effetti sulla politica (Bollati Boringhieri, 1999) , E il denaro va: esodo e rivoluzione dei mercati finanziari (Bollati Boringhieri, 1998), y Capitale & linguaggio: dalla new economy all'economia di guerra (DeriveApprodi, 2002)
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Traducido para Rebelión por S. Segui.
Il Manifesto
Enlace a texto en Rebelión
Una mirada no convencional al modelo económico de la globalización, la geopolítica, y las fallas del mercado
martes, 9 de junio de 2009
Las raíces profundas de la crisis económica
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mamvas
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2:12 p.m.
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FMI advierte "potencial riesgo inflacionario"
El director gerente del Fondo Monetario Internacional (FMI), Dominique Strauss-Kahn, advirtió sobre el potencial riesgo inflacionario que puede vivir la economía mundial una vez que la recesión global termine.
El director del FMI reiteró su pronóstico de una recuperación global en la primera mitad de 2010, con el “punto de inflexión” probablemente entre septiembre y octubre de este año. En abril, el FMI aseguró que la economía mundial se contraerá 1,3% este año, seguido de una expansión de 1,9% en 2010. Sin embargo, Strauss-Kahn reiteró que la recuperación depende de “una limpieza de los balances del sector financiero”.
Más cauto fue el presidente del Banco Mundial, Robert Zoellick, quien advirtió que aún existe un alto nivel de inseguridad con respecto al panorama de la economía global, aun cuando el crecimiento chino podría sorprender al alza.
Una encuesta de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE) reveló que su panorama económico decayó a un ritmo más lento en abril y mostró indicaciones más fuertes de que la crisis podría haber tocado fondo en Canadá, Francia, Italia y el Reino Unido.
“El riesgo de una rápida inflación al final de la recesión es un riesgo real”, dijo Strauss-Kahn ayer en una conferencia en Montreal. “No es muy temprano para pensar sobre cómo lucirá el mundo al final de la crisis”.
El director del FMI reiteró su pronóstico de una recuperación global en la primera mitad de 2010, con el “punto de inflexión” probablemente entre septiembre y octubre de este año. En abril, el FMI aseguró que la economía mundial se contraerá 1,3% este año, seguido de una expansión de 1,9% en 2010. Sin embargo, Strauss-Kahn reiteró que la recuperación depende de “una limpieza de los balances del sector financiero”.
Más cauto fue el presidente del Banco Mundial, Robert Zoellick, quien advirtió que aún existe un alto nivel de inseguridad con respecto al panorama de la economía global, aun cuando el crecimiento chino podría sorprender al alza.
“China podría sorprender al alza. Actuó rápida y agresivamente para estimular la demanda. Ha revertido con éxito las cifras negativas y ha comenzado a tener buenas señales”, dijo Zoellick.
Una encuesta de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE) reveló que su panorama económico decayó a un ritmo más lento en abril y mostró indicaciones más fuertes de que la crisis podría haber tocado fondo en Canadá, Francia, Italia y el Reino Unido.
México y Japón, los más afectados por la caída del comercio
México y Japón son los países más afectados por la crisis dada la fuerte contracción de su comercio hacia Estados Unidos. En el primer trimestre del año la economía mexicana se redujo un -8,2% respecto a igual período del año pasado, la peor contracción trimestral desde el tequilazo de 1995. México completó así dos trimestres consecutivos de fuerte caída en el PIB dado que el cuarto trimestre de 2008 el descenso fue de -1,65%.
Los datos del último trimestre reflejan una drástica caída en el sector secundario, que incluye minería, electricidad, agua, gas, construcción e industria manufacturera, que llegó a -9,9%. La industria manufacturera que en gran parte actúa como una maquiladora dependiente de su vecino del norte, sufrió un serio revés de -13,8%. En un desgloce del sector manufacturero, 19 de los 21 subsectores registraron caídas en el primer trimestre, destacando los de: Maquinaria y equipo (-21.5%), Metálicas básicas (-26.4), Equipos electrónicos (-29.0) y Equipo de transporte (-38.3%).
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Los datos del último trimestre reflejan una drástica caída en el sector secundario, que incluye minería, electricidad, agua, gas, construcción e industria manufacturera, que llegó a -9,9%. La industria manufacturera que en gran parte actúa como una maquiladora dependiente de su vecino del norte, sufrió un serio revés de -13,8%. En un desgloce del sector manufacturero, 19 de los 21 subsectores registraron caídas en el primer trimestre, destacando los de: Maquinaria y equipo (-21.5%), Metálicas básicas (-26.4), Equipos electrónicos (-29.0) y Equipo de transporte (-38.3%).
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lunes, 8 de junio de 2009
George Soros: China será el primer país en salir de la crisis
El inversionista estadounidense George Soros señaló, en un foro en la ciudad china de Shanghai, que considera que el gigante asiático será el primer país del mundo que superará la crisis financiera global.
"Su pauta de recuperación será más rápida que en el resto del mundo", señaló Soros, uno de los principales inversionistas de la aerolínea china Hainan Airlines, en un discurso pronunciado en la Universidad de Fudan de Shanghai, y añadió que el gigante asiático "crecerá más rápido de lo que la mayoría espera".
"China debería jugar un papel constructivo en la reconstrucción del sistema económico global y tener una mayor voz en él", añadió Soros, citado hoy por el diario oficial "Shanghai Daily".
El inversionista resaltó el "agresivo" paquete de estímulo económico de 4 billones de yuanes (US$ 586.000 millones) puesto en marcha por el Gobierno chino y sus intenciones de aumentar el gasto nacional y las inversiones en el extranjero como respuesta al impacto sufrido por la caída del comercio mundial.
En la conferencia, Soros también señaló que espera que surja "un nuevo mundo" tras la crisis económica global, aunque admitió que por el momento no ve señales de recuperación. "Nada como esto había pasado desde la Gran Depresión y el problema está arraigado de manera profunda en el sistema financiero", añadió Soros.
"Su pauta de recuperación será más rápida que en el resto del mundo", señaló Soros, uno de los principales inversionistas de la aerolínea china Hainan Airlines, en un discurso pronunciado en la Universidad de Fudan de Shanghai, y añadió que el gigante asiático "crecerá más rápido de lo que la mayoría espera".
"China debería jugar un papel constructivo en la reconstrucción del sistema económico global y tener una mayor voz en él", añadió Soros, citado hoy por el diario oficial "Shanghai Daily".
El inversionista resaltó el "agresivo" paquete de estímulo económico de 4 billones de yuanes (US$ 586.000 millones) puesto en marcha por el Gobierno chino y sus intenciones de aumentar el gasto nacional y las inversiones en el extranjero como respuesta al impacto sufrido por la caída del comercio mundial.
En la conferencia, Soros también señaló que espera que surja "un nuevo mundo" tras la crisis económica global, aunque admitió que por el momento no ve señales de recuperación. "Nada como esto había pasado desde la Gran Depresión y el problema está arraigado de manera profunda en el sistema financiero", añadió Soros.
El imperio de las divisas espera la llegada de la dinastía yuan
Pedro Calvo El Economista
El futuro comenzó a escribirse el 21 de julio de 2005. Ese día las autoridades chinas dieron un paso en apariencia pequeño, pero que en el fondo supuso el inicio de un proceso irreversible. Un movimiento milimétrico, tanto por su magnitud como por la precisión quirúrgica con la que se emprendió, que en su ADN incorporó la semilla de un combate futuro. Una batalla que amenazará con alterar el orden cambiario del último siglo.
En litigio estará el cetro mundial, el privilegio de ser la divisa más fuerte del mundo. El reinado del dólar estadounidense será puesto a prueba. Pero no por el euro, como cabía esperar, sino por la irrupción de una nueva dinastía. La de la moneda china. El yuan.
Aquella jornada de julio, Pekín comenzó a levar las anclas que habían mantenido prácticamente inmóvil a la divisa del gigante asiático desde 1994. Durante esos 11 años, la moneda contó con un margen de variación ínfimo contra la estadounidense, a la que estaba vinculada.
Apenas oscilaba entre los 8,277 y los 8,30 yuanes por dólar. El país estaba preparando el salto a la primera división de la economía mundial, y para ello quiso un aliado en su moneda, de ahí que los estrictos dirigentes chinos impidieran su apreciación. Sería más fácil exportar, y por tanto crecer, con una divisa barata.
Pero ese día le permitieron subir un 2,1%, hasta las 8,11 unidades, y accedieron a que desde entonces emprendiera un camino que técnicamente se conoce como flotación sucia. Es decir, en adelante iban a permitir que el yuan se revaluara, pero no libremente -como ocurre con las divisas de los países desarrollados-, sino de forma limitada y dirigida. Además, el norte de la brújula de la moneda asiática ya no sería únicamente el billete verde, sino que su valor iba a estar referenciado a una cesta de monedas. El viaje había comenzado.
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El futuro comenzó a escribirse el 21 de julio de 2005. Ese día las autoridades chinas dieron un paso en apariencia pequeño, pero que en el fondo supuso el inicio de un proceso irreversible. Un movimiento milimétrico, tanto por su magnitud como por la precisión quirúrgica con la que se emprendió, que en su ADN incorporó la semilla de un combate futuro. Una batalla que amenazará con alterar el orden cambiario del último siglo.
En litigio estará el cetro mundial, el privilegio de ser la divisa más fuerte del mundo. El reinado del dólar estadounidense será puesto a prueba. Pero no por el euro, como cabía esperar, sino por la irrupción de una nueva dinastía. La de la moneda china. El yuan.
Aquella jornada de julio, Pekín comenzó a levar las anclas que habían mantenido prácticamente inmóvil a la divisa del gigante asiático desde 1994. Durante esos 11 años, la moneda contó con un margen de variación ínfimo contra la estadounidense, a la que estaba vinculada.
Apenas oscilaba entre los 8,277 y los 8,30 yuanes por dólar. El país estaba preparando el salto a la primera división de la economía mundial, y para ello quiso un aliado en su moneda, de ahí que los estrictos dirigentes chinos impidieran su apreciación. Sería más fácil exportar, y por tanto crecer, con una divisa barata.
Pero ese día le permitieron subir un 2,1%, hasta las 8,11 unidades, y accedieron a que desde entonces emprendiera un camino que técnicamente se conoce como flotación sucia. Es decir, en adelante iban a permitir que el yuan se revaluara, pero no libremente -como ocurre con las divisas de los países desarrollados-, sino de forma limitada y dirigida. Además, el norte de la brújula de la moneda asiática ya no sería únicamente el billete verde, sino que su valor iba a estar referenciado a una cesta de monedas. El viaje había comenzado.
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domingo, 7 de junio de 2009
El Estado ha vuelto... y a lo grande
¿Qué fue de los Amos del Universo satirizados por Tom Wolfe? Los ministros de Finanzas ocupan hoy su lugar. En contra de tantos augurios, Al Qaeda y la crisis han devuelto el protagonismo a los Gobiernos
PAUL KENNEDY
Hace unos 500 años, en algunas zonas de Europa occidental, ocurrió algo curioso en la sociedad humana. En vez de pequeñas unidades territoriales -ducados, principados, ciudades libres, áreas gobernadas por caudillos anárquicos y fronteras llenas de violencia- aparecieron varias naciones-Estado (España, Francia, Inglaterra y Gales), cuyos Gobiernos poseían poderes extraordinarios: el monopolio del ejército y la policía, el derecho a recaudar impuestos y el establecimiento de estructuras uniformes de gobierno, además de una asamblea nacional, una lengua común, una bandera, un sistema de correos y todos los demás atributos de la soberanía que los 192 miembros actuales de la ONU dan por descontados.
Pero ese Estado nunca careció de enemigos ni de críticos, entre ellos los numerosos intelectuales que se atrevieron a predecir su desaparición. Por ejemplo, Karl Marx profetizó que el éxito futuro del comunismo internacional llevaría de forma inevitable al "desvanecimiento gradual del Estado". También los partidarios de una Federación Mundial en los años cuarenta del siglo XX propugnaron la instauración de varias formas de gobernanza mundial, incluido un Parlamento de toda la humanidad.
Más recientemente -y esto nos aproxima al tema de este artículo-, los defensores del capitalismo de libre mercado sin ningún tipo de control dijeron que el mundo estaba convirtiéndose en un bazar único en el que los Gobiernos eran cada vez más ineficaces, las guerras y los conflictos eran una cosa del pasado, la guerra fría era una curiosidad histórica y las finanzas cosmopolitas eran la fuerza dominante en los asuntos internacionales.
Los lectores recordarán libros con títulos tan sugerentes como El mundo sin fronteras (Kenichi Ohmae, 1990) y provocadores artículos sobre El final de la historia (Francis Fukuyama, 1989) como ejemplos de este tipo de pensamiento. Si había un grupo de actores al que perteneciera el mundo, era a los juveniles banqueros de Goldman Sachs, los capitalistas de riesgo y los jadeantes economistas del laissez-faire. El Estado se había quedado anticuado, sobre todo en sus variantes más grandes.
Pues bien, dos grandes erupciones de principios del siglo XXI han puesto en tela de juicio la hipótesis de que ya no necesitamos ni tenemos que prestar atención a lo que los conservadores estadounidenses llaman, con desprecio, el "gran gobierno".
La primera fueron los atentados terroristas del 11-S. Aquellas acciones mortales e inesperadas por parte de unos actores no estatales hirieron profundamente a la nación más poderosa de la tierra y la empujaron a llevar a cabo una increíble variedad de respuestas contra Al Qaeda y los talibanes. Todas las medidas de seguridad, la enorme acumulación de datos sobre cada ciudadano, la comunicación de informaciones de inteligencia nacional con otros Estados y las medidas coordinadas contra las cuentas bancarias sospechosas y los artículos prohibidos fueron algunas de las muchas consecuencias de la llamada guerra contra el terror. (Como nota personal, este artículo lo he escrito durante un viaje reciente alrededor del mundo en el que siempre estuvo presente el "Estado"; en el aeropuerto de Roma tuve que pasar tres controles de seguridad. Hace 20 años, habría resultado increíble).
Si a esos miedos al terrorismo unimos el inmenso malestar sobre la inmigración ilegal y las medidas contra ella, tenemos la impresión de que el "mundo sin fronteras", si es que alguna vez existió, se ha visto sustituido por controles gubernamentales y exhibiciones de autoridad en todas partes.
El segundo acontecimiento desafortunado y aterrador ha sido la crisis financiera internacional de 2008-2009, en la que la irresponsabilidad generalizada en el mercado de las hipotecas basura de Estados Unidos ha causado una onda expansiva que ha alcanzado a todo el mundo.
Se pueden decir muchas cosas sobre esta convulsa situación, pero una de las más importantes es seguramente cómo ha humillado a quienes el novelista estadounidense Tom Wolfe llamó con sarcasmo "los Amos del Universo", es decir, los banqueros, los asesores de fondos de inversión y los falsos profetas de un índice Dow Jones en crecimiento constante. También han acabado aplastadas algunas de las entidades financieras más venerables y distinguidas. Para las personas que han perdido sus casas o han visto cómo se diezmaban sus ahorros y sus pensiones, la humillación pública de banqueros y consejeros delegados que hemos presenciado durante el último año no es más que un triste consuelo parcial. Para los millones de trabajadores que han perdido sus empleos o se han visto forzados a reducir sus jornadas de trabajo debido a la recesión mundial, el grado de castigo de los ricachones no es, ni mucho menos, suficiente.
Pero eso no es lo que quiero dejar claro aquí. Lo que quiero decir es que el mundo del capitalismo de libre mercado sin control se ha encontrado con un final brusco y escalofriante y que el Estado ha tenido que intervenir para hacerse con el control de la situación tanto económica como política.
En varias partes del mundo, por supuesto, el Estado nunca se quitó de en medio, y a finales de los noventa ya había indicios de que estaba aumentando sus poderes en países tan distintos como Rusia, China, Venezuela y Zambia. Pero lo que resulta más llamativo es el reciente vuelco en las economías que hasta ahora se regían por el mercado, sobre todo en Estados Unidos.
Ver a los principales banqueros estadounidenses interrogados una y otra vez en los comités del Congreso, ver cómo sus empresas están sujetas a "pruebas de estrés" gubernamentales, enterarnos de que sus salarios y primas van a tener en el futuro un "tope", es ver cómo se derriba a unos gigantes. Y es un poderoso recordatorio de la fuerza latente del Estado-nación.
Lo mismo ocurre, lógicamente, en la esfera internacional. ¿Quiénes son hoy los Amos del Universo: los señores del capital privado, cuyas limusinas y cuyos helicópteros entraban y salían cada año del Foro Económico Mundial en Davos, o los adustos responsables de nuestros principales ministerios de Hacienda y bancos centrales? La respuesta es evidente.
Hasta las grandes instituciones financieras mundiales bailan al son que les marcan sus amos políticos, es decir, los Gobiernos que más voz tienen en ellas. Tal vez el Fondo Monetario Internacional vaya a disponer de unos cuantos cientos de miles de millones de dólares más para ayudar a las economías dañadas y las divisas en bancarrota, pero ¿quién lo ha autorizado?
Por supuesto, un grupo de gobiernos nacionales que comprendieron la necesidad de rescatar el sistema financiero mundial. Da igual que lo decidiera el viejo G-7 o el nuevo G-20 en su reciente reunión de Londres; el caso es que fue claramente un G-algo, es decir, fue una acción de "gobierno".
En resumen, el Estado ha vuelto a primera fila (si es que alguna vez dejó el teatro, y no estaba meramente descansando entre bambalinas). En la mayoría de los países, la parte gubernamental del PIB está aumentando sin cesar, en consonancia con el gasto oficial y las deudas nacionales. Todos los caminos parecen llevar al Congreso, o el Parlamento, o el Bundestag; o al Banco Popular de China. Los mercados observan con ansiedad el menor indicio de alteración de los tipos de interés o cualquier afirmación, por muy calculada o torpe que sea, sobre la fortaleza del dólar estadounidense.
Todas estas cosas no habrían sorprendido a los reyes Valois de Francia, ni a los monarcas Tudor, ni a Felipe II de España. Al final, y para utilizar una frase favorita del presidente Harry Truman, "la responsabilidad es mía". Es decir, de los líderes políticos, que, elegidos o no, son quienes suelen tener las riendas del poder.
Era una locura pensar que esa vieja verdad ya no era válida en los últimos años, sólo por las especulaciones de algunos responsables de fondos alternativos y unos cuantos banqueros excesivamente ambiciosos.
______________________
© 2009, Tribune Media Services, Inc.
Traducción de María Luisa Rodríguez Tapia.
Paul Kennedy ocupa la cátedra J. Richardson de Historia y es director de Estudios sobre Seguridad Internacional en la Universidad de Yale. Está escribiendo una historia de la Segunda Guerra Mundial.
PAUL KENNEDY
Hace unos 500 años, en algunas zonas de Europa occidental, ocurrió algo curioso en la sociedad humana. En vez de pequeñas unidades territoriales -ducados, principados, ciudades libres, áreas gobernadas por caudillos anárquicos y fronteras llenas de violencia- aparecieron varias naciones-Estado (España, Francia, Inglaterra y Gales), cuyos Gobiernos poseían poderes extraordinarios: el monopolio del ejército y la policía, el derecho a recaudar impuestos y el establecimiento de estructuras uniformes de gobierno, además de una asamblea nacional, una lengua común, una bandera, un sistema de correos y todos los demás atributos de la soberanía que los 192 miembros actuales de la ONU dan por descontados.
Pero ese Estado nunca careció de enemigos ni de críticos, entre ellos los numerosos intelectuales que se atrevieron a predecir su desaparición. Por ejemplo, Karl Marx profetizó que el éxito futuro del comunismo internacional llevaría de forma inevitable al "desvanecimiento gradual del Estado". También los partidarios de una Federación Mundial en los años cuarenta del siglo XX propugnaron la instauración de varias formas de gobernanza mundial, incluido un Parlamento de toda la humanidad.
Más recientemente -y esto nos aproxima al tema de este artículo-, los defensores del capitalismo de libre mercado sin ningún tipo de control dijeron que el mundo estaba convirtiéndose en un bazar único en el que los Gobiernos eran cada vez más ineficaces, las guerras y los conflictos eran una cosa del pasado, la guerra fría era una curiosidad histórica y las finanzas cosmopolitas eran la fuerza dominante en los asuntos internacionales.
Los lectores recordarán libros con títulos tan sugerentes como El mundo sin fronteras (Kenichi Ohmae, 1990) y provocadores artículos sobre El final de la historia (Francis Fukuyama, 1989) como ejemplos de este tipo de pensamiento. Si había un grupo de actores al que perteneciera el mundo, era a los juveniles banqueros de Goldman Sachs, los capitalistas de riesgo y los jadeantes economistas del laissez-faire. El Estado se había quedado anticuado, sobre todo en sus variantes más grandes.
Pues bien, dos grandes erupciones de principios del siglo XXI han puesto en tela de juicio la hipótesis de que ya no necesitamos ni tenemos que prestar atención a lo que los conservadores estadounidenses llaman, con desprecio, el "gran gobierno".
La primera fueron los atentados terroristas del 11-S. Aquellas acciones mortales e inesperadas por parte de unos actores no estatales hirieron profundamente a la nación más poderosa de la tierra y la empujaron a llevar a cabo una increíble variedad de respuestas contra Al Qaeda y los talibanes. Todas las medidas de seguridad, la enorme acumulación de datos sobre cada ciudadano, la comunicación de informaciones de inteligencia nacional con otros Estados y las medidas coordinadas contra las cuentas bancarias sospechosas y los artículos prohibidos fueron algunas de las muchas consecuencias de la llamada guerra contra el terror. (Como nota personal, este artículo lo he escrito durante un viaje reciente alrededor del mundo en el que siempre estuvo presente el "Estado"; en el aeropuerto de Roma tuve que pasar tres controles de seguridad. Hace 20 años, habría resultado increíble).
Si a esos miedos al terrorismo unimos el inmenso malestar sobre la inmigración ilegal y las medidas contra ella, tenemos la impresión de que el "mundo sin fronteras", si es que alguna vez existió, se ha visto sustituido por controles gubernamentales y exhibiciones de autoridad en todas partes.
El segundo acontecimiento desafortunado y aterrador ha sido la crisis financiera internacional de 2008-2009, en la que la irresponsabilidad generalizada en el mercado de las hipotecas basura de Estados Unidos ha causado una onda expansiva que ha alcanzado a todo el mundo.
Se pueden decir muchas cosas sobre esta convulsa situación, pero una de las más importantes es seguramente cómo ha humillado a quienes el novelista estadounidense Tom Wolfe llamó con sarcasmo "los Amos del Universo", es decir, los banqueros, los asesores de fondos de inversión y los falsos profetas de un índice Dow Jones en crecimiento constante. También han acabado aplastadas algunas de las entidades financieras más venerables y distinguidas. Para las personas que han perdido sus casas o han visto cómo se diezmaban sus ahorros y sus pensiones, la humillación pública de banqueros y consejeros delegados que hemos presenciado durante el último año no es más que un triste consuelo parcial. Para los millones de trabajadores que han perdido sus empleos o se han visto forzados a reducir sus jornadas de trabajo debido a la recesión mundial, el grado de castigo de los ricachones no es, ni mucho menos, suficiente.
Pero eso no es lo que quiero dejar claro aquí. Lo que quiero decir es que el mundo del capitalismo de libre mercado sin control se ha encontrado con un final brusco y escalofriante y que el Estado ha tenido que intervenir para hacerse con el control de la situación tanto económica como política.
En varias partes del mundo, por supuesto, el Estado nunca se quitó de en medio, y a finales de los noventa ya había indicios de que estaba aumentando sus poderes en países tan distintos como Rusia, China, Venezuela y Zambia. Pero lo que resulta más llamativo es el reciente vuelco en las economías que hasta ahora se regían por el mercado, sobre todo en Estados Unidos.
Ver a los principales banqueros estadounidenses interrogados una y otra vez en los comités del Congreso, ver cómo sus empresas están sujetas a "pruebas de estrés" gubernamentales, enterarnos de que sus salarios y primas van a tener en el futuro un "tope", es ver cómo se derriba a unos gigantes. Y es un poderoso recordatorio de la fuerza latente del Estado-nación.
Lo mismo ocurre, lógicamente, en la esfera internacional. ¿Quiénes son hoy los Amos del Universo: los señores del capital privado, cuyas limusinas y cuyos helicópteros entraban y salían cada año del Foro Económico Mundial en Davos, o los adustos responsables de nuestros principales ministerios de Hacienda y bancos centrales? La respuesta es evidente.
Hasta las grandes instituciones financieras mundiales bailan al son que les marcan sus amos políticos, es decir, los Gobiernos que más voz tienen en ellas. Tal vez el Fondo Monetario Internacional vaya a disponer de unos cuantos cientos de miles de millones de dólares más para ayudar a las economías dañadas y las divisas en bancarrota, pero ¿quién lo ha autorizado?
Por supuesto, un grupo de gobiernos nacionales que comprendieron la necesidad de rescatar el sistema financiero mundial. Da igual que lo decidiera el viejo G-7 o el nuevo G-20 en su reciente reunión de Londres; el caso es que fue claramente un G-algo, es decir, fue una acción de "gobierno".
En resumen, el Estado ha vuelto a primera fila (si es que alguna vez dejó el teatro, y no estaba meramente descansando entre bambalinas). En la mayoría de los países, la parte gubernamental del PIB está aumentando sin cesar, en consonancia con el gasto oficial y las deudas nacionales. Todos los caminos parecen llevar al Congreso, o el Parlamento, o el Bundestag; o al Banco Popular de China. Los mercados observan con ansiedad el menor indicio de alteración de los tipos de interés o cualquier afirmación, por muy calculada o torpe que sea, sobre la fortaleza del dólar estadounidense.
Todas estas cosas no habrían sorprendido a los reyes Valois de Francia, ni a los monarcas Tudor, ni a Felipe II de España. Al final, y para utilizar una frase favorita del presidente Harry Truman, "la responsabilidad es mía". Es decir, de los líderes políticos, que, elegidos o no, son quienes suelen tener las riendas del poder.
Era una locura pensar que esa vieja verdad ya no era válida en los últimos años, sólo por las especulaciones de algunos responsables de fondos alternativos y unos cuantos banqueros excesivamente ambiciosos.
______________________
© 2009, Tribune Media Services, Inc.
Traducción de María Luisa Rodríguez Tapia.
Paul Kennedy ocupa la cátedra J. Richardson de Historia y es director de Estudios sobre Seguridad Internacional en la Universidad de Yale. Está escribiendo una historia de la Segunda Guerra Mundial.
Entre la agonía y el éxtasis, cómo el precio del petróleo complica la crisis
Marco Antonio Moreno
El mayor paquete de ayuda a la crisis económica mundial no ha provenido de los rescates masivos que han significado millonarias inyecciones de recursos para sostener al sistema financiero. El alivio real para el mundo provino de la sistemática baja que tuvo el precio del crudo desde los 147 dólares el barril a que llegó en julio del año pasado, a los 35 dólares que alcanzó a principios de este año.
Esto significó una ayuda real para millones de consumidores que pudieron articular y ordenar su presupuesto en tiempos de una fuerte crisis económica, permitiendo a las personas disponer de más dinero en el bolsillo. Sólo en los Estados Unidos el ahorro producido por el petróleo barato alcanzó los 280 mil millones de dólares. Parte del fenómeno deflacionario se debe a la fuerte caída en la demanda global.
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viernes, 5 de junio de 2009
Nouriel Roubini: La moneda china dará batalla al dólar
El renminbi (o Yuan) chino gana terreno como valor de reserva dado que el imperio de EE.UU. decae y asciende el asiático.
Nouriel Roubini
El siglo XIX estuvo bajo el dominio del imperio británico, y el siglo XX bajo el de los Estados Unidos. Ahora podemos estar ingresando al siglo asiático, que dominan una China en ascenso y su moneda.
Si bien la condición del dólar de principal moneda de reserva no se desvanecerá de la noche a la mañana, ya no podemos darla por descontado. Antes de lo que pensamos, otras monedas pueden desafiar al dólar, y lo más probable es que se trate del renminbi chino. Eso tendría un grave costo para los Estados Unidos, dado que desaparecería su capacidad de financiar el déficit presupuestario y comercial.
Tradicionalmente, los imperios que tienen la moneda de reserva global son también acreedores extranjeros y prestadores netos. El imperio británico declinó -y la libra perdió su condición de principal moneda de reserva global- cuando Gran Bretaña se convirtió en deudor y tomador de préstamos neto en la Segunda Guerra Mundial.
En la actualidad, los Estados Unidos se encuentran en una posición similar. Tiene grandes déficits comercial y presupuestario y depende de la buena voluntad de acreedores extranjeros inquietos que empiezan a sentirse incómodos ante la idea de acumular aún más activos en dólares. La consecuente caída del dólar puede no ser más que cuestión de tiempo.
¿Pero qué podría reemplazarla? La libra británica, el yen japonés y el franco suizo siguen siendo monedas de reserva menores, ya que esos países no son grandes potencias. El oro continúa siendo una reliquia bárbara cuyo valor sólo aumenta cuando la inflación es alta. El euro se ve afectado por los temores respecto de la viabilidad a largo plazo de la Unión Monetaria Europea. Lo único que queda es el renminbi.
China es un país acreedor que tiene grandes superávits de cuenta corriente, un déficit presupuestario reducido, una deuda pública mucho menor en relación con el PBI que la que tienen los Estados Unidos y un firme crecimiento. Por otra parte, ya toma medidas para desafiar la supremacía del dólar.
Beijing propone una nueva moneda de reserva internacional bajo la forma de derechos especiales de giro (una canasta de dólares, euros, libras y yenes). China pronto querrá que su propia moneda integre la canasta, así como que se utilice el renminbi como forma de pago en el comercio bilateral.
Por el momento, sin embargo, el renminbi dista de alcanzar la jerarquía de moneda de reserva. China tendría antes que flexibilizar las restricciones en relación con el dinero que entra y sale del país, hacer que su moneda tenga plena convertibilidad para esas transacciones, seguir adelante con sus reformas financieras internas y dar mayor liquidez a sus mercados de bonos. Al renminbi le llevaría mucho tiempo convertirse en una moneda de reserva, pero podría pasar.
China ya se ejercitó con el establecimiento de canjes de divisas con varios países (entre ellos Argentina, Bielorrusia e Indonesia) y al permitir que instituciones de Hong Kong emitan bonos con denominación en renminbis, lo que constituye un primer paso hacia la creación de un mercado local e internacional para su moneda.
Si China y otros países diversifican sus reservas y se apartan del dólar -y en algún momento lo harán-, los Estados Unidos se verán afectados. Porque obtienen importantes ventajas económicas de la condición de moneda de reserva del dólar.
En particular, el mercado fuerte del dólar permite que los estadounidenses tomen crédito con mejores tasas. Así pueden financiar déficits mayores durante más tiempo y a tasas de interés menores, al tiempo que la demanda extranjera mantiene el rendimiento de los bonos del Tesoro en un nivel bajo.
Los Estados Unidos pueden emitir deuda en su propia moneda en lugar de hacerlo en una moneda extranjera, trasladando así a sus acreedores las pérdidas de una caída del valor del dólar. El hecho de que el precio de las materias primas se fije en dólares también significa que una caída del valor del dólar no deriva en un aumento del precio de las importaciones.
Imaginemos ahora un mundo en el que China pudiera prestar y tomar préstamos en el ámbito internacional en su propia moneda. El renminbi, ya no el dólar, podría terminar por convertirse en un medio de pago en el comercio y en unidad en la que valuar importaciones y exportaciones, así como en un medio de concentración de valores por parte de inversores internacionales. Los estadounidenses pagarían el costo.
Tendrían que pagar más por los productos importados, y también aumentarían las tasas de interés, tanto sobre la deuda privada como sobre la pública. El mayor costo privado del crédito podría llevar a un debilitamiento del consumo y la inversión y a un crecimiento más lento.
Esa declinación del dólar podría llevar más de diez años, pero puede producirse antes si Estados Unidos no pone orden en sus finanzas. Los Estados Unidos deben controlar el gasto y la toma de crédito, además de buscar un crecimiento que no se base en burbujas crediticias y de activos.
Durante los últimos veinte años los Estados Unidos gastaron más de lo que ganaron, lo que aumentó sus obligaciones en el exterior y acumuló deudas que pasaron a ser insostenibles. Un sistema en el que el dólar era la principal moneda global permitió prolongar un endeudamiento insensato.
Ahora que la posición del dólar ya no es tan segura, EE.UU. debe cambiar de prioridades. Eso comprenderá invertir en su deteriorada infraestructura, en recursos alternativos y renovables y en capital humano productivo, y ya no en casas innecesarias ni en innovaciones financieras tóxicas. Esa será la única manera de aminorar la declinación del dólar y de mantener la influencia de EE.UU. en los asuntos globales.
Copyright Clarín y The New York Times, 2009. Traducción de Joaquín Ibarburu.
Tomado de diario El Clarin
Nouriel Roubini
El siglo XIX estuvo bajo el dominio del imperio británico, y el siglo XX bajo el de los Estados Unidos. Ahora podemos estar ingresando al siglo asiático, que dominan una China en ascenso y su moneda.
Si bien la condición del dólar de principal moneda de reserva no se desvanecerá de la noche a la mañana, ya no podemos darla por descontado. Antes de lo que pensamos, otras monedas pueden desafiar al dólar, y lo más probable es que se trate del renminbi chino. Eso tendría un grave costo para los Estados Unidos, dado que desaparecería su capacidad de financiar el déficit presupuestario y comercial.
Tradicionalmente, los imperios que tienen la moneda de reserva global son también acreedores extranjeros y prestadores netos. El imperio británico declinó -y la libra perdió su condición de principal moneda de reserva global- cuando Gran Bretaña se convirtió en deudor y tomador de préstamos neto en la Segunda Guerra Mundial.
En la actualidad, los Estados Unidos se encuentran en una posición similar. Tiene grandes déficits comercial y presupuestario y depende de la buena voluntad de acreedores extranjeros inquietos que empiezan a sentirse incómodos ante la idea de acumular aún más activos en dólares. La consecuente caída del dólar puede no ser más que cuestión de tiempo.
¿Pero qué podría reemplazarla? La libra británica, el yen japonés y el franco suizo siguen siendo monedas de reserva menores, ya que esos países no son grandes potencias. El oro continúa siendo una reliquia bárbara cuyo valor sólo aumenta cuando la inflación es alta. El euro se ve afectado por los temores respecto de la viabilidad a largo plazo de la Unión Monetaria Europea. Lo único que queda es el renminbi.
China es un país acreedor que tiene grandes superávits de cuenta corriente, un déficit presupuestario reducido, una deuda pública mucho menor en relación con el PBI que la que tienen los Estados Unidos y un firme crecimiento. Por otra parte, ya toma medidas para desafiar la supremacía del dólar.
Beijing propone una nueva moneda de reserva internacional bajo la forma de derechos especiales de giro (una canasta de dólares, euros, libras y yenes). China pronto querrá que su propia moneda integre la canasta, así como que se utilice el renminbi como forma de pago en el comercio bilateral.
Por el momento, sin embargo, el renminbi dista de alcanzar la jerarquía de moneda de reserva. China tendría antes que flexibilizar las restricciones en relación con el dinero que entra y sale del país, hacer que su moneda tenga plena convertibilidad para esas transacciones, seguir adelante con sus reformas financieras internas y dar mayor liquidez a sus mercados de bonos. Al renminbi le llevaría mucho tiempo convertirse en una moneda de reserva, pero podría pasar.
China ya se ejercitó con el establecimiento de canjes de divisas con varios países (entre ellos Argentina, Bielorrusia e Indonesia) y al permitir que instituciones de Hong Kong emitan bonos con denominación en renminbis, lo que constituye un primer paso hacia la creación de un mercado local e internacional para su moneda.
Si China y otros países diversifican sus reservas y se apartan del dólar -y en algún momento lo harán-, los Estados Unidos se verán afectados. Porque obtienen importantes ventajas económicas de la condición de moneda de reserva del dólar.
En particular, el mercado fuerte del dólar permite que los estadounidenses tomen crédito con mejores tasas. Así pueden financiar déficits mayores durante más tiempo y a tasas de interés menores, al tiempo que la demanda extranjera mantiene el rendimiento de los bonos del Tesoro en un nivel bajo.
Los Estados Unidos pueden emitir deuda en su propia moneda en lugar de hacerlo en una moneda extranjera, trasladando así a sus acreedores las pérdidas de una caída del valor del dólar. El hecho de que el precio de las materias primas se fije en dólares también significa que una caída del valor del dólar no deriva en un aumento del precio de las importaciones.
Imaginemos ahora un mundo en el que China pudiera prestar y tomar préstamos en el ámbito internacional en su propia moneda. El renminbi, ya no el dólar, podría terminar por convertirse en un medio de pago en el comercio y en unidad en la que valuar importaciones y exportaciones, así como en un medio de concentración de valores por parte de inversores internacionales. Los estadounidenses pagarían el costo.
Tendrían que pagar más por los productos importados, y también aumentarían las tasas de interés, tanto sobre la deuda privada como sobre la pública. El mayor costo privado del crédito podría llevar a un debilitamiento del consumo y la inversión y a un crecimiento más lento.
Esa declinación del dólar podría llevar más de diez años, pero puede producirse antes si Estados Unidos no pone orden en sus finanzas. Los Estados Unidos deben controlar el gasto y la toma de crédito, además de buscar un crecimiento que no se base en burbujas crediticias y de activos.
Durante los últimos veinte años los Estados Unidos gastaron más de lo que ganaron, lo que aumentó sus obligaciones en el exterior y acumuló deudas que pasaron a ser insostenibles. Un sistema en el que el dólar era la principal moneda global permitió prolongar un endeudamiento insensato.
Ahora que la posición del dólar ya no es tan segura, EE.UU. debe cambiar de prioridades. Eso comprenderá invertir en su deteriorada infraestructura, en recursos alternativos y renovables y en capital humano productivo, y ya no en casas innecesarias ni en innovaciones financieras tóxicas. Esa será la única manera de aminorar la declinación del dólar y de mantener la influencia de EE.UU. en los asuntos globales.
Copyright Clarín y The New York Times, 2009. Traducción de Joaquín Ibarburu.
Tomado de diario El Clarin
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Hacia un 'New Deal' global
El pacto de la posguerra entre socialdemócratas y democristianos europeos debe ser sustituido por un nuevo acuerdo. Aunque algunos pretenden volver, como si nada hubiera ocurrido, al capitalismo de casino
JOAQUÍN ESTEFANÍA El País
En cuanto han surgido los primeros brotes verdes que indicarían que la crisis económica ha tocado fondo, bien o malintencionadamente han empezado a multiplicarse las declaraciones de que "hay que volver a la senda de la prosperidad de la que hemos salido". Es un poco prematura tal reflexión porque los brotes verdes, si fueran inequívocos y menos volátiles, señalarían sólo que se ha tocado fondo y que a partir de ahora el deterioro será menos rápido, pero no que se ha iniciado la recuperación.
La nostálgica voluntad de volver a la prosperidad perdida anuncia que no hemos aprendido la lección, que la voluntad reformadora de lo que ha funcionado mal era fingida, sobrevenida y forzada, y que no se comparte que aquella senda es la que nos ha conducido a estos resultados. Ante una crisis de la profundidad y velocidad que soportamos hay que cambiar el modelo y las reglas a nivel global. No se puede volver a este funcionamiento de casino financiero sin semáforos. Los dioses del pasado han resultado ser falsos y hay quien pretende regresar al delirio de su adoración.
Un pacto entre las principales fuerzas políticas que recoja los estímulos necesarios para salir de la Gran Recesión y que introduzca una mayor regulación de la arquitectura financiera constituye la prioridad para superar esta crisis global que tiene el potencial de ser la más destructiva desde la Gran Depresión de la década de los treinta del siglo pasado. Ese pacto sería el equivalente, en el marco de la globalización, de los acuerdos que tras la Segunda Guerra Mundial concluyeron los socialdemócratas y los democristianos europeos y que condujeron a la llamada edad dorada del capitalismo y a la creación de los modernos Estados de bienestar. Con ese pacto se trataría de evitar que una vez que la inicial crisis financiera ha devenido en una crisis de la economía real (recesión, y tal vez una depresión aguda y duradera en algunas partes del planeta), el resultado acabe siendo una crisis política, como ha sucedido en otros momentos de la historia.
Ese pacto fue calificado por Gordon Brown, en la primera visita que un líder europeo hizo al nuevo presidente de EE UU, Barack Obama, como una especie de New Deal global. El New Deal fue la política económica aplicada por el presidente Franklin Delano Roosevelt a partir del año 1933 para sacar a EE UU de la Gran Depresión que había comenzado con el crash bursátil de 1929. Cuentan los historiadores que en un principio nadie tenía mucha idea de lo que significaba new deal; uno de los asesores del presidente demócrata escribió ese difuso concepto en el discurso de aceptación que Roosevelt había de pronunciar en Chicago a mediados de 1932, sin pensar mucho en su significación profunda. Pero el nuevo paradigma prendió y ha llegado con mucha fuerza hasta nuestros días. El New Deal consistió, en líneas generales, en una serie de medidas de salvamento del sector financiero y de estímulo a la agricultura y a la industria, pasando por la conservación de la naturaleza y por la devolución de cierta influencia a unos sindicatos por entonces demediados. Por ello, una parte de la derecha americana detestó y temió a Roosevelt y sus reformas: estimaban que con las inversiones públicas destinadas a poner fin al paro, con las reformas destinadas a aumentar el bienestar social, con sus ataques a los centros más tradicionales de los poderes fácticos y sus apoyos a los sindicatos, estaba conduciendo a EE UU a "las malolientes aguas del socialismo". Seguramente esa derecha no conocía el estupendo ensayo del sociólogo alemán Werner Sombart, titulado expresivamente ¿Por qué no hay socialismo en los Estados Unidos? (recientemente reeditado en España, Capitán Swing Libros).
Sin embargo, con la distancia que da el tiempo, los analistas más ponderados han concluido que con el New Deal, Roosevelt salvó al capitalismo americano (transformándolo, regulándolo y humanizándolo) y logró que EE UU acabase por aceptar las responsabilidades que conlleva un poder que en buena parte se ejerce a escala mundial.
Brown declaró en la visita citada que se recordará a Obama por su trabajo en la recuperación económica. Obama se ha inspirado sin duda en el New Deal de Roosevelt. ¿En qué ha consistido hasta ahora su trabajo en política económica?
Primero, en poner las bases para la recuperación del sistema financiero, afectado por una crisis de solvencia, mediante una serie de medidas heterogéneas, entre las cuales se pueden citar como las más importantes la adquisición de activos de alto riesgo y la capitalización de entidades a través de su nacionalización.
Segundo, en instrumentar un plan de estímulo a la economía real con el objetivo prioritario de crear millones de puestos de trabajo. Ese programa aporta un mayor equilibrio entre el mercado y el Estado después de un cuarto de siglo de hegemonía absoluta del primero, sometido a escasas normas de regulación. Durante ese tiempo los partidarios de la revolución conservadora declaraban que el Estado era el problema y el mercado la solución, y que el Estado debía limitarse a administrar lo que le indicase el mercado.
Ahora, por el contrario, el Estado tiene que intervenir con inyecciones masivas de gasto público en infraestructuras clásicas, en nuevas fuentes de energía renovable, en sostenibilidad, en las tecnologías de la información y la comunicación avanzadas, en educación y formación, en el rescate de industrias estratégicas como la del automóvil, así como con reducciones de impuestos a las capas más bajas de la población y a la clase media, compensadas por incrementos de los gravámenes a las capas más ricas y a las ganancias de capital.
Por último, se espera una reforma profunda en el sistema sanitario público estadounidense, de modo que se incorporen al mismo los más de 50 millones de ciudadanos pobres excluidos hasta ahora de cobertura.
El conjunto del plan de estímulo de EE UU multiplicará el endeudamiento público (déficit y deuda) hasta niveles desconocidos, prohibidos hasta ahora por la ortodoxia dominante en este pasado cuarto de siglo. Se prevé que el déficit público de EE UU supere el 12% o el 13%, del PIB, pero también que sea uno de los primeros países en salir de la Gran Recesión, gracias a esta política económica.
El juego de ayudas al sector financiero para que no quiebre, y de medidas de apoyo a la demanda para que la economía reaccione y disminuyan los porcentajes de paro, está siendo básicamente aplicado por la mayor parte de los países del mundo, independientemente de la ideología de sus gobiernos. Las diferencias están en la letra pequeña y en si se deben anteponer los esfuerzos reguladores al incremento del gasto público, o viceversa. Pero en la primera década del siglo XXI "todos somos keynesianos", como declaró hace tres décadas el presidente republicano Richard Nixon. Ello supone la ruptura del modelo neoliberal o de "fundamentalismo de mercado" (Stiglitz), predominante desde principios de los ochenta de la anterior centuria, cuya tendencia a la desregulación y a los excesos del mercado ha sido considerado muy mayoritariamente como la principal razón de la crisis económica. Por eso resultan sospechosas las rápidas llamadas "a la vuelta a la senda de prosperidad de la que hemos salido".
Incluso si este pacto para un New Deal global existiera y tuviera éxito, no sería suficiente para hacer frente a los problemas específicos que arrastra cada economía. Se trata de una condición necesaria, pero no suficiente. La crisis ha parecido homogeneizar los problemas, pero cada economía presenta unas características particulares que serán determinantes a la hora de definir su futuro una vez superada la fase álgida de la Gran Recesión. En el caso español habrá que reconducir un modelo de crecimiento de baja productividad. Cuando se acaba de cumplir el primer aniversario de las elecciones generales de marzo de 2008, que parecieron poner fin a la época de la crispación, las condiciones políticas para llegar a un pacto nacional no parecen las más adecuadas por la falta de liderazgo y de convencimiento del Gobierno y por la incomparecencia de la oposición. Pero ésta es ya otra historia.
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Joaquín Estefanía ha dirigido el Informe sobre la Democracia en España 2009, de la Fundación Alternativas, titulado Pactos para una nueva prosperidad. Hacia un New Deal global.
Enlace a este artículo en El País
JOAQUÍN ESTEFANÍA El País
En cuanto han surgido los primeros brotes verdes que indicarían que la crisis económica ha tocado fondo, bien o malintencionadamente han empezado a multiplicarse las declaraciones de que "hay que volver a la senda de la prosperidad de la que hemos salido". Es un poco prematura tal reflexión porque los brotes verdes, si fueran inequívocos y menos volátiles, señalarían sólo que se ha tocado fondo y que a partir de ahora el deterioro será menos rápido, pero no que se ha iniciado la recuperación.
La nostálgica voluntad de volver a la prosperidad perdida anuncia que no hemos aprendido la lección, que la voluntad reformadora de lo que ha funcionado mal era fingida, sobrevenida y forzada, y que no se comparte que aquella senda es la que nos ha conducido a estos resultados. Ante una crisis de la profundidad y velocidad que soportamos hay que cambiar el modelo y las reglas a nivel global. No se puede volver a este funcionamiento de casino financiero sin semáforos. Los dioses del pasado han resultado ser falsos y hay quien pretende regresar al delirio de su adoración.
Un pacto entre las principales fuerzas políticas que recoja los estímulos necesarios para salir de la Gran Recesión y que introduzca una mayor regulación de la arquitectura financiera constituye la prioridad para superar esta crisis global que tiene el potencial de ser la más destructiva desde la Gran Depresión de la década de los treinta del siglo pasado. Ese pacto sería el equivalente, en el marco de la globalización, de los acuerdos que tras la Segunda Guerra Mundial concluyeron los socialdemócratas y los democristianos europeos y que condujeron a la llamada edad dorada del capitalismo y a la creación de los modernos Estados de bienestar. Con ese pacto se trataría de evitar que una vez que la inicial crisis financiera ha devenido en una crisis de la economía real (recesión, y tal vez una depresión aguda y duradera en algunas partes del planeta), el resultado acabe siendo una crisis política, como ha sucedido en otros momentos de la historia.
Ese pacto fue calificado por Gordon Brown, en la primera visita que un líder europeo hizo al nuevo presidente de EE UU, Barack Obama, como una especie de New Deal global. El New Deal fue la política económica aplicada por el presidente Franklin Delano Roosevelt a partir del año 1933 para sacar a EE UU de la Gran Depresión que había comenzado con el crash bursátil de 1929. Cuentan los historiadores que en un principio nadie tenía mucha idea de lo que significaba new deal; uno de los asesores del presidente demócrata escribió ese difuso concepto en el discurso de aceptación que Roosevelt había de pronunciar en Chicago a mediados de 1932, sin pensar mucho en su significación profunda. Pero el nuevo paradigma prendió y ha llegado con mucha fuerza hasta nuestros días. El New Deal consistió, en líneas generales, en una serie de medidas de salvamento del sector financiero y de estímulo a la agricultura y a la industria, pasando por la conservación de la naturaleza y por la devolución de cierta influencia a unos sindicatos por entonces demediados. Por ello, una parte de la derecha americana detestó y temió a Roosevelt y sus reformas: estimaban que con las inversiones públicas destinadas a poner fin al paro, con las reformas destinadas a aumentar el bienestar social, con sus ataques a los centros más tradicionales de los poderes fácticos y sus apoyos a los sindicatos, estaba conduciendo a EE UU a "las malolientes aguas del socialismo". Seguramente esa derecha no conocía el estupendo ensayo del sociólogo alemán Werner Sombart, titulado expresivamente ¿Por qué no hay socialismo en los Estados Unidos? (recientemente reeditado en España, Capitán Swing Libros).
Sin embargo, con la distancia que da el tiempo, los analistas más ponderados han concluido que con el New Deal, Roosevelt salvó al capitalismo americano (transformándolo, regulándolo y humanizándolo) y logró que EE UU acabase por aceptar las responsabilidades que conlleva un poder que en buena parte se ejerce a escala mundial.
Brown declaró en la visita citada que se recordará a Obama por su trabajo en la recuperación económica. Obama se ha inspirado sin duda en el New Deal de Roosevelt. ¿En qué ha consistido hasta ahora su trabajo en política económica?
Primero, en poner las bases para la recuperación del sistema financiero, afectado por una crisis de solvencia, mediante una serie de medidas heterogéneas, entre las cuales se pueden citar como las más importantes la adquisición de activos de alto riesgo y la capitalización de entidades a través de su nacionalización.
Segundo, en instrumentar un plan de estímulo a la economía real con el objetivo prioritario de crear millones de puestos de trabajo. Ese programa aporta un mayor equilibrio entre el mercado y el Estado después de un cuarto de siglo de hegemonía absoluta del primero, sometido a escasas normas de regulación. Durante ese tiempo los partidarios de la revolución conservadora declaraban que el Estado era el problema y el mercado la solución, y que el Estado debía limitarse a administrar lo que le indicase el mercado.
Ahora, por el contrario, el Estado tiene que intervenir con inyecciones masivas de gasto público en infraestructuras clásicas, en nuevas fuentes de energía renovable, en sostenibilidad, en las tecnologías de la información y la comunicación avanzadas, en educación y formación, en el rescate de industrias estratégicas como la del automóvil, así como con reducciones de impuestos a las capas más bajas de la población y a la clase media, compensadas por incrementos de los gravámenes a las capas más ricas y a las ganancias de capital.
Por último, se espera una reforma profunda en el sistema sanitario público estadounidense, de modo que se incorporen al mismo los más de 50 millones de ciudadanos pobres excluidos hasta ahora de cobertura.
El conjunto del plan de estímulo de EE UU multiplicará el endeudamiento público (déficit y deuda) hasta niveles desconocidos, prohibidos hasta ahora por la ortodoxia dominante en este pasado cuarto de siglo. Se prevé que el déficit público de EE UU supere el 12% o el 13%, del PIB, pero también que sea uno de los primeros países en salir de la Gran Recesión, gracias a esta política económica.
El juego de ayudas al sector financiero para que no quiebre, y de medidas de apoyo a la demanda para que la economía reaccione y disminuyan los porcentajes de paro, está siendo básicamente aplicado por la mayor parte de los países del mundo, independientemente de la ideología de sus gobiernos. Las diferencias están en la letra pequeña y en si se deben anteponer los esfuerzos reguladores al incremento del gasto público, o viceversa. Pero en la primera década del siglo XXI "todos somos keynesianos", como declaró hace tres décadas el presidente republicano Richard Nixon. Ello supone la ruptura del modelo neoliberal o de "fundamentalismo de mercado" (Stiglitz), predominante desde principios de los ochenta de la anterior centuria, cuya tendencia a la desregulación y a los excesos del mercado ha sido considerado muy mayoritariamente como la principal razón de la crisis económica. Por eso resultan sospechosas las rápidas llamadas "a la vuelta a la senda de prosperidad de la que hemos salido".
Incluso si este pacto para un New Deal global existiera y tuviera éxito, no sería suficiente para hacer frente a los problemas específicos que arrastra cada economía. Se trata de una condición necesaria, pero no suficiente. La crisis ha parecido homogeneizar los problemas, pero cada economía presenta unas características particulares que serán determinantes a la hora de definir su futuro una vez superada la fase álgida de la Gran Recesión. En el caso español habrá que reconducir un modelo de crecimiento de baja productividad. Cuando se acaba de cumplir el primer aniversario de las elecciones generales de marzo de 2008, que parecieron poner fin a la época de la crispación, las condiciones políticas para llegar a un pacto nacional no parecen las más adecuadas por la falta de liderazgo y de convencimiento del Gobierno y por la incomparecencia de la oposición. Pero ésta es ya otra historia.
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Joaquín Estefanía ha dirigido el Informe sobre la Democracia en España 2009, de la Fundación Alternativas, titulado Pactos para una nueva prosperidad. Hacia un New Deal global.
Enlace a este artículo en El País
Recesión y apatía marcan las elecciones europeas
Bélgica, sede del poder ejecutivo de la Unión Europea, fue elegida hace poco la capital más aburrida de Europa. Aunque las miles de personas encuestadas en el sondeo probablemente pensaban en la moderada vida nocturna en la ciudad belga, la relación entre ambos factores podría ser más que una simple casualidad.
El edificio de la Comisión Europea lucía vacío y apagado el martes, a sólo horas del comienzo de las elecciones al Parlamento Europeo. El monumento a Robert Schuman, padre intelectual de la Unión Europea, permanecía más bien ignorado, parcialmente oculto por los trabajos de reparación sobre la vereda de la calle Carlomagno, lo único que daba algún indicio de mayor actividad. En las avenidas y en los muros tampoco se advierten las pancartas y pinturas que suelen anunciar una elección. La apatía y el escepticismo de los europeos con sus instituciones comunitarias se ha profundizado con la crisis económica, y con la incapacidad de los partidos tradicionales para responder con acciones coordinadas ante el colapso financiero.
Los observadores proyectan que la participación se mantendrá en un escueto rango de entre 40% y 50%, al igual que en las elecciones anteriores, pero eso refleja un repunte de los votos en Europa del este, porque de hecho en regiones como el Reino Unido, se espera que caiga por debajo del nivel de 17% registrado en los comicios anteriores.
Esto ha potenciado el surgimiento de figuras populistas que han montado sus plataformas sobre fenómenos mediáticos. La candidata de Letonia, Alina Lebedeva, saltó a la fama al lanzar un puñado de claveles a la cara del príncipe Carlos de Inglaterra. Y el primer ministro italiano, Silvio Berlusconi, intentó convertir las elecciones al parlamento europeo en un concurso de belleza.
Hoy, más de 80% de las normas que rigen a un europeo en un país de la Unión ha sido promulgada por el Parlamento Europeo.
Pero los observadores critican que las autoridades europeas no han sabido transmitir bien a los ciudadanos la importancia de esta institución en sus vidas y para hacer frente a la crisis financiera. Por estos días, algunos analistas han vuelto a levantar la idea de un presidente europeo electo por votación popular, que sin afectar la independencia de las autoridades nacionales pueda darle un nuevo liderazgo al bloque y convertirse en un interlocutor claro frente a EE.UU. y China, principalmente.
Enlace a La Vanguardia
Economía chilena se desploma 4,6% en abril
A la luz de las últimas cifras de producción industrial, la mayoría de los especialistas esperaba un negativo Imacec para el mes de abril. Sin embargo, la caída de -4,6% de la actividad económica nacional fue mucho peor de lo que esperaban expertos cuyas estimaciones oscilaban entre una caída 2,0% y 2,0%.
Según el Banco Central en el resultado del mes incidió la existencia de un día hábil menos que en abril de 2008 y la disminución de los sectores Industria y Comercio, así como caídas registradas en actividades ligadas a la pesca y al sector forestal.
La serie desestacionalizada cayó 0,7% respecto del mes precedente, mientras la serie de tendencia ciclo registró una contracción anualizada de 1,3%.
Cabe señalar que esta es la sexta caída mensual consecutiva de la actividad económica medida a través del Imacec, lo que indica el aterrizaje violento de la economía chilena a la recesión.
Estas son las consecuencias de las nefastas políticas aplicadas por el Banco Central chileno durante los útimos años, especialmente desde mediados del 2007 cuando se inició al crisis mundial.
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Post de hace un año: Central sube la tasa y condena a Chile a un magro crecimiento,
El dilema crecimiento-inflación
El golpe de timón del Banco Central Europeo
En lo que constituye un verdadero golpe de timón por una ampliación sin precedentes de las políticas monetarias aplicadas hasta ahora, el Banco Central Europeo comprará bonos al sistema financiero siguiendo los pasos de la Fed y del Banco de Inglaterra. La decisión es histórica y busca revertir la gravedad que está adquiriendo el nuevo brote de la crisis que amenaza a varios países europeos y especialmente a los países bálticos. El reconocimiento de Trichet de que la economía en la zona euro caerá más del 5% ha encendido todas las alarmas. Los datos de los países de Europa de Este han sido determinantes.
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jueves, 4 de junio de 2009
Crisis de Letonia tensiona el futuro de Europa
Isaiah Berlin, el filósofo letoniano que alguna vez dijo que la democracia y la libertad no siempre iban de la mano, debe estar sorprendido de que su Letonia natal puede tener en sus manos el futuro de la Unión Europea. Porque aunque las palabras de Trichet pronunciadas hoy sincerando una nueva baja para el PIB de la Eurozona han tenido poca repercusión a estas alturas de la crisis, la batalla que se está jugando en Europa es mucho mayor.
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Imagen | mugley
Trichet corrige a la baja proyecciones económicas
El Banco Central Europeo revisó fuertemente a la baja sus proyecciones económicas para 2009 y 2010 en la zona del euro debido a la fuerte contracción sufrida en el primer trimestre de este año. El presidente del BCE, Jean-Claude Trichet, señaló en Frankfurt que la entidad pronostica una contracción del PIB para el año 2009 de entre -5,1% y -4,1%, frente a la media de -2,7% prevista en marzo. Para el año 2010 el BCE pronostica una contracción de -0,3%, después de haber anunciado en marzo que el próximo año habría crecimiento positivo. La inflación para este año se espera en 0,3% y de 1,0% para el próximo.
A pesar de las perspectivas más sombrías, el BCE mantendrá la tasa de interés en el 1,0% actual. Con esto se espera una reactivación del capital privado, que aún no se anima a invertir. Desde septiembre del año pasado, el BCE ha recortado la tasa en 325 puntos para enfrentar el difícil momento que vive el mundo.
Trichet señaló que sostuvo una conversación telefónica con la Canciller alemana Angela Merkel, rechazando su acusación sobre las políticas del Banco Central Europeo: "ella se mostró plenamente conforme con la independencia de los bancos centrales, y agradece plenamente nuestro trabajo", aseguro Trichet. No obstante, las críticas de Merkel causaron estragos en la Comunidad Europea.
Trichet señaló que "todo lo que hacemos, lo hacemos sin ningún tipo de influenia o presión. Decidimos sobre la base de nuestro propios Juicios. El BCE siempre ha resistido a las presiones políticas".
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