La realidad de la política exterior de Estados Unidos
Presentación de Tom EngelhardtNo es necesario decir que a los jefazos del estado de seguridad nacional no les hicieron nada felices las revelaciones de Edward Snowden. Aun así, en el último año, los comentarios de esos personajes, los políticos asociados con ellos y los retirados de ese mundillo que dieron expresión a sus sentimientos tuvieron una calidad sorprendente: vituperación por todo lo alto. Lo más bonito que cualquiera de esas personas tenían para decir sobre Snowden fue “es un traidor” o –resabios de los tiempos de la Guerra Fría (y del absurdo, como que el Departamento de Estado lo atrapara en el sector “En tránsito” del aeropuerto moscovita quitándole el pasaporte)– “un espía ruso”. Y esta es la parte más suave. Esos personajes también pidieron la ejecución de Snowden, muy literalmente colgarlo del viejo roble para que se balanceara en la brisa. Lo suyo fue un espeluznante repertorio colectivo que aportó un nuevo significado a la palabra “visceral”.