lunes, 4 de marzo de 2024

El kantismo como una amenaza

Maxim Medovarov, Geopolitika

La tristemente célebre historia del discurso profundamente filosófico del gobernador de Kaliningrado, Antón Alijánov, sobre la toxicidad de Kant, ya que es uno de los pilares del Occidente global y de la histeria rusofóbica actual tiene dos elementos importantes a tener en cuenta. Primero, esta el componente financiero y egoísta en donde se puede ver como algunos liberales occidentalistas, que aún no se han escapado, siguen viendo el tercer centenario de Kant, que se celebrará en abril de este año, como un negocio y temen que el gobernador Alijánov les niegue unas cuantas ganancias al cancelarlo. El programa planeado para el centenario de Kant fue establecido por la zoóloga Julia Sineoka (la cual huyó a Paris y es considerada por el Ministerio de Justicia de la Federación de Rusia como un agente extranjero) antes del inicio de la Operación Militar Especial. No tiene sentido que las autoridades gubernamentales cancelen la celebración del tercer centenario de Kant, pero sí es necesario que cambien la programación y excluyan de la misma a los agentes extranjeros y rusofobos invitados a la misma. El segundo punto tiene que ver con un componente ideológico que podemos encontrar en los filósofos clásicos rusos que han escrito cientos de veces, y que nosotros hemos repetido hasta el hartazgo, que identifican a Kant con el apogeo del satanismo anticristiano de la Modernidad occidental. Por lo tanto, el kantismo es incompatible con los fundamentos mismos de la civilización rusa. Soloviev, Ern, Florenski y Losev lo sabían y estas tesis han sido retomadas por Alijánov. Para corroborar esto solo se necesita retomar los argumentos de los mismos kantianos que en el último número de Novaya Gazeta (un nido de agentes extranjeros y rusofobos de todos los colores), prohibida en Rusia y que ahora es publicada en Europa, escriben que Kant es uno de los pilares de la Modernidad (literalmente es el titulo de uno de los artículos de la revista), ya que su filosofía niega por completo las civilizaciones, las culturas y los sistemas de valores particulares, incluyendo los rusos. Estos argumentos no son esgrimidos por los patriotas y tradicionalistas rusos, sino por los liberales antirrusos que escriben que Kant es precisamente su guía. Esa es su tesis. Los filósofos ortodoxos rusos, entre ellos el sacerdote Pavel Florenski, lo llamaron como uno de los “baluartes del mal en contra de Dios”. La línea de crítica de Pavel Florenski y de su amigo Vladimir Ern, según la cual Occidente ha seguido el camino que los llevó de “Kant a Krupp”, ha sido continuada brillantemente por Anton Alijánov. Puede que Ern haya simplificado la polémica, pero en esencia él tiene razón: los kantianos alemanes apoyaron en masa la guerra contra Rusia y algunos de ellos incluso fueron al frente. Tal anécdota refuerza la interpretación del gobernador de Kaliningrado al decir que los rusos son objetivos militares para los kantianos.

Dos de los más importantes filósofos del siglo XX ruso, Pavel Florenski y Alexei Losev (también conocido como el monje Andronicus), hablaron de la incompatibilidad de la filosofía de Kant con los dogmas cristianos y consideraron su sistema como satánico. No se trata de una exageración, pues en su famoso libro sobre la Dialéctica del mito Losev dice que “los ejemplos más vividos de ateísmo no son los materialistas franceses, esos impíos de salón y charlatanes pomposos que resultan ser criaturas inofensivas. Su verbosidad desaparece una vez reciben el primer latigazo. No obstante, mucho más impíos son creyentes como Descartes y trascendentalistas como Kant. El látigo no puede hacer retroceder su impiedad y, si lo hace, únicamente los cura de forma superficial… Kant fue el primero en unificar las fuerzas diferenciadas del individuo y el sujeto hasta el punto de convertirse en uno de los exponentes más brillantes del satanismo europeo de los siglos XVII-XVIII, especialmente después de haber demostrado y declarado públicamente que Dios era sólo una Idea, aunque una idea necesaria. De allí a declarar que el hombre es un dios solo hay un paso, pero este paso no lo dio Kant, sino Fichte, los románticos y Feuerbach”. La filosofía de Kant, que plantea la “autonomía” de las criaturas con respecto a Dios es la apoteosis de toda lucha en contra del Creador y es incompatible con cualquier religión o sistema de valores tradicionales. Cuando Florenski y Losev hablaban del satanismo metafísico de Kant subrayaban que su deificación de la inteligencia de la criatura caída era peligrosa, especialmente si se le daba autonomía. De ahí la formulación infinitamente blasfema para cualquier persona religiosa “del hombre como fin en sí mismo”. El fin de toda criatura, su entelequia, no es otra cosa que Dios, lo Absoluto o el Motor Inmóvil, por usar la terminología filosófica o, como decía el Beato Agustín, “nuestro corazón permanecerá en zozobra hasta que por fin descanse en Ti”. Nada de lo creado puede ser un fin en sí mismo y esto se aplica a toda la creación, especialmente cuando nada singular, es decir, fragmentado, puede ser asumido como tal. Solo lo Uno, del cual se alejan todas las cosas y al cual regresan, es el fin. Todas las cosas creadas son solo medios para volver a este fin, epistrophe.

Ahora bien, Kant rechazó toda la tradición filosófica, tanto la antigua como del medioevo. En su sistema no existe lugar para el Dios vivo o la encarnación corporal de Jesucristo en el hombre, tampoco para el milagro de la Eucaristía. Kant negó abiertamente los principios cristianos y exigió que pudieran ser alterados según los momentos históricos. Fue igualmente hostil en contra del Islam, hablando negativamente de los árabes y depositando sus esperanzas en que la cultura secular persa pudiera sustituir al Islam. Sin embargo, la revolución islámica en Irán sin duda ha frustrado tales esperanzas. Ahora que la política interior y exterior de Rusia se basa en el respeto hacia las religiones tradicionales, incluidos el cristianismo y el Islam, resulta inapropiado seguir considerando a Kant como un referente filosófico. Esto se aplica igualmente a varios de sus principios que son incompatibles con las religiones tradicionales como el sapere aude (el lema de Prometeo-Satanás, el cual se rebeló en contra de su Creador en nombre de la Razón), “la cosa en sí” (que es la negación total del simbolismo al buscar separar la esencia del fenómeno, una especie de iconoclastia metafísica), la “paz perpetua” (la base del globalismo contemporáneo y la llegada del reino del Anticristo que, según las palabras cristianas “cuando digan: paz y seguridad, entonces vendrá sobre ellos destrucción repentina” o, como decía Carl Schmitt, la llegada del Anticristo será precedida por un Estado mundial unificado donde ya no haya enemigos) y su declaración de que “todos los dogmas cristianos deben ser sujetos a la revisión de la razón”. Incluso “el sol como centro del universo” de las modernas cosmovisiones le debe mucho a Kant. Después de escuchar el discurso del Patriarca Kirill en el Consejo de la Federación de Rusia sobre la amenaza del Anticristo deja en claro que el Estado ruso no puede basarse en Kant y menos en sus propuestas éticas. La “autonomía de la moral” defendida por Kant contradice por completo cualquier religión auténtica que no separa las leyes de Dios, el cosmos y el hombre, mientras que su “imperativo moral”, brillantemente desglosado por Alijánov, es un postulado vacío que permite cualquier acción y bajo el cual se amparan los sadomasoquistas, los nazis, los maniacos, Sade, Menguele y Chikatilo o cualquier exponente que desee convertir el deber en una “ley universal”

Ante lo anterior se podría objetar que tanto Florenski como Ern y Losev son ortodoxos. Lo mismo se aplica a los musulmanes que ven el kantismo como incompatible con sus sistemas doctrinales, pero ¿es posible condenar a Kant desde postulados no religiosos? Sí, sí es posible. Por ejemplo, las consecuencias destructivas a largo plazo que trajo consigo su filosofía y que ha sido denunciada varias veces. Gustav Shpet, un filosofo occidentalista ruso, ya había demostrado en 1916 el alto grado de historicismo que impregnaba el pensamiento filosófico europeo antes de Kant y que el kantismo tuvo consecuencias perjudiciales para las humanidades, dejándose de lado las valiosas aportaciones metodológicas de pensadores como Wolf, Vico, Weguelin e Iselin. El filósofo judío iraquí, que sufrió las consecuencias de las limpiezas étnicas en su país natal, Elie Kedourie, fue un crítico acérrimo tanto del imperialismo occidental como del etnochovinismo y solía atribuir el origen del nacionalismo a la filosofía de Kant, desestimando con ello las acusaciones contra Hegel. Todo esto suena paradójico, pero tiene sentido. Lo mismo dice el historiador moldavo Victor Taki – el cual lleva viviendo mucho tiempo en Estados Unidos, pero que actualmente se ha puesto de parte de los patriotas rusos y apoya la Operación Militar Especial – cuando sostiene que “Kant no es el padre del militarismo alemán, sino del derrotismo ruso”. Afirmación que no debe tomarse a la ligera ya que los agentes extranjeros y antirrusos de publicaciones como Novaya Gazeta lo reconocen como uno de sus principales referentes y el padre de la Modernidad. Lo mismo pasó durante la Perestroika cuando muchos agentes extranjeros se pusieron del lado de Kant y lo siguen utilizando hasta el día de hoy.

¿Acaso este conocimiento a posteriori fue una especie de arrepentimiento tardío que llegó justo después de la muerte de Kant? Para nada, ya que los tradicionalistas de muchos países rechazaban ya en la década de 1790, durante la vida misma de Kant, su filosofía. Esto se aplica a uno de sus amigos más cercanos en su juventud y que luego se convirtió en uno de sus más encarnizados enemigos: Johann Georg Hamann, una de las mentes más brillantes del siglo XVIII que también nació y pasó gran parte de su juventud en Königsberg. Los caminos de Kant y Hamann se separaron de forma irrevocable en 1760. Hamann era considerado como uno de los pensadores más profundos por sus contemporáneos, hasta el punto que Goethe lo adoraba, aunque admitía que era incapaz de comprenderlo del todo. Hamann pensó muchos de los problemas que luego terminarían siendo relevantes en el siglo XX como el postmodernismo, el cuerpo sin órganos, la filosofía de género y demás, por lo que no debe sorprendernos que sus contemporáneos no lo entendieran. Es el nombre de Hamann el que deben llevar las calles y los monumentos de Kaliningrado. Además de Hamann, existen otros personajes importantes ligados a la historia de Königsberg como Herder y Hoffman. Esta ciudad tiene mucho de donde elegir para posicionarse como un lugar importante en Rusia. Quizás resulte triste para algunos que la industria de Kaliningrado se vea afectada por la disminución de los recuerdos y excursiones turísticas que se hacen a los lugares donde vivió Kant, pero es el momento de dejar de lado ese culto hipertrofiado que lleva décadas existiendo allí. Rusia no puede vandalizar o borrar las páginas de la historia, por lo que los museos dedicados a Kant pueden seguir existiendo del mismo modo que otros museos, dedicados a figuras muy controvertidas como los decembristas, Herzen, Drobroliubov, Chenishevski, Lenin, etc., que fueron creados durante la época soviética, siguen existiendo dentro de nuestro país. Pero el Estado ruso no puede ni debe respaldar o apoyar el kantismo, ya que su cosmovisión es totalmente incompatible con las religiones tradicionales de Rusia y la de sus aliados, al igual que es incompatible con la defensa de los valores de un Estado-civilización como lo es Rusia que hoy en día es atacado por los pseudo-valores universales del Occidente contemporáneo. Creo que seria bueno cambiar el nombre de Kant que hoy llevan muchas universidades del Báltico y otras partes de la Federación, ya existen precedentes de este tipo en Rusia, tan solo basta recordar como el actual rector de la Universidad Federal del Báltico, Alexander Fedorov, cuando era rector de la Universidad Pedagogica Nacional Estatal, cambió el nombre de esta universidad de Maxim Gorki por el de Kuzma Minin. Esto no significó la “cancelación” del escritor, sino un cambio de acentos y prioridades. Lo mismo pasa con los seguidores de la “ética kantiana” que deberían dejar de ser alimentados por el presupuesto estatal.

Creo que sería injusto que nuestros soldados, que reciben los embates del Occidente colectivo esgrimiendo las ideas kantianas, defiendan tales cosas. También es injusto con los filósofos rusos que preferían a Hamann en lugar de Kant continuar con tal defensa. Al fin y al cabo, en la novela de Bulgakov se exige el exilio de Kant a Solovki, pero en la historia real fueron los oponentes de Kant como Florenski y Losev quienes fueron exiliados a Solovki y Belomorkanal respectivamente. Puede decirse que los pensadores y soldados rusos han pagado con su sangre el rechazo abierto de Kant por parte de Rusia. En este sentido, el notable discurso de Antón Alijánov no debería convertirse en una opinión del montón, sino en una guía para la acción.


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