domingo, 1 de septiembre de 2024

La forma occidental de hacer la Guerra: la narrativa triunfa sobre la realidad

El equipamiento alemán visible en Kursk ha despertado viejos fantasmas y ha consolidado la conciencia de las hostiles intenciones occidentales hacia Rusia. «Nunca más» es la réplica tácita.

Alastair Crooke, Strategic Culture

La propaganda de guerra y el engaño son tan viejos como las montañas. Nada nuevo. Pero lo que sí es nuevo es que la guerra de información ya no es un complemento de objetivos bélicos más amplios, sino que se ha convertido en un fin en sí misma.

Occidente ha llegado a considerar que “poseer” la narrativa ganadora -y presentar la del Otro como torpe, disonante y extremista- es más importante que enfrentarse a los hechos sobre el terreno. Desde este punto de vista, adueñarse de la narrativa ganadora es ganar. Así, la “victoria” virtual triunfa sobre la realidad “real”.

Así pues, la guerra se convierte más bien en el escenario para imponer la alineación ideológica a través de una amplia alianza global e imponerla a través de medios de comunicación obedientes.

Este objetivo goza de mayor prioridad que, por ejemplo, garantizar una capacidad de fabricación suficiente para sostener los objetivos militares. La elaboración de una “realidad” imaginada ha tenido prioridad sobre la configuración de la realidad sobre el terreno.

El punto aquí es que este enfoque, siendo una función de la alineación de toda la sociedad (tanto en el interior como en el exterior), crea trampas de falsas realidades, falsas expectativas, de las cuales una salida (cuando se hace necesaria) se vuelve casi imposible, precisamente porque la alineación impuesta a osificado el sentimiento público.

La posibilidad de que un Estado cambie de rumbo a medida que se desarrollan los acontecimientos se reduce o se pierde, y la lectura precisa de los hechos sobre el terreno se desvía hacia lo políticamente correcto y se aleja de la realidad.

El efecto acumulativo de “una narrativa virtual ganadora” conlleva el riesgo, no obstante, de deslizarse gradualmente hacia una “guerra real” inadvertida.

Tomemos, por ejemplo, la incursión orquestada y equipada por la OTAN en la simbólicamente significativa región de Kursk. En términos de una “narrativa ganadora”, su atractivo para Occidente es obvio: Ucrania “lleva la guerra a Rusia”.

Si las fuerzas ucranianas hubieran logrado capturar la central nuclear de Kursk, habrían tenido una importante baza para negociar y podrían haber retirado a las fuerzas rusas de la “Línea” ucraniana en Donbás, que se derrumba cada vez más.

Y para colmo, (en términos de guerra informatica), los medios de comunicación occidentales estaban preparados y alineados para mostrar al presidente Putin como “congelado” por la incursión sorpresa, y “tambaleándose” por la ansiedad de que el público ruso se volviera contra él en su ira por la humillación.

Bill Burns, jefe de la CIA, opinó que
Rusia no ofrecería concesiones sobre Ucrania hasta que la excesiva confianza de Putin fuera desafiada, y Ucrania pudiera demostrar fuerza.
Otros funcionarios estadounidenses añadieron que la incursión en Kursk, por sí sola, no llevaría a Rusia a la mesa de negociaciones; Sería necesario construir sobre la operación de Kursk con otras operaciones audaces (para sacudir la sangre fría de Moscú).

Por supuesto, el objetivo general era mostrar a Rusia como frágil y vulnerable, en línea con la narrativa de que, en cualquier momento, Rusia podría resquebrajarse y dispersarse al viento, en fragmentos. Dejando a Occidente como vencedor, por supuesto. De hecho, la incursión en Kursk fue una enorme apuesta de la OTAN:
Supuso hipotecar las reservas militares y el blindaje de Ucrania, como fichas en la ruleta, como una apuesta a que un éxito efímero en Kursk daría al traste con el equilibrio estratégico. La apuesta se perdió, y las fichas se confiscaron.

En pocas palabras, este asunto del Kursk ejemplifica el problema de Occidente con las “narrativas ganadoras”: Su defecto inherente es que se basan en el emotivismo y evitan la argumentación. Inevitablemente, son simplistas.
Simplemente están destinados a alimentar una alineación común ‘de toda la sociedad’. Es decir, que, a través de los medios de comunicación dominantes, las empresas, las agencias federales, las ONG y el sector de seguridad, todos deberían adherirse a oponerse a todos los ‘extremismos’ que amenacen ‘nuestra democracia’.
Este objetivo, por sí mismo, dicta que la narrativa sea poco exigente y relativamente poco polémica: ‘Nuestra Democracia, Nuestros Valores y Nuestro Consenso’. La Convención Nacional Demócrata, por ejemplo, adopta la ‘Alegría’ (repetida sin cesar), ‘Avanzar’ y ‘oponerse a la rareza’ como declaraciones clave. Sin embargo, estos memes son banales, y obtienen su energía y momentum no tanto por su contenido, sino por el deliberado escenario al estilo Hollywood que les presta espectáculo y glamour.

No es difícil ver cómo este zeitgeist unidimensional puede haber contribuido a que EE.UU. y sus aliados hayan malinterpretado el impacto de la actual ‘audaz aventura’ de Kursk en los rusos de a pie.

‘Kursk’ tiene historia. En 1943, Alemania invadió Rusia en Kursk para distraerse de sus propias pérdidas, y finalmente fue derrotada en la Batalla de Kursk. El regreso del equipo militar alemán a los alrededores de Kursk debió de dejar a muchos boquiabiertos; el actual campo de batalla en torno a la ciudad de Sudzha es precisamente el lugar donde, en 1943, los ejércitos soviéticos 38º y 40º se enroscaron para una contraofensiva contra el 4º Ejército alemán.

A lo largo de los siglos, Rusia ha sido atacada varias veces en su flanco vulnerable desde Occidente. Y más recientemente por Napoleón y Hitler. No es sorprendente que los rusos sean muy sensibles a esta sangrienta historia. ¿Pensaron esto Bill Burns y otros? ¿Imaginaron que, si la OTAN invadía la propia Rusia, Putin se sentiría “desafiado”, y que con un empujón más, se retiraría y aceptaría un resultado “congelado” en Ucrania, con la entrada de ésta en la OTAN? Puede que sí.

En última instancia, el mensaje que enviaron los servicios occidentales fue que Occidente (la OTAN) viene a por Rusia. Este es el significado de elegir deliberadamente Kursk. La lectura de las runas del mensaje de Bill Burns dice que te prepares para la guerra con la OTAN.

Para que quede claro, este género de ‘narrativa ganadora‘ que rodea a Kursk no es ni engaño ni finta. Los Acuerdos de Minsk fueron ejemplos de engaño, pero eran engaños basados en una estrategia racional (es decir, eran históricamente normales). Los engaños de Minsk estaban destinados a ganar tiempo para Occidente para fortalecer la militarización de Ucrania, antes de atacar el Donbás. El engaño funcionó, pero solo a costa de una ruptura de confianza entre Rusia y Occidente. Sin embargo, los engaños de Minsk también aceleraron el fin de la era de 200 años de occidentalización de Rusia.

Kursk, en cambio, es un ‘pez’ diferente. Se basa en las nociones del excepcionalismo occidental. Occidente se percibe a sí mismo como virando hacia “el lado correcto de la Historia”.

Las “narrativas ganadoras” afirman esencialmente, en formato secular, la inevitabilidad de la Misión escatológica occidental para la redención y la convergencia globales. En este nuevo contexto narrativo, los hechos sobre el terreno se convierten en meras molestias, y no en realidades que deban tenerse en cuenta.

Éste es su Talón de Aquiles.

Sin embargo, la Convención Nacional Demócrata (DNC) en Chicago puso de relieve otra preocupación:
Del mismo modo que el Occidente hegemónico surgió de la época de la Guerra Fría, moldeado y vigorizado mediante la oposición dialéctica al comunismo (en la mitología occidental), hoy vemos un (pretendido) ‘extremismo’ totalizador (ya sea del modo Make America Great Again (MAGA) o de la variedad externa: Irán, Rusia, etc.), planteado en Chicago en una oposición dialéctica hegeliana similar a la anterior de capitalismo contra comunismo; pero en el caso actual, se trata de un “extremismo” en conflicto con “Nuestra Democracia”.
La narrativa-tesis del DNC de Chicago es en sí misma una tautología de diferenciación identitaria que se presenta como ‘unión’ bajo una bandera de diversidad y en conflicto con la ‘blancura’ y el ‘extremismo’. El ‘extremismo’ se presenta claramente como el sucesor de la antigua antítesis de la Guerra Fría: el comunismo.

La ‘trastienda’ de Chicago puede estar imaginando que una confrontación con el extremismo -en sentido amplio- volverá a producir, como ocurrió en la época posterior a la Guerra Fría, un rejuvenecimiento estadounidense.

Es decir, que un conflicto con Irán, Rusia y China (de forma diferente) puede entrar en la agenda. Los signos reveladores están ahí (además de la necesidad de Occidente de un reajuste de su economía, que la guerra suele proporcionar).

Sin duda, la estratagema de Kursk pareció inteligente y audaz a Londres y Washington. ¿Pero con qué resultado? No consiguió ni el objetivo de tomar la central nuclear de Kursk, ni el de sacar a las tropas rusas de la Línea de Contacto. Se eliminará la presencia ucraniana en la región de Kursk.

Lo que sí hizo, sin embargo, es poner fin a toda perspectiva de un eventual acuerdo negociado en Ucrania.

La desconfianza de EEUU en Rusia es ahora absoluta. Esto ha hecho que Moscú esté más decidido a llevar a término la operación especial.

El equipo alemán visible en Kursk ha despertado viejos fantasmas y ha consolidado la conciencia de las hostiles intenciones occidentales hacia Rusia.

“Nunca más” es la respuesta tácita.


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