sábado, 31 de agosto de 2024

Colonialismo, neocolonialismo y multipolaridad


Vladimir Castillo Soto, Rebelion

En el capítulo XXIV del primer tomo de El Capital, crítica de la economía política Carlos Marx estudia el proceso de la acumulación originaria del capital: en él expone buena parte de los métodos de rapiña y expoliación aplicados por el naciente capitalismo occidental. Es un libro que es necesario releer frecuentemente para tener presente cómo hemos llegado a la situación actual. La violencia europea se expandió e impuso por todo el mundo. Matanzas, robos, violaciones, esclavización de millones de seres humanos y abusos de todo género se acometen con la vil excusa de evangelizar y civilizar. Los europeos occidentales se convirtieron en la peor plaga para el género humano, que con la colonización arrasó, expolió y se apropió de continentes enteros, América, África, buena parte de Asia y Oceanía fueron sus presas. En estos quinientos años el capitalismo evoluciona y durante el siglo XX se convierte en el brutal imperialismo corporativo financiero, neocolonialista, que con su supremacismo y neoliberalismo pretende seguir asesinando, explotando y robando a buena parte del planeta.

Después de arduas y prolongadas luchas, algunas de ellas muy sangrientas, la mayoría de los pueblos del Sur lograron su “independencia” política, y quedó gran parte de ellos en terribles condiciones económicas de dependencia y de explotación de sus riquezas por parte de colonos y empresas de las metrópolis. India, Vietnam, Argelia, Angola, Sudáfrica, Indonesia y decenas de otras excolonias son ejemplo de ello en el siglo XX. Ya en el siglo XIX la América hispana con Haití a la cabeza habían dado la lucha por su independencia del yugo español y francés respectivamente. Aunque dieron sus luchas en períodos históricos muy diferentes, con características muy distintas, la mayoría de los países que fueron colonia están necesitando, con urgencia, una segunda y, ojalá, definitiva independencia, sobre todo en lo cultural, lo económico y lo político, que es lo único que puede asegurarle a sus pueblos una soberanía real y un desarrollo social y económico armonioso y sostenible.

En el planeta aún quedan más de 60 territorios que son colonias de hecho y de derecho, como por ejemplo, Puerto Rico, Guyana Francesa, Guadalupe, Martinica, Nueva Caledonia, Polinesia Francesa, Islas Malvinas, Islas Caimán, Aruba, Curazao, Bonaire, Guam, Córcega, Islas Canarias, Groenlandia, Euskal Herría, Galicia, Cataluña, Escocia y muchos otros. Las Naciones Unidas tiene el deber de colaborar con las poblaciones autóctonas de estos territorios a reencontrar la soberanía plena y su derecho a la autodeterminación, además a ser compensados de manera adecuada por la opresión y el expolio sufrido durante siglos.

Lamentablemente, en grandes territorios como Australia, Nueva Zelanda, Canadá y los Estados Unidos de América sus habitantes fueron prácticamente exterminados y reducidos a reservas y otros tipos de segregación que permitió la apropiación absoluta de sus tierras por los racistas invasores anglosajones.

Durante el proceso de decolonización en muchas excolonias el poder que se transfirió fue el político, en muchos casos tutelado, y quedó buena parte de las riquezas naturales bajo el control de empresas coloniales y/o transnacionales. Hubo una planificación del uso y explotación de las excolonias por parte de las metrópolis que se basó en la mayor apropiación posible de los recursos naturales incluida la mano de obra semiesclavizada o muy barata. El objetivo era la máxima explotación económica posible en base a un extractivismo rapaz, crudo y puro de materias primas. El neocolonialismo aseguraba una relación de dependencia casi absoluta de sus antiguos amos y en algunos casos se llegó a entregar el manejo de su política monetaria y financiera a ministerios y bancos de las metrópolis coloniales y a supeditar su política exterior y otras decisiones de importancia a organizaciones como la Commonwealth británica y su equivalente francés.

También, hay que mencionarlo, muchas excolonias buscaron sus propios caminos, se enfrentaron a los poderes fácticos de los imperios y sufrieron toda clase de sabotajes, bloqueos y humillaciones. Hubo líderes importantes como Nasser, Sukarno, Nehru y otros que organizaron la Conferencia de Bandung y más tarde la Organización de Países No Alineados, que lograron agrupar parte de los países del Sur y luchar por los intereses de los mismos. Sin embargo, podemos decir que no se logró erradicar el colonialismo, simplemente evolucionó a nuevos formatos, tan o más opresivos y explotadores que los anteriores, encubiertos algunos y muchos otros abiertos y explícitos. La deuda moral y económica de Occidente con el Sur Global, por los procesos coloniales y neocoloniales es gigantesca y sigue pendiente de ser cancelada.

El neocolonialismo se expresa de múltiples maneras, entre ellas, en el uso del dólar como moneda única de intercambio comercial, tratados de libre comercio injustos para los países del Sur, la imposición de perversos mecanismos de endeudamiento y de políticas neoliberales de privatización y antisociales aplicadas por organismos financieros como el Fondo Monetario Internacional (FMI), el Banco Mundial (BM) y los Bancos de Desarrollo, que se complementan perfectamente con la Corte Penal Internacional, la Organización Mundial del Comercio, la hegemonía cuasi absoluta en la industria cultural y la cartelización de los medios de comunicación e información y las redes sociales, el modelo de democracia dirigida desde el Norte al servicio de sus corporaciones, su aristocracia y su plutocracia, las estructuras de las Naciones Unidas que están al servicio de Occidente, es decir, todo un sistema basado en sus reglas, las cuales son violadas cada vez que los intereses occidentales así lo requieren. En otras palabras, el neocolonialismo es una de las “patas” más necesaria del mundo unipolar que Occidente pretende mantener vigente y que hay que destruir, hasta sus cimientos lo antes posible, si queremos sacar para siempre a nuestros pueblos de la pobreza y garantizarles un futuro digno, soberano y en paz.

Algunos países e incluso regiones enteras del planeta, como el caso de África, están planteando desde hace mucho tiempo que los explotadores y saqueadores paguen reparaciones y pidan disculpas por los daños morales, económicos, culturales, éticos, ecológicos, sociales, religiosos y otros que los imperios coloniales y sus descendientes infligieron a centenares de pueblos y naciones que sufrieron los efectos y consecuencias del colonialismo, la esclavización e incluso el genocidio de sus poblaciones.

Este tipo de iniciativas son muy válidas, las valoraciones de los daños del colonialismo de los últimos quinientos años y el neocolonialismo actual deben ser determinadas con mucho cuidado y seriedad haciendo un trabajo de investigación historiográfico muy sólido, diferenciado, exhaustivamente documentado, ojalá con el apoyo de instituciones oficiales nacionales y multilaterales como la Unión Africana o la Comunidad Caribeña y universidades locales, compartiendo esfuerzos e información entre organizaciones homólogas de todo el mundo y evitando la participación de ONGs y movimientos creados expresamente desde Occidente para incidir en estos procesos, fundamentalmente con dos finalidades, sabotear los procesos y hacerlos inviables o acercarse a los países para establecer diálogos y por la vía de los programas de apoyo económico y financiero formalizar y profundizar su control neocolonial a largo plazo.

Así pretenden estar listos para pagar su deuda moral, cuando en realidad sus intenciones y planes son lograr que sus instituciones financieras y corporaciones transnacionales, como por ejemplo, la Sociedad Americana de Derecho Internacional (ASIL, por sus siglas en ingles), la Open Society Fundation de George Soros, el FMI, el BM, el Banco Interamericano de Desarrollo, BlackRock Corporate entre muchos otros amplíen su participación en los sectores críticos de las economías, profundizando y ampliando su control neocolonial, asegurando así mantenerse como líderes y policías únicos del planeta.

Algunos estudiosos plantean que, aun hoy día, los modelos básicos del dominio colonial occidental sobre los países del Sur Global determinan la economía mundial. Las “metrópolis” explotan a los países en desarrollo calculando sacar ganancias, cuyos volúmenes sobrepasan mucho los daños acumulados de la época colonial. Los programas económicos neoliberales, impuestos por las instituciones financieras occidentales limitaron el desarrollo de los países del Sur. Llevados por la fuerza a pactar acuerdos desbalanceados de “libre comercio” que favorecían a las empresas transnacionales, en los últimos tiempos se han exportado materias primas por más de 2.2 billones de dólares al año a un precio mucho más bajo, configurados en las bolsas de valores occidentales, y eso sin contar con otras expensas del sistema de Breton Woods como corrupción, decrecimiento ilegal de capitales y repatriación de beneficios. Con esto la suma del daño acumulado a los países del Sur Global desde el inicio de la época colonial se estima en más de 200 billones de dólares, recursos que han podido ser dirigidos a sanar las graves heridas, desigualdades e injusticias dejadas por el colonialismo y neocolonialismo impuesto por Occidente para su beneficio.

El sólido poder de China, el renacer de Rusia, el crecimiento de India, la independencia política real de Sudáfrica, Mali, Níger, Burkina Faso y otros países africanos, la fortaleza de Irán, los BRICS+, el ALBA-TCP en América Latina y el Caribe, la ASEAN y la Unión Económica Euroasiática en Asia son, sin duda, muestras claras del indetenible mundo multipolar que emerge. Organizarse, conformar y consolidar polos de poder es el camino para lograr que nuestros países construyan su desarrollo, con justicia social y soberanía plena, y exigir que Europa y sus exhalaciones anglosajonas paguen su maldad y daños acumulados e infligidos al Sur Global en los últimos cinco siglos. Sin una reorganización real de la arquitectura global política, cultural, comercial y militar no se puede hablar de compensaciones reales para los afectados por las nefastas consecuencias del colonialismo y neocolonialismo, ni de la conclusión del proceso de decolonización.


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