Raúl Zibechi, La Jornada
Entre las muchas situaciones que enmarañan el escenario político y crean dificultades en el trazado de estrategias emancipatorias destacan los cambios en las formas de dominación y en la estructura de las clases dominantes. El neoliberalismo, asentado en el dominio del capital financiero, representa un salto cualitativo en la opacidad de los modos de opresión y dominación y en las formas de extracción de plusvalor.
En América Latina no abundan los trabajos que busquen comprender las nuevas complejidades del capitalismo. Sin embargo, el ascenso de la conflictividad social y de las luchas de clases en la región ha acelerado procesos que en otras partes del mundo se habían registrado con varias décadas de antelación. Me referiré apenas a uno de ellos: la aparición, al costado de la burguesía, o sea de los propietarios de los medios de producción, de una creciente camada de administradores o gestores del capital.
Casi 70 por ciento del capital financiero global está constituido por fondos de pensiones. Se trata de millones de trabajadores que vuelcan sus ahorros en dichos fondos pero que, aun siendo sus propietarios, no son ellos quienes los administran sino pequeños grupos de gestores que, en los hechos, toman las decisiones sobre dónde invertir y reciben por ello cifras millonarias. Esta camada juega un papel relevante en el mundo de hoy, aun sin ser los dueños del capital.
La separación entre propietarios y gestores no es nueva. En las fases iniciales del capitalismo la clase de los gestores se encontraba fragmentada según campos y, en el interior de cada uno, por instituciones y unidades económicas distintas, sin que los grupos así formados se relacionaran recíprocamente, escribe João Bernardo en Economia dos conflitos sociais (Expressão Popular, 2009, p. 283).
Esa dispersión de los gestores incrustados en cada unidad productiva fue mutando a lo largo del siglo XX hasta convertirse en una fracción decisiva con el modelo neoliberal. Las luchas de clases jugaron un papel relevante en ese cambio a través de revoluciones como la rusa y la china, pero también impulsando el ascenso de los demás países emergentes convertidos en potencias globales agrupadas en la sigla BRICS.
La característica distintiva de los emergentes es el predominio de un capitalismo de Estado en el cual los administradores toman las grandes decisiones, incluyendo al más capitalista de ellos, Brasil. Los nuevos y los viejos gestores representan hoy al capital mundial colectivo que funciona de manera global e integrada. A diferencia de los patrones individuales, representan la globalidad del capital.
En paralelo, las luchas sociales han debilitado a la burguesía de los propietarios del capital, que se han visto forzados a delegar en sus administradores. El plusvalor global generado por los trabajadores se reparte ahora entre esas dos fracciones. La virtud de la crisis abierta en 2008 es que sacó de la sombra las gigantescas retribuciones que perciben los gestores.
Esta bifurcación tiene resultados inesperados para el conflicto social. Quisiera detallar algunos de ellos, sin la esperanza de agotarlos.
La primera es la que advierte el historiador chileno Gabriel Salazar, cuando señala que el capitalismo neoliberal y posfordista no tiene aún la teoría que lo explique, y menos la que pronostique su evolución posterior (Latinoamericamente, Quimantú, 2011, p. 73). No sólo vamos detrás de las volteretas del capitalismo para entenderlas y actuar, sino que en esta etapa nos está ganando la incertidumbre porque seguimos pensando con base en paradigmas que se han evaporado.
La segunda es que una porción de la conflictividad social en el continente es, en realidad, una serie de combates entre los propietarios y los gestores, aunque las líneas de demarcación no siempre son nítidas. Una parte sustancial de los burgueses tradicionales pretenden retomar el control del aparato estatal, gobernado ahora por los gestores a los que habitualmente llamamos progresismo.
La tercera, es que los gestores suelen apelar a los sectores populares para conseguir la fuerza suficiente como para acotar a los propietarios, y esa fuerza la encuentran sobre todo entre los sindicatos, que han sido importantes proveedores de administradores del capital.
La cuarta es que el posfordismo ha producido cambios en las estructuras de los de abajo. Todo lo orgánico fue desarticulado, dice Salazar, en alusión a los sindicatos y los partidos de izquierda, pero también la sociabilidad popular, al punto que hoy las sociedades son zonas de penumbras y contornos porosos, donde las fronteras, e identidades, son resbaladizas o no existen.
Mientras el presidente de Chile, Sebastián Piñera, es un claro exponente de la burguesía de los propietarios de los medios de producción, el peruano Ollanta Humala gestiona los intereses de las multinacionales aunque no tiene ninguna participación en ellas. Sin embargo, son casos extremos. Lo común son las situaciones intermedias.
Casos extraños se producen cuando los sectores populares tienen la suficiente fuerza como para derrotar a los burgueses y someter a los gestores a su proyecto político. A nivel del Estado-nación esto ha sucedido durante breves periodos, hasta que los gestores recuperan el timón de mando.
Quizá el caso más paradigmático sea el de Brasil, donde una potente camada de sindicalistas, sobre todo bancarios, se han convertido en gestores de los fondos de pensiones que ya controlan buena parte de las multinacionales brasileñas y el principal banco de fomento del mundo, el BNDES. Los tres gobiernos del Partido de los Trabajadores están modelados por la alianza entre gestores, propietarios y burocracia estatal.
Probablemente las más importantes luchas populares actuales, desde la resistencia al proyecto minero Conga en Perú hasta la hidroeléctrica Belo Monte en Brasil, se registran en contra de los gestores del capital. Es un nuevo periodo, en el que vamos a tientas, abriendo brecha en la espesura inédita.
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