Diego Fusaro, Posmodernia
Desde hace algún tiempo, la UE presiona para que los europeos acepten de buena gana en su dieta larvas e insectos, gusanos y moscas: el plato único gastronómicamente correcto, variante del pensamiento único políticamente correcto. Se trata de un momento decisivo en la deconstrucción de las identidades europeas, partiendo de la mesa.
Cabe afirmar que el gesto entomofágico no sólo no forma parte de las tradiciones a la mesa de los pueblos europeos, sino que históricamente ha sido casi siempre objeto social de repugnancia. Las razones deben ser identificadas en la esfera de lo simbólico. A decir verdad, desde un punto de vista puramente material, no existen motivos que impidan comer insectos, larvas o grillos. En un sentido “técnico”, son perfectamente “comestibles”.
En términos de propiedades nutricionales, por ejemplo, la carne de insecto, muy rica en micronutrientes (proteínas, vitaminas, minerales y aminoácidos), equivale a las de las carnes rojas y las aves. Y, como nos recuerda Harris en Good to Eat (Ed. esp. Bueno para comer, 2011), cien gramos de termitas africanas contienen 610 calorías, 38 gramos de proteína y 46 gramos de grasa. A mayor abundamiento, Franz Bodenheimer, en su estudio Insects as Human Food (1950), documentó la existencia de “insectívoros” humanos en los principales continentes.