Una mirada no convencional al modelo económico de la globalización, la geopolítica, y las fallas del mercado
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miércoles, 20 de noviembre de 2024
La era del odio desideologizado
Andrea Zhok, L' Anti Diplomatico
En la degeneración contemporánea del escenario político, una de las cosas más llamativas es el desencadenamiento de actitudes de ferocidad, desprecio, deshumanización, psiquiatrización, demonización del adversario. Lo podemos comprobar en estos días posteriores a la victoria de Trump, con una proliferación de crisis nerviosas que emergen en Internet y en las publicaciones ante la «victoria del Mal», pero lo vemos continuamente en mil contextos. Vimos esto en los días de Covid, donde intentábamos justificar las manifestaciones de maldad, crueldad y deseos de muerte con la dinámica psicológica del miedo. Lo vemos en la forma en que se desarrollan (o más bien NO se desarrollan) los discursos sobre cuestiones de «corrección política», donde cualquier discusión abierta es imposible y donde las sensibilidades histéricas dispuestas a arremeter y destrozar el «Mal» son omnipresentes. Lo vemos en la demonización de la alteridad política a nivel internacional.
Lo sorprendente es cómo esta tendencia hacia el conflicto irreconciliable, hacia la repulsión sin descuentos ni mediaciones, se produce precisamente en la época por excelencia del «fin de las ideologías», el «fin de los grandes relatos», de la «secularización».
Como nos han contado muchos acontecimientos históricos, estamos acostumbrados a asociar el choque sin límites con la fricción entre identidades fuertes, identidades colectivas irreductibles y visiones del mundo radicalmente alternativas.
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Decadencia Occidental,
Hegemonía y Dominación,
Modernidad,
Neoliberalismo
jueves, 19 de septiembre de 2024
Heidegger, el médico de la modernidad
¿Y si, al igual que Nietzsche, Heidegger fuera considerado como el médico de nuestra civilización? Ciertamente no un médico que erradica o extirpa una enfermedad, sino un médico que cura, un médico que aporta una cierta paz, una cierta serenidad, un equilibrio en la lucidez y que nos reconcilia con el mundo, con el cuerpo y sus males que inevitablemente van de la mano de sus alegrías. ¿Es Heidegger el médico de la modernidad, que es el cautiverio del mundo, e incluso el médico de la posmodernidad, que es el momento en que los cautivos son a su vez detenidos por los dispositivos y son arrastrados por flujos incontrolados? Esta es la hipótesis que explora nuestro colaborador Pierre le Vigan, urbanista y ensayista, en este fascinante estudio:
Pierre Le Vigan, Revue Elements
Heidegger (1889-1976) sigue estando en el centro de las preocupaciones de nuestro tiempo. El libro de Baptiste Rappin Heidegger et la question du management – un gestor que va mucho más allá del mundo de la empresa – da fe de ello. Como lo es la influencia de Heidegger en el pensamiento del difunto Pierre Legendre o en Michel Maffesoli. Dicho de otro modo, Heidegger es inactual, lo que le permite seguir siendo actual.
lunes, 5 de agosto de 2024
La modernidad enfrentada a la identidad
"Nosotros y los otros. Problemática de la identidad" (Ed. Fides) es un importante libro de Alain de Benoist en el que reflexiona sobre la crisis de las identidades —personales y colectivas— provocada por el triunfo de la modernidad liberal.
Alain de Benoist, El Manifiesto
La modernidad naciente no dejó de combatir a las comunidades orgánicas, descalificadas regularmente como estructuras que, estando sujetas al peso de la tradición y el pasado, impedirían la emancipación humana. En este contexto, el ideal de "autonomía", apresuradamente convertido en ideal de independencia, implica el rechazo de cualquier raíz, pero también de todo vínculo social heredado. «A partir de la Ilustración, escribió Zygmunt Bauman, se consideró una verdad de sentido común que la emancipación del hombre, la verdadera liberación del potencial humano, exigía la ruptura de los vínculos de las comunidades y que los individuos fueran liberados de las circunstancias de su nacimiento». La modernidad está así construida sobre la devaluación radical del pasado en nombre de una visión optimista del futuro que se supone representa una ruptura radical con lo que le había precedido (ideología del progreso). El modelo que prevalece es el de un hombre que debe liberarse de sus afiliaciones, no sólo porque éstas limitan peligrosamente su "libertad", sino también y sobre todo porque ellas están planteadas como no constitutivas de su yo.
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Filosofía Política,
Identidad,
Modernidad,
Neoliberalismo
martes, 14 de mayo de 2024
Ahora todos deberíamos ser estoicos
Navega. Sé Estoico. El antídoto completo contra la locura actual.
Si de los olivos brotaran flautas resonantes, ciertamente no dudarías de que los olivos conocen el Arte de la Flauta
Zenón de Citio
El objetivo de la vida no es estar del lado de la mayoría, sino evitar encontrarse en las filas de los locos
Marco Aurelio
Pepe Escobar, Strategic Culture
Estás navegando por el Golfo de Morbihan («Mar Pequeño», en lengua bretona) en Bretaña, Francia, NATOstán, sorteando de vez en cuando las segundas corrientes marinas más potentes de Europa. El agua circula por un gigantesco laberinto de calas, rocas e islas. Los pescadores y ostreros están en el paraíso.
Y luego están los poderosos vientos. Y empiezas a pensar en Platón. Puede que incluso te lo imagines, junto al mar, observando cómo el viento hincha las velas de un barco. Y pensó en el pneuma: «aliento vital«.
Platón ya tenía la intuición de que el alma es eterna y, en la transmigración, incorpora varios cuerpos. De ahí que el alma pueda definirse como la idea de aliento vital (pneumatos) difundido en todas direcciones. El alma, para Platón, se compone de tres partes: racional (logistikon), con su HQ en nuestra cabeza; pasional, con su HQ en nuestro corazón; y apetitiva, en nuestro ombligo e hígado.
Y, sin embargo, este aliento vital no es conducido por los cuerpos. Y eso nos lleva a los estoicos.
Y el asunto se vuelve mucho más peliagudo.
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Geopolítica,
Modernidad,
Pepe Escobar
sábado, 29 de julio de 2017
La narratura del capitalismo
Jorge Majfud, Alai
¿Realmente le debemos la modernidad al capitalismo?
Una de las afirmaciones que los apologistas del capitalismo más repiten y menos se cuestiona es aquella que afirma que este ha sido el sistema que más riqueza y más progreso ha creado en la historia. Le debemos Internet, los aviones, YouTube, las computadoras desde la que escribimos y todo el adelanto médico y las libertades sociales e individuales que podemos encontrar hoy.
El capitalismo no es el peor ni el menos criminal de los sistemas que hayan existido, pero esta interpretación arrogante es, además, un secuestro que la ignorancia le hace a la historia.
En términos absolutos, el capitalismo es el período (no el sistema) que ha producido más riqueza en la historia. Esta verdad sería suficiente si no consideramos que es tan engañosa como cuando en los años 90 un ministro uruguayo se ufanaba de que en su gobierno se habían vendido más teléfonos móviles que en el resto de la historia del país.
La llegada del hombre a la Luna no fue simple consecuencia del capitalismo. Para empezar, ni las universidades públicas ni las privadas son, en sus fundamentos, empresas capitalistas (excepto algunos pocos ejemplos, como el fiasco de Trump University). La NASA tampoco fue nunca una empresa privada sino estatal y, además, se desarrolló gracias a la previa contratación de más de mil ingenieros alemanes, entre ellos Wernher von Braun, que habían experimentado y perfeccionado la tecnología de cohetes en los laboratorios de Hitler, quien invirtió fortunas (cierto, con alguna ayuda económica y moral de las grandes empresas norteamericanas). Todo, el dinero y la planificación, fueron estatales. La Unión Soviética, sobre todo bajo el mando de un dictador como Stalin, ganó la carrera espacial al poner por primera vez en la historia el primer satélite, la primera perra y hasta el primer hombre en órbita doce años antes del Apollo 11 y apenas cuarenta años después de la revolución que convirtió un país atrasado y rural, como Rusia, en una potencia militar e industrial en unas pocas décadas. Nada de eso se entiende como capitalista.
¿Realmente le debemos la modernidad al capitalismo?
Una de las afirmaciones que los apologistas del capitalismo más repiten y menos se cuestiona es aquella que afirma que este ha sido el sistema que más riqueza y más progreso ha creado en la historia. Le debemos Internet, los aviones, YouTube, las computadoras desde la que escribimos y todo el adelanto médico y las libertades sociales e individuales que podemos encontrar hoy.
El capitalismo no es el peor ni el menos criminal de los sistemas que hayan existido, pero esta interpretación arrogante es, además, un secuestro que la ignorancia le hace a la historia.
En términos absolutos, el capitalismo es el período (no el sistema) que ha producido más riqueza en la historia. Esta verdad sería suficiente si no consideramos que es tan engañosa como cuando en los años 90 un ministro uruguayo se ufanaba de que en su gobierno se habían vendido más teléfonos móviles que en el resto de la historia del país.
La llegada del hombre a la Luna no fue simple consecuencia del capitalismo. Para empezar, ni las universidades públicas ni las privadas son, en sus fundamentos, empresas capitalistas (excepto algunos pocos ejemplos, como el fiasco de Trump University). La NASA tampoco fue nunca una empresa privada sino estatal y, además, se desarrolló gracias a la previa contratación de más de mil ingenieros alemanes, entre ellos Wernher von Braun, que habían experimentado y perfeccionado la tecnología de cohetes en los laboratorios de Hitler, quien invirtió fortunas (cierto, con alguna ayuda económica y moral de las grandes empresas norteamericanas). Todo, el dinero y la planificación, fueron estatales. La Unión Soviética, sobre todo bajo el mando de un dictador como Stalin, ganó la carrera espacial al poner por primera vez en la historia el primer satélite, la primera perra y hasta el primer hombre en órbita doce años antes del Apollo 11 y apenas cuarenta años después de la revolución que convirtió un país atrasado y rural, como Rusia, en una potencia militar e industrial en unas pocas décadas. Nada de eso se entiende como capitalista.
domingo, 19 de septiembre de 2010
Zygmunt Bauman y la crisis de una modernidad "líquida"
El filósofo y sociólogo polaco Zygmunt Bauman ha instalado el concepto de modernidad líquida para diferenciarla de la modernidad sólida en la cual existían marcos de referencia frente a los hechos. De acuerdo a Bauman, en la condición actual del mundo todo punto de referencia se ha desvanecido o "licuado" producto de la exacerbada acción individual. Esto mismo ha configurado un mundo inseguro y pleno de vacíos, donde lo momentáneo y lo transitorio dan curso a la fugacidad de la vida actual donde gobiernan los hechos impredecibles.
En este paso de la modernidad "sólida" a la "líquida", se ha creado un escenario sin precedentes para la práctica de la vida individual, por lo que las formas sociales se han diluido y no sirven como marco de referencia para las acciones humanas. Los individuos empalman una serie interminable de proyectos de corto plazo que no tienen una secuencia significativa y estas vidas fragmentadas requieren que las personas estén constantemente preparadas y dispuestas a cambiar de táctica, abandonar compromisos y lealtades sin arrepentimiento y buscar oportunidades en función de su disponibilidad actual.
Para Bauman, en la modernidad líquida el individuo debe actuar, planificar acciones y calcular las ganancias y las pérdidas probables en condiciones de incertidumbre endémica, pero siempre en sentido individual. Esto es lo que ha ocurrido con el mundo de las altas finanzas y el síndrome de la codicia de Wall Street, que no es más que una puerta abierta al desastre y al total derrumbe del mérito de la acción colectiva. Como véis, todo lo líquido se desvanece como el agua entre los dedos... Por eso, vale la pena ver esta entrevista a Bauman y seguirla en sus 53 minutos que tienen muy poco de líquido y, afortunadamente, mucho de sólido.
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mamvas
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