Una mirada no convencional al modelo económico de la globalización, la geopolítica, y las fallas del mercado
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jueves, 21 de marzo de 2024
De comer insectos. O de la Globalización repugnante
Diego Fusaro, Posmodernia
Desde hace algún tiempo, la UE presiona para que los europeos acepten de buena gana en su dieta larvas e insectos, gusanos y moscas: el plato único gastronómicamente correcto, variante del pensamiento único políticamente correcto. Se trata de un momento decisivo en la deconstrucción de las identidades europeas, partiendo de la mesa.
Cabe afirmar que el gesto entomofágico no sólo no forma parte de las tradiciones a la mesa de los pueblos europeos, sino que históricamente ha sido casi siempre objeto social de repugnancia. Las razones deben ser identificadas en la esfera de lo simbólico. A decir verdad, desde un punto de vista puramente material, no existen motivos que impidan comer insectos, larvas o grillos. En un sentido “técnico”, son perfectamente “comestibles”.
En términos de propiedades nutricionales, por ejemplo, la carne de insecto, muy rica en micronutrientes (proteínas, vitaminas, minerales y aminoácidos), equivale a las de las carnes rojas y las aves. Y, como nos recuerda Harris en Good to Eat (Ed. esp. Bueno para comer, 2011), cien gramos de termitas africanas contienen 610 calorías, 38 gramos de proteína y 46 gramos de grasa. A mayor abundamiento, Franz Bodenheimer, en su estudio Insects as Human Food (1950), documentó la existencia de “insectívoros” humanos en los principales continentes.
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martes, 20 de febrero de 2024
Gastronómicamente correcto. McDonald´s y la mundialización a la mesa
Diego Fusaro, Posmodernia
La identidad gastronómica se declina en plural, ya que son muchas las tradiciones a la mesa y cada una existe en el constante nexo de mixtura e hibridación con las demás. Cada identidad existe, en sí misma, como resultado nunca definitivo de un proceso por el cual se entrelaza o -para permanecer en el campo de las metáforas culinarias- se mezcla con las otras.
Es cierto que en el pasado, si pretendiéramos aventurarnos en la «arqueología del sabor», esta fecunda pluralidad cultural ligada a las tradiciones alimentarias tendía, en algunos casos, a degenerar en formas de nacionalismo culinario, en virtud de las cuales cada pueblo se consideraba portador de una suerte de primado eno-gastronómico. A este respecto, existen quienes han acuñado la categoría de «gastronacionalismo«, aunque en honor a la verdad, aun cuando la cocina resulte fundamental para trazar las fronteras políticas y culturales de las identidades nacionales, las tradiciones culinarias nunca existieron, originariamente, en forma nacional, siendo en cambio herencias de orden regional, como ha evidenciado Mintz. En cualquier caso, las políticas gastronacionalistas se han manifestado también debido a la tendencia de los Estados a utilizar el reconocimiento de su propio patrimonio alimentario como instrumento para la propia política, para el propio reconocimiento en la arena internacional y en el ámbito de lo que habitualmente se define como «gastro-diplomacia”, aludiendo con ello a la práctica que aprovecha el carácter relacional de la comida y busca consolidar y fortalecer los lazos a nivel político.
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jueves, 29 de abril de 2021
¿Comer el mundo o salvaguardar el mundo? Paradigmas opuestos
He aquí que ha surgido un límite insuperable: la Tierra limitada como planeta, pequeño, superpoblado, con bienes y servicios limitados no puede soportar un proyecto ilimitado
Leonardo Boff
“Comer el mundo” o “salvaguardar el mundo” son una metáfora, frecuente en la boca de líderes indígenas, cuestionando el paradigma de nuestra civilización, cuya violencia casi los ha hecho desaparecer. Ahora ha sido puesto en jaque por la Covid-19. El virus ha caído como un rayo sobre el paradigma de “comer el mundo”, es decir, explotar ilimitadamente todo lo que existe en la naturaleza bajo la perspectiva de un crecimiento/enriquecimiento sin fin. El virus ha destruido los mantras que lo sustentan: centralidad del lucro, alcanzado mediante la competencia, la más feroz posible, acumulado privadamente, a costa de la explotación de los recursos naturales. De obedecer estos mantras, estaríamos seguramente en mal camino. Lo que nos está salvando es lo ocultado e invisibilizado en el paradigma de “comer el mundo”: la vida, la solidaridad, la interdependencia entre todos y el cuidado de la naturaleza y de unos a otros. Es el paradigma imperativo de “salvaguardar el mundo”.
El paradigma de “comerse el mundo” es muy antiguo. Viene de la Atenas del siglo V a.C., cuando el espíritu crítico irrumpió y permitió percibir la dinámica intrínseca del espíritu que es la ruptura de todos los límites y la búsqueda del infinito. Tal propósito fue pensado por los grandes filósofos, por los artistas, aparece también en las tragedias de Sófocles, Esquilo y Eurípides y es practicado por los políticos. Ya no es el medén ágan del templo de Delfos: “nada en exceso”.
“Comer el mundo” o “salvaguardar el mundo” son una metáfora, frecuente en la boca de líderes indígenas, cuestionando el paradigma de nuestra civilización, cuya violencia casi los ha hecho desaparecer. Ahora ha sido puesto en jaque por la Covid-19. El virus ha caído como un rayo sobre el paradigma de “comer el mundo”, es decir, explotar ilimitadamente todo lo que existe en la naturaleza bajo la perspectiva de un crecimiento/enriquecimiento sin fin. El virus ha destruido los mantras que lo sustentan: centralidad del lucro, alcanzado mediante la competencia, la más feroz posible, acumulado privadamente, a costa de la explotación de los recursos naturales. De obedecer estos mantras, estaríamos seguramente en mal camino. Lo que nos está salvando es lo ocultado e invisibilizado en el paradigma de “comer el mundo”: la vida, la solidaridad, la interdependencia entre todos y el cuidado de la naturaleza y de unos a otros. Es el paradigma imperativo de “salvaguardar el mundo”.
El paradigma de “comerse el mundo” es muy antiguo. Viene de la Atenas del siglo V a.C., cuando el espíritu crítico irrumpió y permitió percibir la dinámica intrínseca del espíritu que es la ruptura de todos los límites y la búsqueda del infinito. Tal propósito fue pensado por los grandes filósofos, por los artistas, aparece también en las tragedias de Sófocles, Esquilo y Eurípides y es practicado por los políticos. Ya no es el medén ágan del templo de Delfos: “nada en exceso”.
viernes, 24 de noviembre de 2017
Todos los días son Black Friday para destruir nuestro planeta
George Monbiot, The Guardian
Todos quieren tener de todo. ¿Cómo va a funcionar? La promesa del crecimiento económico es que los pobres pueden vivir como los ricos y los ricos como los oligarcas. Pero estamos superando las barreras físicas del planeta que nos sostiene. El colapso climático, la pérdida de suelo, la desintegración de hábitats y especies, el mar de plástico, la desaparición de insectos: todo impulsado por el consumo. La promesa del lujo para todos no puede alcanzarse. No existe suficiente espacio físico ni ecológico para eso.
Pero el crecimiento tiene que seguir: este es el imperativo político en todas partes. Y tenemos que modificar nuestros gustos de manera acorde. En el nombre de la autonomía y la elección, el marketing emplea los últimos descubrimientos en neurociencia para derribar nuestras defensas. Los que intenten resistirse serán silenciados, como los partidarios de la Vida Sencilla en Un mundo feliz de Huxley, pero en este caso por los medios de comunicación.
Con cada generación cambia la referencia de qué constituye un consumo normal. Hace treinta años era ridículo comprar agua embotellada en sitios en los que el agua del grifo es abundante y limpia. Hoy en día, a nivel mundial, usamos un millón de botellas de plástico cada minuto.
Todos quieren tener de todo. ¿Cómo va a funcionar? La promesa del crecimiento económico es que los pobres pueden vivir como los ricos y los ricos como los oligarcas. Pero estamos superando las barreras físicas del planeta que nos sostiene. El colapso climático, la pérdida de suelo, la desintegración de hábitats y especies, el mar de plástico, la desaparición de insectos: todo impulsado por el consumo. La promesa del lujo para todos no puede alcanzarse. No existe suficiente espacio físico ni ecológico para eso.
Pero el crecimiento tiene que seguir: este es el imperativo político en todas partes. Y tenemos que modificar nuestros gustos de manera acorde. En el nombre de la autonomía y la elección, el marketing emplea los últimos descubrimientos en neurociencia para derribar nuestras defensas. Los que intenten resistirse serán silenciados, como los partidarios de la Vida Sencilla en Un mundo feliz de Huxley, pero en este caso por los medios de comunicación.
Con cada generación cambia la referencia de qué constituye un consumo normal. Hace treinta años era ridículo comprar agua embotellada en sitios en los que el agua del grifo es abundante y limpia. Hoy en día, a nivel mundial, usamos un millón de botellas de plástico cada minuto.
miércoles, 2 de diciembre de 2015
Consumir más, conservar más: lo sentimos, pero no podemos permitirnos ambas cosas
El crecimiento económico está haciendo trizas el planeta y nuevas investigaciones sugieren que no puede conciliarse con la sostenibilidad.
George Monbiot, Sin Permiso
Lo podemos tener todo: esa es la promesa de nuestra época. Podemos poseer cualquier artilugio que seamos capaces de imaginar…y hasta unos cuantos que no. Podemos vivir como monarcas sin comprometer la capacidad de la Tierra para sustentarnos. La promesa que hace posible todo esto es que a medida que las economías se desarrollan, se vuelven más eficientes en su uso de los recursos. Dicho de otro modo, se desacoplan.
Hay dos clases de desacoplamiento: relativo y absoluto. El desacoplamiento relativo significa utilizar menos materiales con cada unidad de crecimiento económico; el desacoplamiento absoluto significa una reducción total en el uso de recursos, aunque la economía siga creciendo. Casi todos los economistas creen que el desacoplamiento – relativo o absoluto – constituye un rasgo inexorable de crecimiento económico.
Sobre esta noción descansa el concepto de desarrollo sostenible. Se sitúa en el centro de las conversaciones sobre cambio climático de París del mes que viene y de cualquier otra cumbre sobre cuestiones medioambientales. Pero parece que no tiene fundamento.
George Monbiot, Sin Permiso
Lo podemos tener todo: esa es la promesa de nuestra época. Podemos poseer cualquier artilugio que seamos capaces de imaginar…y hasta unos cuantos que no. Podemos vivir como monarcas sin comprometer la capacidad de la Tierra para sustentarnos. La promesa que hace posible todo esto es que a medida que las economías se desarrollan, se vuelven más eficientes en su uso de los recursos. Dicho de otro modo, se desacoplan.
Hay dos clases de desacoplamiento: relativo y absoluto. El desacoplamiento relativo significa utilizar menos materiales con cada unidad de crecimiento económico; el desacoplamiento absoluto significa una reducción total en el uso de recursos, aunque la economía siga creciendo. Casi todos los economistas creen que el desacoplamiento – relativo o absoluto – constituye un rasgo inexorable de crecimiento económico.
Sobre esta noción descansa el concepto de desarrollo sostenible. Se sitúa en el centro de las conversaciones sobre cambio climático de París del mes que viene y de cualquier otra cumbre sobre cuestiones medioambientales. Pero parece que no tiene fundamento.
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