Una mirada no convencional al modelo económico de la globalización, la geopolítica, y las fallas del mercado
jueves, 13 de junio de 2019
Experimento en Japón: la fatiga del capitalismo
Alejandro Nadal, La Jornada
Hace dos días concluyó la reunión de ministros de finanzas y gobernadores de bancos centrales del Grupo de los 20 (G20). La reunión se llevó a cabo en Fukuoka, Japón, excelente localidad para ese tipo de reuniones. Después de todo, Japón podría ser catalogado como el mejor laboratorio para economías capitalistas avanzadas. Y si el experimento japonés, que ya dura unos 30 años, nos dice algo, es que la fatiga del capitalismo conduce al estancamiento.
Hace 30 años colapsó el mercado de bienes raíces en Japón. Los precios de casas, locales y terrenos habían estado aumentando de manera acelerada, pero a finales de la década de 1980 la burbuja reventó y la economía japonesa entró en crisis deflacionaria. A lo largo de los años 1990 se comenzó a hablar de la década perdida de ese país, pero la situación de estancamiento se ha mantenido durante tres décadas. Para tratar de revertir la situación, las autoridades japonesas han intentado todo, desde estímulos fiscales hasta política monetaria no convencional. De hecho, Japón fue el primer país en introducir la flexibilización cuantitativa en la política monetaria. A pesar que el primer ministro, Shinzo Abe, ha tratado de combinar políticas macroeconómicas de corte keynesiano con medidas típicas del neoliberalismo, el resultado ha sido el mismo y la economía japonesa se ha mantenido en estado letárgico.
Ya es casi un lugar común señalar que algo parecido ha comenzado a ocurrir en las economías capitalistas desarrolladas. El comunicado final de la reunión de ministros de finanzas en Fukuoka señala que los indicadores sugieren que hacia finales del año el crecimiento de la economía mundial podría estar estabilizándose. Los mercaderes de ilusiones que escriben estos comunicados son unos magos cuando se trata de recurrir a eufemismos. Estabilizar es una bonita palabra. Cuando se está saliendo de una crisis, estabilizarse puede ser una buena noticia. Pero esa palabra puede decir muchas otras cosas. Por ejemplo, en este contexto sería más apropiado interpretarla en sentido negativo: la expansión está frenándose y los nubarrones amenazan con desatar una recesión.
Las principales economías del G20 muestran claros síntomas de perder impulso. Por ejemplo, China ya tiene la tasa de crecimiento más baja (6.2 por ciento) de los últimos 10 años. La tendencia declinante del comercio internacional no es una buena señal para la economía del gigante asiático.
Alemania experimenta ya una caída en sus exportaciones, y en 2018 su tasa de crecimiento (1.5 por ciento) fue la más baja desde 2013. Para 2019 se pronostica una tasa de expansión de 0.6 por ciento. Definitivamente, el estancamiento económico se ha instalado en la economía más fuerte de la eurozona.
La economía de Estados Unidos mantiene una expansión positiva récord, que arrancó desde que se inició la recuperación en 2009. Pero los ciclos no duran para siempre y hoy se multiplican los síntomas de que ese periodo de expansión está a punto de concluir. Por cierto, si alguien menciona que la tasa de desempleo es baja (3.8 por ciento) hay que recordarle que ese indicador siempre ha mantenido un nivel muy bajo justo antes de que comience una recesión. La Reserva Federal ya dio marcha atrás en su programa de normalización de las tasas de interés para combatir la ralentización.
Las perspectivas de endurecimiento de la guerra comercial con China no ayudan a mejorar el panorama. La rivalidad por la hegemonía no se va a detener. La guerra de los aranceles con China no busca corregir un desequilibrio comercial. Washington (y no sólo Trump) quiere doblegar a su adversario y obligarlo a abandonar su estrategia de desarrollo industrial, científico y tecnológico. Eso no lo va a poder hacer, así que la guerra comercial promete recrudecerse. Eso va a perturbar gravemente la economía mundial.
Por cierto, uno de los rasgos característicos de las economías capitalistas desarrolladas es el envejecimiento de su población. Además de presentar un problema macroeconómico por el lado del financiamiento de la seguridad social, eso conlleva un lento crecimiento. Es difícil para una economía crecer rápidamente cuando su fuerza de trabajo se expande muy lentamente. En los años 1970 la fuerza de trabajo en Estados Unidos crecía a 2.6 por ciento, y hoy apenas alcanza 0.2 por ciento. Los flujos de migrantes son clave para mantener la tasa de crecimiento de las economías capitalistas avanzadas. En la medida en que hoy se arremete contra los flujos de migración, se está garantizando la ralentización de la economía mañana.
Después del frenesí de la globalización neoliberal, la economía capitalista mundial podría estar adentrándose en una trayectoria similar a la de Japón en los últimos tres decenios. Las consecuencias serán muy graves, pues significa que la promesa de que el capitalismo puede seguir mejorando el nivel de vida de las grandes masas no se va a materializar. El desencanto político de grandes segmentos de la población va a incrementarse.
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