Alejandro Nadal, La Jornada
Los años dorados del capitalismo mundial siguen siendo un espejismo para mucha gente. Se piensa, por ejemplo, que después de la Gran Recesión, como se le ha bautizado a la actual crisis, regresará un tiempo de mayor crecimiento, más empleo, mejores salarios y un aumento generalizado en el bienestar. Este es el mito de la recuperación.
La realidad es que la crisis global que arranca en 2008 no es una simple desviación de un camino que debería conducir a mayor bienestar para todo mundo. Es, en realidad, otra trayectoria. Algunos rasgos del paisaje los conocemos y nos son familiares, pero este nuevo sendero conduce a lugares desconocidos y peligrosos.
La crisis global ha ido transformándose desde que nació en 2008. Primero se presentó como un descalabro en una parte de los mercados financieros en Estados Unidos. Las autoridades monetarias y fiscales pensaron que era posible contener el problema y limitar los daños al mercado hipotecario. Las técnicas financieras que rodearon el desarrollo del mercado inmobiliario hicieron eso imposible: los vehículos de inversión mezclaron créditos buenos con préstamos imposibles de rembolsar y la securitización condujo estos productos tóxicos a todos los rincones del mercado financiero en el mundo. El apalancamiento y las operaciones con otros productos derivados hicieron el resto. La metástasis de la crisis en el mercado hipotecario fue la primera etapa de la crisis. En septiembre de 2008 Lehman Brothers inició el procedimiento de concurso mercantil por quiebra, porque tenía una exposición desmedida en el mercado hipotecario. La decisión política de dejar caer a este banco de inversión sacudió los cimientos del sistema financiero mundial y mostró su fragilidad y la profundidad de sus interdependencias. La crisis no sólo se había transformado, también había invadido la economía del planeta entero.
En unos cuantos meses la crisis dejó sentir sus efectos en Europa y aquí pasó por su segunda mutación: de una crisis generada en y por el sector privado, la hecatombe mudó de piel. Los medios y la corta memoria hicieron que mucha gente pensara que la causa de la crisis estaba en el sector público y su derroche de dinero fácil. Todo esto vino a reforzar el catálogo ideológico del neoliberalismo y la catástrofe económica fue presentada como una crisis de deuda soberana. La historia que sigue es bien conocida, con los esquemas de austeridad fiscal hundiendo cada vez más a las economías europeas en una recesión más profunda y duradera.
En su tercera etapa la crisis llega a China, la gigantesca economía que había sido presentada como un triunfo indiscutible del capitalismo. Sus tasas de crecimiento anual llegaron a alcanzar hasta 17 por ciento en algunos años, lo que fue presentado como un éxito portentoso por la prensa de negocios internacional. China se convirtió en el mejor ejemplo de las virtudes del capitalismo, sacando a millones de personas de la pobreza. Pero la realidad siempre ha sido más compleja.
Es cierto que a primera vista la crisis llegó a China mediante el colapso de sus mercados de exportación más importantes. Pero casi todos los datos sobre la estructura de la economía del gigante asiático muestran que China ya estaba en serios problemas desde hacía más tiempo.
Un proceso de acumulación de capital puede avanzar muy rápido, pero ese desarrollo se presentará normalmente con grandes distorsiones intersectoriales, por una parte, y entre el sector real y el sector financiero, por la otra. China nunca fue una excepción. Si duró tanto tiempo el experimento chino fue porque los controles sobre el sector financiero se mantuvieron firmes hasta hace una década y los planes de inversión en el sector industrial también fueron administrados desde los comités del partido. Pero en los pasados cinco lustros la sobreinversión en todos los sectores y ramas de la actividad económica se llevó a cabo de manera desbocada, y hoy China es un ejemplo a escala histórica de niveles altísimos de capacidad instalada ociosa. O sea que China es un ejemplo, en efecto, pero de la inestabilidad que trae aparejada consigo el capitalismo. Este fue el año en que los chinos descubrieron que su versión del capitalismo no es distinta.
La economía mundial se adentra en un periodo de estancamiento que puede ser largo. Quizás habría que decir que no hay por qué alarmarse. Este es el sendero normal de una economía capitalista. Las fuerzas contradictorias que impulsan la acumulación de capital son las que también se erigen en obstáculos a la expansión económica. El destino de la economía capitalista ha sido objeto de preocupación desde que nace la economía política. Para Ricardo, en el interior del proceso de acumulación de capital se gestan fuerzas que conducen a una caída en la tasa de ganancia. Y para otros autores, como Sismondi, la competencia y la producción para un mercado ampliado podían conducir a distorsiones y desequilibrios como los que hemos descrito aquí. La crisis económica no es una desviación anormal, sino el signo más puro de la naturaleza del sistema capitalista.
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