domingo, 19 de abril de 2015

Cómo Europa abdica de su historia

Ángel Ferrero, Sin Permiso

La Rada Suprema de Ucrania aprobó el pasado 9 de abril una ley que prohíbe los símbolos comunistas y nazis en el país, equiparando así a ambos. La iniciativa legislativa fue aprobada por 254 votos a favor y establece que el incumplimiento de la ley conlleva el cierre de partidos políticos y medios de comunicación. El Partido Comunista de Ucrania queda de facto ilegalizado, y dentro de un mes, cuando se celebre la conmemoración del 70 aniversario del Día de la Victoria sobre el fascismo, todo aquel que decida salir a la calle con una bandera roja en Ucrania será acusado de “separatismo”. Todas las estatuas soviéticas serán asimismo desmanteladas. A mayor abundamiento, ese mismo día se aprobó otra ley que reconoce a la Organización de Nacionalistas Ucranianos (OUN) y su brazo militar, el Ejército Insurgente Ucraniano (UPA), como “luchadores por la independencia de Ucrania” y otorga a sus miembros determinadas garantías sociales.

"Este proyecto de ley eliminará la amenaza a la soberanía, integridad territorial y seguridad nacional de Ucrania, fomentará el espíritu y la moral de la nación ucraniana", declararon los autores de la propuesta, entre los cuales se encuentra Yuri Shujévich, diputado por el Partido Radical de Oleh Lyashko y uno de los fundadores de la Asamblea Nacional Ucraniana–Autodefensa de Ucrania (UNA-UNSO), una formación de extrema derecha que el 22 de mayo de 2014 se fusionó con Pravy Sektor. Shujévich es hijo de Roman Shujévich, uno de los dirigentes militares del UPA. Roman Shujévich estuvo al mando de la Legión ucraniana financiada por el Abwehr, el servicio de inteligencia militar alemán, y fue capitán del batallón Schutzmannschaft 201, igualmente bajo mando nazi. Como tal, fue responsable de numerosos crímenes de guerra y contra la humanidad en Bielorrusia y el asesinato de decenas de miles de rusos, judíos y polacos en Volhynia y Galicia oriental.

Todo esto, por desgracia, sorprende más bien poco. El 22 de enero de 2010, el entonces presidente de Ucrania, Víktor Yúshenko, ganador de las elecciones tras la Revolución Naranja, entregó a título póstumo a Stepan Bandera, el fundador de la OUN y el UPA, el título de Héroe de Ucrania. Aunque el gesto fue condenado por el Parlamento europeo, lo cierto es que la Unión Europea ha hecho la vista gorda en su propio territorio, y en varias ocasiones. Así, Bruselas ha tolerado durante años el desfile anual de veteranos de las Waffen-SS en Letonia, país que sigue sin conceder la nacionalidad a 262.622 ciudadanos de su país, casi dos tercios de los cuales son rusos étnicos que se niegan a reconocer que el país fue ocupado por la Unión Soviética, condición necesaria para acceder al pasaporte letón. Como toleró antes, a pesar de las fuertes protestas de la población rusófona, la decisión del gobierno estonio de retirar en 2007 en Tallin la estatua al soldado soviético.

Incluso el gobierno alemán trata desde hace años de reducir el papel de la URSS en su historia, no solamente minimizando, en plena lógica de Guerra fría, el papel de la URSS en la victoria sobre el fascismo en favor del de EEUU, sino en el proceso de reunificación, en la que la política exterior de Mijaíl Gorbachov jugó un papel clave, facilitándola. En la última Conferencia de Seguridad de Múnich, Angela Merkel expresó el agradecimiento alemán al “valor de los pueblos de Europa central y oriental” en su lucha contra el comunismo y que hizo posible la reunificación de Alemania, y en los actos del 25 aniversario de la caída del Muro de Berlín el año pasado la televisión alemana destacó, por encima de Gorbachov –relegado a un segundo plano– la influencia en la disidencia germano-oriental del sindicato polaco Solidarno?.

En un reciente artículo, Taric Cyril Amar y Per Anders Rudling, profesores de historia de la Universidad de Columbia (Estados Unidos) y Lund (Suecia) respectivamente, han alertado de la peligrosa manipulación histórica que suponen este tipo de medidas en Ucrania, recordando que, de hecho, hubo más ucranianos combatiendo con el Ejército Rojo que contra él. “En algunos casos –escriben– han circulado falsificaciones deliberadas de la OUN como pruebas auténticas para rechazar su carácter antisemita. Una de ellas consiste en una ficticia autobiografía de una mujer judía, Stella Krentsbakh o Kreutzbach, titulada 'Estoy viva gracias al Ejército Insurgente Ucraniano', presentada como 'prueba' para 'refutar' a cualquier testimonio genuino del antisemitismo de los nacionalistas”. Recientemente, los servicios secretos ucranianos (SBU) presentaron lo que los autores del artículo califican de “absurda lista” con 19 personas responsables de la hambruna de 1932-33 en Ucrania, dos quintas partes de los cuales se presentaron, siguiendo el estilo habitual de la propaganda antisemita, con el nombre “real” (es decir, hebreo) entre paréntesis.

Cyril Amar y Anders Rudling destacan el caso de Serhiy Kvit, actual ministro ucraniano de Educación y Ciencia. Kvit, que se presentó en las pasadas elecciones como independiente en el Bloque de Petró Poroshenko –el partido del presidente ucraniano–, fue antes rector de la Universidad Nacional de Kyiv-Mohyla (NaUKMA), uno de los cuarteles generales de la Revolución Naranja. También ha sido miembro de la organización paramilitar “Tryzub” (Tridente), de cuyo dirigente, el hoy líder de Pravy Sektor Dmytro Yarosh, es amigo.

Kvit, según explican ambos historiadores, “es el autor de una biografía laudatoria sobre Dmytro Dontsov, uno de los teóricos clave del nacionalismo etnicista ucraniano. [Kvit] niega y racionaliza el antisemitismo de Dontsov, y margina su entusiasmo por la Alemania nazi y la Italia fascista”. (Dontsov, por cierto, se trasladó en 1941, cuando la Alemania nazi inició su invasión de la URSS, a Berlín, donde sus libros antirrusos y anticomunistas habían sido ya antes traducidos.)

El ministro de Educación y Ciencia de “la Ucrania con valores europeos”, que ha insistido en varias ocasiones que los nacionalistas ucranianos de la Segunda Guerra Mundial constituyen un ejemplo a seguir, obligó como rector de la NaUKMA a clausurar la exposición “El cuerpo ucraniano”, organizada por el Centro de Investigación de la Cultura Visual y, poco después, cerró el propio centro. La exposición estaba enfocada en las minorías sexuales en Ucrania y trataba de reivindicar los derechos de los homosexuales en el país.

Cyril Amar y Anders Rudling denuncian que todos estos hechos son ignorados por los medios de comunicación occidentales como “propaganda rusa” a partir de una lógica “demasiado simple: si lo medios rusos dicen que hay un problema, entonces es que no hay ninguno”. Esta polarización, concluyen, “es intelectual y políticamente infructuosa”.

La UE trata de crear su propio relato fundacional y, como ha señalado Rafael Poch-de-Feliu, expulsar a Rusia de la historia europea. En la historia como en la economía: con una terapia de shock.

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