El economista francés sugiere a la Unión Europea que introduzca derechos de aduana para gravar el CO₂ del transporte de mercancías y contrarrestar los estragos del dumping chino
Thomas Piketty, Le Monde
Ante la oleada de Trump, Europa, como otras partes del mundo, no tienen más remedio que repensar fundamentalmente su doctrina comercial. Seamos claros: si Europa no abandona urgentemente su religión de libre comercio, corre el riesgo de un desastre social e industrial sin precedentes. Y sin ningún beneficio para el planeta, todo lo contrario.
Para fijar sus aranceles, Donald Trump siguió una lógica estrictamente nacionalista (el superávit bilateral con los Estados Unidos) y bastante caótica, a medida que cambiaba de humor. Hay que hacer todo lo contrario: los derechos de aduana deben fijarse sobre la base de principios universalistas y predecibles.
La primera razón que justifica los derechos de aduana es que el transporte internacional de mercancías provoca una contaminación específica (7% de las emisiones mundiales). Los economistas han minimizado durante mucho tiempo este coste medioambiental al retener un valor reducido por tonelada de carbono (entre 100 y 200 euros). Pero el empeoramiento del calentamiento ha llevado a revisar estas cifras: ahora se estima que los costes derivados de las emisiones -catástrofes naturales, disminución de la actividad económica, etc.- se acercan en los 1.000 euros por tonelada, o incluso más, sin siquiera tener en cuenta la pérdida de bienestar y los costes no económicos. Al retener este valor, se deberían aplicar aranceles medios del orden del 15% a los flujos comerciales mundiales para tener en cuenta el calentamiento relacionado con el transporte de mercancías, con fuertes variaciones según las mercancías.