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domingo, 15 de diciembre de 2024

Godbusters (*). Miseria del laicismo


Diego Fusaro, Posmodernia

En materia de pluralismo, diálogo y respeto a las diferencias, conviene siempre distinguir entre el justo principio de la laicidad y su miserable desviación que es el laicismo. El primero reivindica la primacía del Estado sobre la religión, reconociendo a todo ciudadano la libertad de culto. El segundo, en cambio, coincide con la pretensión de desimbolización integral, o sea con la cancelación de todo espacio de lo sagrado. El principio de la laicidad respeta la presencia de lo sagrado y de la religión, distinguiéndolos del espacio de lo profano y pidiendo que, a su vez, este último sea respetado en su alteridad respecto a lo religioso. El principio del laicismo, que es perversión infame de la laicidad como el fundamentalismo lo es de la religión, pretende por el contrario la profanación universal, esto es la cancelación de los espacios de lo sagrado y de lo trascendente, liquidados en bloque como fanáticos e intolerantes, dogmáticos y no a la altura de la “ciudad secular”.

Religión y laicidad pueden y deben actuar conjuntamente, reconociendo y respetando cada uno las razones y las regiones de la otra parte. El laicismo es, sin embargo, una variante del fundamentalismo religioso, del que se plantea, precisamente, como la variante atea pero no menos dogmática, fanática e intolerante. Es, por así decirlo, el fundamentalismo específico de una civilización que no cree en nada y que hace del propio ateísmo de la indiferencia un dogma sectario e intransigente, que absolutiza la inmanencia y destrascendentaliza lo real.

Desde una perspectiva diferente, el laicismo, que es otro nombre para el ateísmo más desaforado, coincide con el fundamentalismo religioso del tiempo nihilista propio del sistema tecnocapitalista y de su tendencia a esa divinización del mundo que es coesencial a su mercadización integral. Por este motivo, siguiendo un clásico exemplum de la batalla falsamente emancipadora que el orden dominante promueve como único y total panorama, cuantos luchan en nombre del laicismo contra el Crucifijo y contra todos los demás símbolos de la religión, lideran una batalla que coincide con la emprendida con éxito por el nihilismo de la civilización de consumo y por su homogeneización del espacio bajo el signo de la forma mercancía.

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