…la Unión Europea, a pesar de ser uno de los bloques económicos más ricos del mundo, ha suprimido sistemáticamente la demanda interna mediante políticas de austeridad, contención fiscal y compresión salarial.
Thomas Fazi, Un Herd
El viernes, Donald Trump anunció un asombroso arancel del 50% sobre los productos de la Unión Europea, que entrará en vigor el 1 de junio de 2025, a menos que la UE acepte concesiones comerciales significativas. Esta escalada desde un arancel previamente reducido del 20% (ahora del 10% hasta el 8 de julio) ha desatado una tormenta de reacciones, desde el rechazo diplomático hasta la agitación de los mercados.
La propuesta arancelaria de Trump se dirige a los 550.000 millones de dólares anuales de exportaciones de la UE a EEUU. Alegando barreras comerciales “injustas” y una balanza comercial desequilibrada, Trump pretende forzar las negociaciones. El anuncio sigue una pauta de retórica comercial agresiva, que recuerda a la de su primer mandato, en el que a menudo se proponían aranceles, pero a veces se suavizaban tras las reacciones en contra. La UE, un aliado fundamental de EEUU y el mayor bloque comercial del mundo, se enfrenta ahora a un momento crucial para sortear este ultimátum económico.
Los líderes de la UE respondieron con mesurada moderación, señalando su deseo de evitar una guerra comercial en toda regla mientras se preparan para las represalias. Maros Sefcovic, Comisario de Comercio y Seguridad Económica de la UE, subrayó el compromiso con un “acuerdo basado en el respeto, no en las amenazas”. El primer ministro irlandés, Micheál Martin, calificó la amenaza arancelaria de “enormemente decepcionante”, argumentando que socava una relación comercial vital y la estabilidad económica mundial. El ministro alemán de Asuntos Exteriores, Johann Wadephul, se hizo eco de ello, advirtiendo de que tales aranceles perjudicarían a ambas economías e instando a la UE a preservar el acceso al mercado.
La UE ya ha elaborado un borrador de 108.000 millones de dólares en aranceles de represalia, dirigidos a bienes estadounidenses como productos agrícolas y maquinaria. Esta preparación refleja las lecciones del primer mandato de Trump, cuando la UE contrarrestó los aranceles estadounidenses sobre el acero y el aluminio con gravámenes sobre el whisky y las motocicletas estadounidenses. Sin embargo, las declaraciones públicas de Bruselas proyectan calma, sugiriendo una estrategia para desescalar mientras se prepara para el impacto.
La marcha atrás de Trump sobre los aranceles a China sugiere que podría estar abierto a un compromiso, pero es poco probable que se produzca otra marcha atrás de esa magnitud, por varias razones. Para empezar, dar otro giro de 180 grados sería políticamente embarazoso para Trump. Además, la UE tiene menos cartas que China. Estados Unidos se vería mucho menos afectado por una guerra comercial con Europa que en un enfrentamiento con China. Incluso si las importaciones europeas fueran objeto de fuertes aranceles, es poco probable que las estanterías de las tiendas estadounidenses se quedaran vacías.
Además, gran parte de lo que se etiqueta como “exportaciones chinas” a EEUU son, de hecho, productos estadounidenses fabricados en China, lo que significa que la mayor parte del valor la captan empresas estadounidenses. Como resultado, son estas mismas empresas las que se verán más perjudicadas por los aranceles, una de las principales razones de la marcha atrás de Trump. No ocurre lo mismo con las exportaciones europeas a EEUU.
Pero quizá lo más importante es que Trump tiene razón cuando afirma que la UE ha estado incurriendo en prácticas comerciales desleales. Durante las dos últimas décadas -y especialmente tras la crisis de la eurozona de 2010-2011- la Unión Europea, a pesar de ser uno de los bloques económicos más ricos del mundo, ha suprimido sistemáticamente la demanda interna mediante políticas de austeridad, contención fiscal y compresión salarial.
Esta trayectoria deflacionista autoimpuesta (que exacerbó aún más el sesgo deflacionista inherente al euro) no ha sido accidental, sino más bien una estrategia deliberada destinada a reforzar la competitividad de los precios en la escena mundial, reduciendo al mismo tiempo las importaciones.
En efecto, la UE ha adoptado un modelo de crecimiento hipermercantilista e impulsado por las exportaciones, dando prioridad a los superávits comerciales sobre el desarrollo económico interno. Este enfoque se ha producido a expensas tanto de sus propios ciudadanos, que se enfrentan a salarios estancados y servicios públicos infrafinanciados, como de sus socios comerciales -sobre todo Estados Unidos-, que han absorbido los excedentes de exportación de la UE como parte de una relación económica mundial cada vez más desequilibrada.
Por tanto, los aranceles de Trump deberían verse como una oportunidad para que los europeos se enfrenten por fin a los profundos defectos del modelo económico de la UE basado en las exportaciones, un ajuste de cuentas que debería haberse hecho hace tiempo. Mientras tanto, a corto plazo, la UE podría anunciar un acercamiento económico y geopolítico a China, debilitando aún más la influencia de EEUU.
Por desgracia, ninguno de los dos escenarios es probable. El resultado más probable es que la UE se alinee aún más con la postura de confrontación de Trump respecto a China, con la esperanza de obtener concesiones comerciales de EEUU, todo ello en un esfuerzo por sostener un modelo económico cada vez más obsoleto por el emergente orden mundial posliberal.
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