Pedro Brieger, Nodal
La distancia entre Afganistán y Haití induce a pensar que no tienen nada en común. Sus historias, culturas, idiomas, orígenes étnicos y geografía son incomparables, y difícilmente se pueda encontrar algo que emparente a los dos países. Sin embargo lo hay y es muy potente: Estados Unidos.
Mientras la primera potencia mundial está retirando sus tropas de Afganistán después de casi veinte años de ocupación, nuevamente llegan a Haití soldados estadounidenses. Ahora dicen que traen ayuda humanitaria por el reciente terremoto del 14 de agosto y es posible que así sea. Claro que la presencia en 2021 se suma a una larga lista de intervenciones norteamericanas en el pequeño país que comparte la isla La Española con la República Dominicana.
Hace más de un siglo, en 1915, los marines desembarcaron después del asesinato del presidente Jean Vilbrun Guillaume Sam para resguardar sus intereses y se quedaron -como en Afganistán- casi veinte años. En aquellas épocas no existía Al Qaeda ni se hablaba del “terrorismo islámico”, y ni siquiera había nacido la Unión Soviética.
Pero ya se hablaba de intervenir para “salvaguardar los intereses norteamericanos”, esa frase tan vaga como amplia que le ha permitido a los Estados Unidos justificar innumerables invasiones tanto en Haití -en distintos momentos de su historia- como en otras partes del planeta.
En la actualidad Afganistán y Haití -dos de los países más pobres del mundo- figuran como prioridad de la política exterior de los Estados Unidos como lo revelan los propios documentos de su Congreso que creó SIGAR -Inspección Especial General para la Reconstrucción de Afganistán-, un organismo independiente dedicado explícitamente a analizar la “reconstrucción de Afganistán”.
En su informe de agosto titulado “Lo que necesitamos aprender: lecciones de veinte años de la reconstrucción de Afganistán” se plantea la necesidad de asimilar la experiencia afgana para otras misiones de reconstrucción de “instituciones, sociedad civil, economía y fuerzas de seguridad” de varios países, entre ellos Haití y Panamá.
A diferencia de Afganistán, que fue invadida en 2001, Estados Unidos ya ha invertido millones de dólares en numerosos proyectos de “ayuda” en Haití para “poner en pie las instituciones” desde aquella temprana ocupación a comienzos del siglo veinte. Entre las “ayudas” estuvo el apoyo a la brutal dictadura de la familia Duvalier que gobernó entre 1956 y 1986, y los millones de dólares que fueron a la “reconstrucción” después del terrible terremoto de 2010 sin que los resultados estén a la vista.
Haití continúa siendo el país más pobre de América a pesar de toda la “ayuda” de los Estados Unidos. Más allá que demócratas y republicanos se arrogan el derecho de llevar adelante tareas de “reconstruir” países sin haber recibido un mandato de Naciones Unidas, algo falla en estas “reconstrucciones” que no favorecen a las poblaciones locales. Afganistán y Haití pueden dar fe de ello.
Los cimientos de la sociedad humana radican en la economía, por eso el saqueo a los pueblos aunque este decorado con las mas bellas palabras del mundo, los destruye. Y como la iniciativa privada consiste legalmente en despojar a los otros, aun el dinero publico donado para la ayuda de otros pueblos concluye robado por supuestos benefactores privados y así los mejores propósitos terminan siempre con los peores resultados. Haiti y Afganistan son dos buenos ejemplos de la codicia humana.
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