La mayor potencia mundial se tambalea: la curva de rentabilidad de los bonos americanos apunta hacia la recesión, las arcas del Tesoro se vacían por las rebajas fiscales de Trump y las guerras arancelarias han ahondado el agujero comercial
Diego Herranz, Público
2019 no ha comenzado demasiado bien para Donald Trump. Una vez asimilada la pérdida de poder en el Congreso, por el dominio demócrata en la Cámara de Representantes, el presidente republicano apenas ha tenido alguna buena nueva.
Quizás la más gratificante -y sorprendente al mismo tiempo por los claros indicios de responsabilidad- es la que le ha liberado inicialmente del delito de conspiración con la Rusia de Vladimir Putin y de haber cometido perjurio antes, durante y después de la campaña electoral que le encumbró a la Casa Blanca. Aunque el informe del fiscal Robert Mueller no le exonere del todo al dejar semiabierta una rendija por un posible comportamiento delictivo de obstrucción a la justicia, Trump ha logrado un balón de oxígeno.
Un resquicio de aire fresco en un momento, el ecuador de su mandato, con demasiados dardos a su alrededor. Casi todos, consecuencia de su persistencia en rememorar viejas recetas liberales con claros componentes reaganianos. Porque el annus horribilis en la Casa Blanca se aprecia en el terreno económico. La recesión asoma, según los mercados, en una economía que navegaba, el año pasado a un ritmo del 3%. El más alto del último decenio.
Sin embargo, el sónar de Wall Street empezó a emitir señales de peligro en el último trimestre. Con pérdidas desconocidas, en diciembre, desde 1931, el año que concentró la mayor parte de los daños colaterales de la Gran Depresión. El Dow Jones, por ejemplo, acumuló un descenso mensual del 8,7%, su peor comportamiento mensual desde febrero de 2009. En el conjunto del ejercicio, además, retrocedió un 5,6%, el año más bajista desde 2008. Mientras el S&P 500 se desplomaba un 9,2% y el Nasdaq, un 9,5% en términos mensuales, y un 6,2% y un 3,9% en todo el año, respectivamente.
Alarma en el mercado de bonos
Ahora, tres meses después, la alarma surge del mercado de bonos. La curva de rentabilidad (el diferencial en las tasas de retorno de los bonos a tres meses y a diez años) se invirtió por primera vez desde diciembre de 2007. Es, a juicio del consenso económico, el más inequívoco de los augurios de recesión. Entonces traspasó el nivel cero dos años antes de que el PIB entrara oficialmente (dos trimestres consecutivos de contracción) en números rojos. Eso sí, tras registrar intervalos trimestrales de retroceso de actividad.
Puede que Trump logre batir, con él como inquilino en la Casa Blanca, la etapa de mayor prosperidad continuada -en términos mensuales- de la economía americana que, a la conclusión de marzo, habrá alcanzado los 117 meses de crecimiento ininterrumpido, según el NBER (National Bureau of Economic Research), institución encargada de certificar los ciclos de negocios de EEUU. El más largo desde el que se inició en 1991.
O que sus propulsores de actividad logren empujar algo más su inercia actual. Darían la razón a estrategas como los de Citigroup , quienes dan más credibilidad a la brecha con el bono a cinco años, que se mantiene en una tenue distancia de 26 puntos básicos y que otorgan entre un 37% y un 45% de posibilidades de que la recesión en EEUU se compulse dentro de este primer año, alerta su analista, Ruslan Bikbov en una nota a inversores.
Dudas sobre la marcha del PIB
Los directivos empresariales son de esta opinión. Han perdido optimismo sobre el transcurso de la economía en el futuro a medio plazo, pero confían en que el viraje en la política monetaria de la Reserva Federal, que ha frenado en seco su rally alcista, genere margen de maniobra para que el sector privado recupere el dinamismo de sus beneficios y la generación de empleo, que aún evoluciona a un ritmo sólido. Dan por hecho que el precio del dinero se abaratará este año en medio punto lo que, unido a la rebaja fiscal a las empresas, contrarrestará la debilidad del sector exterior por la fortaleza del dólar, que ha reducido la demanda de productos made in US y los efectos de las guerras arancelarias. Es el espacio a la esperanza que reflejan las encuestas sobre confianza empresarial.
El mercado concede entre un 37% y un 45% de opciones de que el PIB americano caiga en recesión a lo largo de este año
Sin embargo, son más bien especulaciones. Porque la propensión al consumo, según el indicador de The Conference Board, ha vuelto a caer. Y van cuatro descensos en los últimos cinco meses. A pesar de la mayor disponibilidad monetaria del recorte impositivo a las rentas de trabajo. Con caídas de las ventas minoristas y el retorno de la incertidumbre compradora en los mercados de vivienda de los estados con un tráfico inmobiliario más intenso. “Esperamos un descenso de los índices de consumo, hasta ahora muy intensos, además de un aminoramiento de las inversiones fijas de capital en las empresas y de la actividad exportadora, que se trasladará en menos ofertas de empleo”, predicen en Berenberg Capital Markets. " El riesgo de recesión es real, aunque aún no inminente", resume Thomas Wacker, de UBS Global Wealth Management.
El problema de este deterioro coyuntural es que Trump no dispone de un arsenal monetario para afrontar una época de vacas flacas y que su responsabilidad en este tramo final del ciclo de negocios americano es mayúscula. A juzgar por la contribución de su gestión económica al doble déficit -presupuestario y comercial-, al que ha precipitado a EEUU. Ambos desbocados y, en los dos supuestos, por un efecto directo de sus políticas.
El déficit crece un 77%
El primero ya tiene reflejo en las estadísticas. En los cuatro primeros meses del año fiscal 2019 -desde octubre a enero- se han añadido 310.000 millones de dólares al déficit fiscal, un 77% más que en el mismo periodo del año precedente. Fruto, inexorablemente, de la doble y agresiva -a los ojos de no pocos expertos tributarios y economistas-, rebaja fiscal , a las rentas personales y a los beneficios empresariales, que entró en vigor a finales de 2017, valorada en 1,5 billones de dólares y que, según la ortodoxia liberal, tarda un año en mostrar sus efectos teóricamente favorecedores sobre el consumo y sobre la inversión.
Sin duda la medida económica estelar de Trump quien, lejos de amilanarse, se ha alineado con la tesis de que el agujero de las cuentas federales es fruto de la ralentización de la economía. Y, sin tapujos, justifica que, en los próximos cuatro años, este desequilibrio fiscal supere el billón de dólares.
Porque Trump no está dispuesto a renunciar a la construcción del muro con México ni a paralizar los gastos militares, que superan los 1,2 billones de dólares. Unos compromisos que catapultarán la deuda, desorbitada, que ya rebasa los 22 billones de dólares, por encima del tamaño de su PIB. La mayor de su historia. Aunque instituciones como USDebtClock.org la elevan hasta 122 billones de dólares, seis veces más que su economía.
La rebaja fiscal a rentas personales y a los beneficios empresariales, de 1,5 billones de dólares, ha reducido en 1,3 billones la recaudación en cinco meses
De forma aislada, en febrero, se añadieron otros 231.700 millones de déficit. Un 40% respecto más que los datos de ese mismo mes de 2018. Cota desconocida en los últimos siete años fiscales que se fraguó por la notable caída de los ingresos por Sociedades, del 20%. Pero también por el descenso en el impuesto sobre la renta y en la pérdida de ingresos arancelarios, pese a la subida de tarifas al acero y el aluminio y los nuevos gravámenes a productos chinos. La recaudación ha descendido en 1,3 billones de dólares en los cinco meses que van desde octubre hasta febrero mientras los desembolsos crecían en un 9%, hasta los 1,8 billones.
Tampoco le ha funcionado su predicción de que sus ventajas impositivas atraerían de vuelta las obligaciones tributarias de los grandes consorcios empresariales americanos que declaran sus actividades en centros off-shore. De los 4 billones que Trump prometió repatriar a EEUU sólo han retornado 664.900 millones de dólares. Y, además, con una tendencia a la baja. Porque en el último trimestre de 2018, los tres primeros del año fiscal en curso, el Tesoro apenas ingresó de las multinacionales del país algo más de 85.900 millones.
Las guerras comerciales se vuelven en contra
Pero tanto o más grave como las finanzas federales es el segundo de esos desequilibrios, el de un sector exterior que resta dinamismo al PIB, curiosamente, desde octubre. Es decir, desde que comenzara el año fiscal 2019. Y del que deja constancia la estadística comercial del pasado 2018, ejercicio en el que el saldo entre exportaciones e importaciones americanas ahondó aún más su tendencia negativa. Hasta llegar a abrir una brecha de 621.036 millones de dólares. Un boquete sin parangón desde 2008 , al inicio de la crisis financiera. En términos porcentuales, el bache ha sido un 12,5% más profundo que el de 2017 y un 23% superior al que heredó de Barack Obama. Con una desviación bilateral con China de 419.200 millones; un 11% más. Con México, segundo causante de este saldo negativo, de 81.520 millones, un 15% más que en el ejercicio precedente. Y con Alemania, el tercero en discordia, de 68.250 millones. Las tres bestias negras señaladas por Trump. Aunque la UE, en su conjunto, sea el espacio que, tras el gigante asiático, más ha facilitado el deterioro de su sector exterior, con 169.300 millones, un 12% más que en 2017.
El resultado de las hostilidades arancelarias decretadas por Washington , más allá de que surjan buenas sensaciones del diálogo entre EEUU y China para enterrar las hostilidades comerciales entre las dos mayores potencias del mundo, es que el comercio global se ha frenado de manera drástica. Tal y como lo refleja el World Trade Monitor de la oficina estadística holandesa que se ha labrado una merecida fama de buen predictor de la salud de las transacciones de mercancías, bienes y servicios, el descenso de estos flujos es el más grave desde 2009. Contabilizando enero, la caída es del 1,8% en términos inter-trimestrales. La primera en un periodo de tres meses en los últimos nueve años. El efecto contagio al resto del planeta se está, pues, consumando.
El comercio global se ha parado súbitamente desde otoño, con caídas del cargo aéreo de mercancías, y deja un agujero comercial desconocido a EEUU desde 2008
En línea con el negro presagio que facilita IATA , la Asociación Internacional del Transporte Aéreo y que constata un descenso del cargo aéreo. El transporte aéreo de mercancías se ha debilitado desde mediados de 2018 . Justo cuando se iniciaron las hostilidades comerciales decretadas por EEUU. También en un 1,8%. En este caso, la caída más notable desde noviembre de 2015, cuando aún resonaban los efectos de la crisis de la deuda europea sobre la economía, el comercio y las bolsas internacionales. Los desplazamientos aéreos de mercancías movilizan al año en torno a los 6 billones de dólares. Más de la tercera parte del valor del comercio global.
¿Se puede eludir la contracción americana?
Marko Kolanovic , analista de bonos en JP Morgan , sintetiza esta triple señal de deterioro de la coyuntura de EEUU -agotamiento del ciclo de negocios en el mercado de deuda y doble déficit, fiscal y comercial- de términos más que elocuentes. Los tambores de recesión se escuchan, pero la dinámica bursátil y económica en EEUU pueden tomar aún un rumbo contrario. Por ejemplo, si la exculpación inicial de Trump de la conexión rusa por parte del fiscal Mueller impulsa a la Casa Blanca a reactivar políticas de estímulo como la reactivación del gasto en infraestructuras, una vieja reivindicación presidencial, que pretende destinar más de un billón de dólares a un fondo específico para modernizar las redes viarias, ferroviarias y aeroportuarias y energéticas del país. O mediante una política monetaria agresiva desde la Fed, con caída de tipos de mayor calado e intensidad, con pérdida de valor del billete verde en los mercados internacionales. E, incluso, si los vientos exteriores le son favorables, si los programas de inversión de China para espolear otra vez su economía hacia los dobles dígitos en unos años catapulta la actividad de las empresas estadounidenses en un escenario de baja o nula conflictividad comercial. De cumplirse -dice Kolanovic- los mercados podrían recuperar su pulso inversor y prolongar el actual ciclo de negocios que, en la actualidad, "no ofrece muchas señales de vida".
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