lunes, 30 de abril de 2018

Corbyn muestra el camino a la socialdemocracia europea

Chantal Mouffe, ctxt

La crisis de la socialdemocracia europea ha quedado confirmada. Tras los fracasos del Pasok en Grecia, del PvdA en Países Bajos, del PSOE en España, del SPÖ en Austria, del SPD en Alemania y del PS en Francia, el PD italiano acaba de obtener el peor resultado de su historia. La única excepción a este desastroso panorama se encuentra en Gran Bretaña, donde el Partido Laborista, bajo la dirección de Jeremy Corbyn, se encuentra en pleno auge. Con más de 600.000 afiliados, el Labour es a día de hoy el mayor partido de izquierdas en Europa.

¿Cómo ha conseguido Corbyn esta hazaña, teniendo en cuenta que fue elegido líder del partido ante el asombro general en 2015?

Tras una tentativa de derrocamiento por parte del ala izquierda en 2016, el momento decisivo en la consolidación de su liderazgo fue la fuerte progresión del Partido Laborista tras las elecciones de junio de 2017. Mientras que los sondeos daban 20 puntos de ventaja a los conservadores, el Partido Laborista obtuvo 32 escaños, consiguiendo que los tories perdiesen su mayoría absoluta. La estrategia puesta en marcha para esas elecciones es la que da la clave del éxito de Corbyn.

Este se debe a dos factores principales.

En primer lugar, un manifiesto radical, en sintonía con el rechazo a la austeridad y a las políticas neoliberales por parte de importantes sectores de la sociedad británica. A continuación, la magnífica movilización organizada por Momentum, movimiento creado en 2015 para apoyar la candidatura de Corbyn.

Inspirado por los métodos de Bernie Sanders en Estados Unidos y por las nuevas formaciones radicales europeas, Momentum ha aprovechado los numerosos recursos tecnológicos para establecer vastas redes de comunicación que han permitido a militantes y numerosos voluntarios informarse acerca de las circunscripciones en que era necesario dar un empujón o que debían recorrerse puerta a puerta. Esta movilización inesperada es la que ha provocado que todos los pronósticos fallaran.

Pero si todo esto ha sido posible, ha sido gracias al entusiasmo que suscitaba el contenido del programa. Titulado “For the many, not the few” (Para la mayoría, no para unos pocos), retomaba un eslogan que ya había sido utilizado por el partido, pero otorgándole un nuevo significado para así establecer una frontera política entre un “nosotros” y un “ellos”. Se trataba pues de 'repolitizar' el debate y ofrecer una alternativa al neoliberalismo instaurado por Margaret Tatcher y continuado por Tony Blair.

Las medidas estrella del programa eran la renacionalización de servicios públicos como el transporte ferroviario, la energía, el agua o el servicio de correos; la paralización del proceso de privatización del Servicio Nacional de Salud (NHS por sus siglas en inglés) y del sistema escolar; la abolición de las tasas de inscripción en la universidad y el aumento significativo de subsidios sociales. Todos señalan una clara ruptura con la concepción de la tercera vía del New Labour.

Mientras que este último había sustituido la lucha por la igualdad en beneficio de la libertad de “decidir”, el manifiesto reafirmaba que el Labour era el partido de la igualdad. El otro punto destacado era la insistencia sobre el control democrático, por lo que el acento se ponía sobre la naturaleza democrática de las medidas propuestas con el fin de crear una sociedad más igualitaria.

Se reivindicaba la intervención del Estado, pero ciñéndose al rol de crear las condiciones que permitan a los ciudadanos hacerse cargo y gestionar los servicios públicos. Esta insistencia en la necesidad de profundizar la democracia es una de las características principales del proyecto de Corbyn.

Se encuentra particularmente en sintonía con el espíritu que inspira Momentum, que propugna el establecimiento de lazos estrechos con movimientos sociales. Esto explica la centralidad atribuida a la lucha contra toda forma de dominación y de discriminación, tanto en relaciones económicas como en otros ámbitos, por ejemplo, las luchas feministas, antirracistas o LGTB.

En el centro de la estrategia de Corbyn se encuentra la articulación de las luchas que se ocupan de otras formas de dominación. En ese sentido, su política puede calificarse de “populismo de izquierdas”. El objetivo es establecer sinergias entre las diversas luchas democráticas que atraviesan la sociedad británica y transformar el Partido Laborista en un gran movimiento popular capaz de construir una nueva hegemonía.

Está claro que la realización de semejante proyecto significaría para Gran Bretaña un giro tan radical como el dado por Margaret Tatcher, eso sí, en dirección opuesta. Desde luego, el combate por refundar el Labour aún no está ganado, la lucha interna continúa frente a los partidarios del blairismo. Así, los adversarios de Corbyn despliegan numerosas maniobras para intentar desacreditarlo, como la última, en que se le acusa de tolerar el antisemitismo en el interior del partido.

Existen asimismo tensiones entre los partidarios de una concepción más tradicional del laborismo y quienes abogan por la “nueva política”. Pero esta última se va imponiendo y las relaciones de fuerza actúan a su favor. El punto fuerte de Corbyn respecto de otros movimientos como Podemos o France Insoumise es que se sitúa en cabeza de un gran partido y cuenta con el apoyo de los sindicatos.

Bajo su liderazgo, el Labour ha conseguido que aquellos que desertaron en tiempos de Blair recuperen el gusto por la política y atraer cada vez más jóvenes. Esto demuestra que, al contrario de lo que muchos politólogos sostienen, la forma de partido no se encuentra obsoleta y que puede renovarse articulándose con los movimientos sociales. Es más bien la conversión de la socialdemocracia al neoliberalismo la que fomenta la desafección de sus electores.

Cuando se ofrece a los ciudadanos la perspectiva de una alternativa y tienen la posibilidad de participar en un verdadero debate agonístico, se apresuran a hacerse oír. Sin embargo, esto requiere abandonar la concepción tecnocrática de la política que la reduce a mera gestión de problemas técnicos, así como a reconocer su carácter partidista.

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