Alejandro Nadal, La Jornada
Medio Oriente se encuentra en una transición geopolítica de gran inestabilidad. Los conflictos que tradicionalmente han marcado esa región se han incrementado y diversificado. Pero en el futuro cercano el foco de tensión más amenazador es el proceso irreversible de desintegración que hoy afecta al reino de Arabia Saudita.
Las fuerzas que impulsan este proceso son de distinta índole. Primero están las de naturaleza económica. Arabia Saudita ocupa el segundo lugar del mundo en reservas probadas de petróleo (después de Venezuela) con 266 mil millones de barriles de crudo. Por eso se piensa que ese país tiene un amplio margen de maniobra en el terreno económico. Pero aún a los gigantes se les acaba la vida.
La variable clave no son las reservas, sino la capacidad de exportación una vez que se toma en cuenta el consumo doméstico. Hoy el reino Saudita consume 25 por ciento de su producción total de crudo. El 50 por ciento de su electricidad es generada en plantas termoeléctricas y el consumo de energía crece a una tasa anual superior a 8 por ciento. Por eso un estudio de Brown y Foucher (publicado en el Journal of Petroleum Science and Engineering, septiembre 2015) concluye que si se considera el crecimiento del consumo doméstico en Arabia Saudita el pico de sus exportaciones de petróleo se alcanzará en 2028. Es decir, ¡dentro de sólo 11 años esas exportaciones comenzarían a declinar!
El actual príncipe heredero, Mohammed bin Salman, promueve el plan Visión 2030, cuyo objetivo es reducir el consumo doméstico de petróleo, incluso con la introducción de plantas nucleares. Pero el costo de esas plantas sigue siendo prohibitivo y el problema del refrigerante se amplifica por las altas temperaturas imperantes (aún en las zonas costeras). Muy pocos creen que las inversiones en energía solar y nuclear podrán aliviar el dilema al que se enfrenta Arabia Saudita. No sorprende que un reciente informe de Citigroup sostenga que para 2030 el reino saudita podría enfrentar una crisis por no tener suficiente petróleo para exportar. En la década 2030-2040 Arabia Saudita podría estar exportando solamente 2 millones de barriles diarios. Para un país que obtiene 80 por ciento de sus ingresos de las exportaciones de petróleo eso entraña una emergencia grave.
Al deprimir los precios internacionales de petróleo en los últimos siete años Riad buscó castigar a Rusia por su apoyo a Bashar al-Assad en la guerra en Siria y frenar la creciente influencia de Irán en la región. Pero ese plan trajo aparejados pérdidas en el ingreso por exportaciones y un deterioro de las reservas de crudo.
El reino saudita también pretendía mantener su rol dominante en el mercado mundial al perturbar la extracción de petróleo basada en la controvertida tecnología de fractura hidráulica (fracking) en Estados Unidos. Pero los analistas en Washington hicieron sus cálculos y observaron que el daño era soportable para la industria del fracking en el corto plazo. Hoy con el ligero repunte en los precios internacionales la rentabilidad de la industria de fractura hidráulica ha regresado a la escena. Y los últimos acuerdos de la Organización de Países Exportadores de Petróleo muestran que Arabia Saudita ha perdido su capacidad de determinar el precio internacional de crudo. Al final del juego, los ganadores de este proceso son Rusia, Irán y, desde luego, la industria del fracking en Estados Unidos. El resultado es catastrófico para los saudíes.
La economía de Arabia Saudita sigue deteriorándose. La austeridad fiscal ha reducido el déficit en las finanzas públicas, pero el descontento social crece. Si a esto se agrega el malestar por la política represiva que sigue alterando el delicado equilibrio tribal en el reino, así como la reciente maniobra del rey Salman de detener a 11 príncipes y varios ultramillonarios por corrupción (posibles rivales del recién designado príncipe heredero, Mohammed bin Salman), emerge un escenario en el que una chispa podría desencadenar una guerra civil.
Arabia Saudita ha financiado grupos extremistas en Siria e Irak con el objetivo de derrocar a Assad y frenar la influencia de Irán. Su fanatismo en contra de los chiítas le ha llevado a promover la terrible guerra en Yemen (en complicidad con Estados Unidos y el Reino Unido). También ha reprimido brutalmente los enclaves chiítas dentro del reino (como Awamiya).
Finalmente, Washington hoy confía en lograr su independencia energética (a través del fracking) y su estrategia descansa más en promover una mayor balcanización de la región basada en divisiones sectarias y étnicas. El tradicional vínculo que Arabia Saudita ha mantenido con Estados Unidos de intercambiar petróleo por seguridad podría estar llegando a su fin.
Represión interna, guerras, errores de cálculo y el financiamiento del terrorismo tienen su propia dinámica y podrían revertirse contra Riad. El desenlace podría presentarse en un escenario de lenta disolución o más violentamente en un marco de guerra civil. De cualquier manera la implosión es inevitable.
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