miércoles, 24 de febrero de 2016

El cambio climático es peor de lo que se ha dicho

Vicenç Navarro, Público.es

Por muchos años ha existido la negativa por parte de fuerzas políticas conservadoras y liberales en reconocer que la población mundial está sufriendo las consecuencias negativas de un cambio climático irreversible que está dañando el bienestar y calidad de vida de amplios sectores de tal población. Y cuando por fin, ante la enorme evidencia científica que se ha ido acumulando de que sí estamos experimentando tal cambio climático, los negativistas lo han aceptado, pero (y es un importante pero) lo han atribuido a cambios naturales de carácter cíclico, negando ahora que tal cambio se debiera a intervención humana.

Pero esta percepción, procedente de círculos conservadores y neoliberales, ha ido acompañada de otra existente en fórums más sensibles a la evidencia científica, y que han aceptado no solo la existencia del cambio climático, sino también que éste se debe primordialmente a las consecuencias negativas del elevado consumo de las energías basadas en productos fósiles, que generan gases cuya acumulación provoca el cambio del clima.

Cada vez más gobiernos en el mundo están llegando a esta conclusión. Pero muchos de ellos, incluyendo las potencias económicas mundiales más poderosas (y mayores generadoras de tales gases) creen que la comunidad internacional ya está respondiendo de manera adecuada a los retos que representa el cambio climático, mostrando como indicador de ello la reciente Conferencia de París, que se ha presentado como un gran éxito, asumiendo que las medidas tomadas en aquel cónclave internacional permitirán, no solo frenar el cambio climático, sino incluso revertirlo.

Hemos podido leer en los mayores medios de información referirse a tal conferencia como “el mayor éxito diplomático internacional jamás conocido”, frase que utilizó el rotativo británico The Guardian (uno de los periódicos que goza de mayor prestigio y credibilidad en el mundo de habla inglesa), y que ha hecho fortuna al subrayar que la comunidad internacional supo estar en aquella reunión a la altura de las circunstancias. Para no ser menos, el Secretario General de Naciones Unidas, el Sr. Ban Ki-moon, presentó dicha conferencia como la mejor contribución de la comunidad internacional al futuro de las siguientes generaciones. “Hoy podemos mirar a los ojos a nuestros hijos y nietos y decirles que hemos juntado esfuerzos para un mundo más habitable y visible para ellos”.

La realidad muestra, sin embargo, una situación muy diferente. Y añadiría yo, preocupante, pues todavía parece no haber plena conciencia entre las estructuras de poder del mundo (y las instituciones que las reproducen) de que el cambio climático es peor de lo que creen, que este cambio es irreversible y que sus consecuencias son mucho más negativas de lo que piensan. En realidad, las medidas que se tomaron en París son muy insuficientes, muy por detrás de las que deberían haberse tomado. Y me temo que no se tomarán, a no ser que haya un cambio muy significativo en las coordenadas de poder existentes a día de hoy en las instituciones nacionales e internacionales donde se están tomando las decisiones cuya aplicación está creando el gran deterioro del clima.

El excesivo optimismo de la Conferencia de Paris

Veamos los datos. Y asumo que el lector está, a grandes rasgos, informado de lo que los grandes medios de comunicación escribieron sobre la Conferencia de París, que se presentó como un gran éxito de la diplomacia francesa. Esta percepción fue facilitada por la exclusión de voces críticas que querían protestar durante la Conferencia de París y que el gobierno francés apartó de la Conferencia bajo la excusa de que tenía que extremar las medidas de seguridad tomadas a partir de los atentados terroristas de ISIS, ocurridos el pasado noviembre. Nunca antes se había visto un caso más claro de utilizar la lucha antiterrorista para apagar las voces críticas. El gobierno francés utilizó claramente tales medidas para impedir cualquier movimiento de protesta en París frente al optimismo oficial.

Recordará el lector que, según los mayores medios de información, el supuesto gran éxito de la Conferencia era haber alcanzado el acuerdo de todos los 196 países participantes para que, a partir de ahora, se tomaran medidas con el fin de que la temperatura terrestre no subiera más de 2º centígrados para final de siglo. Y para enfatizar la enorme importancia de este hecho y la inteligencia colectiva en tal Conferencia, se presentó también como signo de otro éxito el que se aprobara también que se intentaría que este incremento fuera incluso menor, es decir, un incremento de no más de 1,5º centígrados. Tal petición la habían hecho los países más pobres y más vulnerables al cambio climático. Estos dos eran supuestamente los grandes éxitos de la Conferencia.

Los enormes límites de la Conferencia de París

Lo que es probable que usted no conozca es que tales objetivos no tenían ningún valor normativo. Era un desiderátum, sin que se tomaran medidas (incluyendo las sancionadoras) que estimularan a que se alcanzase tal objetivo. En realidad, voces científicas creíbles han calculado que, sumando todas las medidas a las que cada país participante en la Conferencia se comprometió a realizar para alcanzar el objetivo aprobado, (no más de 2ºC de aumento), el objetivo final sería mucho peor, pues el crecimiento de la temperatura global sería de 3,5º centígrados, un aumento auténticamente catastrófico que pondría en cuestión la propia viabilidad del colectivo humano (ver “The Irreversible Climate Change”, Monthly Review, vol. 67 N.9, february 2016).

Otra debilidad de la Conferencia fue que dicho acuerdo no dijo nada sobre los límites de las emisiones de CO2, que deberían reducirse drásticamente para alcanzar el famoso tope de 2ºC. Las soluciones propuestas, vagamente expresadas, se basan en supuestos excesivamente optimistas. Por ejemplo, aún cuando recomiendan la sustitución de los recursos fósiles por renovables, el hecho es que todavía hoy evitan referirse a la necesidad de eliminar la dependencia energética en el primer tipo de recursos, argumentando que siempre y cuando se desarrollen medidas que absorban el CO2, la producción de tales gases puede compensarse con el crecimiento de estas últimas medidas absorbentes.

Ejemplos de tales medidas son, por ejemplo, el crecimiento de los bosques, o la utilización de nuevas tecnologías que se asume se inventarán (supuesto que se ha presentado por voces críticas como la tecno-utopía), que realizarán tal labor de absorción y limpieza de tales gases. Otra gran limitación del documento es que en ninguna parte se hace mención del grave problema que representan las emisiones de gases derivadas del tráfico aéreo y marítimo internacionales, a pesar de que ello es una de las mayores causas de la acumulación de los gases causantes del problema. Y, por sorprendente que parezca, no se dijo nada sobre el hecho de desincentivar el uso del petróleo y otros derivados fósiles. En realidad, los gobiernos de las grandes potencias mundiales lucharon para defender sus intereses, anteponiendo los intereses de las industrias energéticas que utilizan combustibles fósiles, a los de sus propias poblaciones y los de la población mundial.

Los obstáculos políticos para que se resuelva el problema

Las soluciones al enorme problema creado por el cambio climático son fáciles de ver. Hay que parar la producción, consumo y distribución de tales fuentes de energía fósiles, sustituirlas por otras renovables, y adaptar la sociedad a estos cambios climáticos. La aplicación de estos principios podrían constituir cambios muy importantes, que beneficiarían a todas las poblaciones, facilitando el establecimiento de nuevas sociedades, con un mayor bienestar al actual. Y ello no pasa por las “políticas de austeridad” o por el control demográfico (como algunos sectores del movimiento ecológico están proponiendo), sino por una intervención masiva y conjunta de los Estados, así como los organismos internacionales, para desarrollar políticas públicas en la dirección apuntada en este párrafo.

La sustitución de las energías fósiles por las renovables es totalmente factible, así como la adaptación de las economías a otras formas de energía, creando una gran actividad económica (con una enorme producción de puestos de trabajo). Creerse que la “mano invisible del mercado” resolverá este enorme problema es de una ingenuidad o dogmatismo neoliberal suicida. Las soluciones requerirán más intervenciones públicas que tengan como objetivo el bienestar de las poblaciones en lugar de los intereses económicos y financieros que hoy dominan gran número de Estados y organismos internacionales, como ocurre en España y en la Eurozona. La democratización de estos Estados y de estas instituciones supranacionales es la condición sine qua non de que se resuelva el problema creado por el irreversible cambio climático. Así de claro.

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